Los altavoces de Dios
Otro golpe perfecto. Casi tan bueno como el de las caricaturas de Mahoma publicadas en Dinamarca. La prohibición de construir minaretes, aprobada en referéndum en Suiza el 29 de noviembre, es una excelente materia inflamable para lanzar al mercado de las vanidades políticas una nueva edición del conflicto entre el ‘mundo musulmán’ y ‘Occidente’, todo un superventas.
Esta vez se prevé un éxito algo menor que en el caso de las caricaturas. Éstas consiguieron resaltar la intolerancia del ‘mundo musulmán’ a la libre expresión y la falta de respeto de ‘Occidente’ hacia ‘otras culturas’. Un clásico.
Aparentemente, ahora sólo se subraya la doble vara de medir de Europa ―prohibir minaretes islámicos al tiempo que se permiten campanarios cristianos es incompatible con la razón ― y que el ‘mundo musulmán’ sale ganando, convertido en víctima. Pero no nos engañemos: las diatribas inflamadas de quienes se erigen en defensores de lo que ellos llaman ‘islam’ tendrán efecto, provocarán protestas, algún cóctel molotov contra una embajada suiza, con mucha suerte alguna agresión en Indonesia o Nigeria contra un ciudadano suizo, y entonces, los partidos de derechas que promovieron la prohibición saldrán fortalecidos: se habrá demostrado que no se puede admitir en Europa símbolos de algo tan violento como lo que ellos llaman ‘islam’. Imagino brindando juntos a islamistas radicales y supremacistas cristianos: promueven la misma visión del ‘islam’
Mary Robinson lo resumió en una frase: lo que hay aquí no es un choque de civilizaciones sino una alianza de fundamentalistas. Imagino brindando juntos a islamistas radicales y supremacistas cristianos: a fin de cuentas, ambos promueven la visión de un ‘islam’ acorde al cartel de la campaña suiza: un bosque de minaretes y un mujer en burka.
Imagino que los clérigos islámistas ya han hecho sus deberes para convencer a sus ovejitas de que los minaretes son parte del dogma islámico (lo cual no es cierto: no hay ninguna norma religiosa referida al aspecto de una mezquita). Imagino que los supremacistas cristianos ya tienen redactadas sus notas de prensa para echar en cara al ‘mundo musulmán’ que prohíbe construir iglesias: también los países que se llaman musulmanes usan dos varas de medir. Un verdadero filón de oro.
El que sea mentira no importa. Como no lo leerán en la prensa, aquí el dato: el islam ordena expresamente la protección de todo templo cristiano. Sólo Arabia Saudí contraviene este mandamiento. Eso sí, en la última década, la difusión de la doctrina saudí-wahabí ha calado tanto en el mundo que incluso en países como Marruecos o Egipto, la Administración pone a menudo pegas a la construcción de nuevas iglesias, sobre todo si llevarían campanario (en Siria, país laico, no hay problema).
Tampoco importa que en Suiza haya actualmente 4 minaretes que no tendrán que derribarse y que no esté previsto actualmente la construcción de ningún otro. En mi tierra se llama a eso pelearse por los huevos que la gallina aún no ha puesto.
Tanta llamada a la oración y a la cruzada taparán lo que llamamos las ‘voces disidentes’ del ‘mundo musulmán’ (en realidad, simplemente la voz de la razón de toda la vida, enterrada hoy bajo un alud de gritos de telepredicadores). Con las caricaturas de Mahoma en el escaparate hubo denuncias y dimisiones de quienes se atrevieron, desde Yemen al Magreb, defender que nada es sagrado excepto la libertad de expresión.
Hoy se acallará a quienes llevan pidiendo desde hace tiempo un poco de tranquilidad: el islam exige rezar cinco veces diarias, pero el que haya que recordar la hora a voz en grito desde los tejados, no sé quien lo dijo, el Corán no, desde luego. Y menos aún que se tenga que hacer a través de potentes altavoces (ahí los cristianos llevan ventaja: las campanas sacan de la cama a cualquiera aun cuando hay cortes de luz). Ya sabemos que una de las muchas maneras de fingir que uno tiene la razón es gritar más que el otro.