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Las lenguas románicas —o romance— dominan la parte occidental de la ribera norte del Mediterráneo. Todas tienen en común la referencia del latín, del que se derivan en mayor o menor medida. En conjunto alcanzan los 206 millones de hablantes nativos en el área mediterránea (incluyendo toda Francia). Fuera de esta región, el castellano y el portugués añaden otros 580 millones.
La división de las lenguas romance es debatida. Se pueden distinguir dos grandes ramas, la oriental, con el rumano, y la occidental, que agruparía a todas las demás, aunque hay quien le otorga al sardo una rama propia, el romance meridional. El romance occidental se divide en el italo-dálmata —con el italiano y sus variantes del sur de la península— y el galo-ibérico, al que pertenecen el veneciano junto a las demás hablas del norte de Italia, el rético, el francés, el occitano-catalán y el ibérico, representado por el castellano y el portugués.
La influencia mutua entre muchos de estos idiomas ha creado asimilaciones de manera que a menudo es difícil asignar una variante a uno u otro tronco.
El grupo de idiomas románicos se caracteriza por una amplia variedad de evoluciones fonéticas, pero un vocabulario en gran medida común a todos. De ahí que es relativamente fácil acostumbrarse a la lectura de una lengua romance desconocida —con pocas horas de práctica, un texto rético o italiano puede ser someramente inteligible para un español o portugués— pero es mucho más difícil entender a la primera un habla local, incluso cuando forma parte de la misma rama lingüística: una conversación entre sicilianos no se entiende en Roma e incluso el habla andaluz puede alguna vez ser difícil de entender para un español del norte.