Ilya U. Topper
[Santander · Sep 2006] Zona entrevista Mary Robinson | Ex Alta Comisionada para los Derechos Humanos «No hay un choque de civilizaciones sino una alianza de fundamentalistas »
Mary Robinson levanta pasiones donde va. Menuda y amable, su figura parece desmentir la dureza de las acusaciones que lanza, con voz firme y rotunda, contra los poderosos, contra los daños colaterales de una política mundial que a menudo se mueve en el lado oscuro de la ley.
Usted ha sido algo así como la conciencia moral de la humanidad...
Ha sido un gran privilegio servir a Naciones Unidas dirigiendo durante cinco años los asuntos de los derechos humanos. Lo que me sorprendió cuando empecé es la importancia de definir a qué nos referimos con 'derechos humanos'. Cuando se oyen estas palabras, hay quien piensa en refugiados, en la tortura, en Guantánamo, en la violencia, en los conflictos, en Darfur... Pero se trata de un programa amplio de valores que engloba mucho más. Promovemos los derechos civiles y políticos, el imperio de la Ley, la libertad de expresión, la libertad de religión, el derecho a un juicio justo, la ausencia de torturas, pero también el derecho a la alimentación, al agua potable, a la salud y la educación. Es bastante increíble que en 1948 garantizamos estos derechos, nítidamente, en la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero no los hemos llegado a implantar.
Hay quien opina que no se pueden aplicar los mismos derechos humanos en culturas distintas. ¿Qué cree usted?
Yo estoy muy convencida de que sí se puede. Es un compromiso universal y los gobiernos han asumido, de hecho, este compromiso al ratificar los tratados referidos a los derechos humanos. Tomemos el ejemplo de la Convención sobre los Derechos del Niño. Todos los países del mundo la han ratificado, excepto dos: irónicamente, son Estados Unidos y Somalia. Pero ¿qué ocurre sobre el terreno? Los gobiernos no dan a conocer los tratados que han ratificado; hay millones de personas pobres que no saben que tienen reconocidos estos derechos humanos. Y luego, los líderes intentan decir: ah, pero es que los valores asiáticos... eso no es lo apropiado aquí. En el mundo árabe ocurre lo mismo. Pero cuando hablo con la gente a nivel de las organizaciones sociales, la gente humilde, los que trabajan a favor de los derechos de la mujer, los derechos de la infancia o contra la pobreza, todos están de acuerdo conmigo: por favor, me dicen, no deje que los líderes le engañen: queremos tener los mismos derechos humanos, son nuestros. Es una situación curiosa: son sólo los líderes, los poderes autoritarios, que no se quieren abrir a la participación, la transparencia y la responsabilidad que traen consigo los derechos humanos. Son ellos los que dicen: no forman parte de nuestra cultura. Pero quienes necesitan estos derechos, y saben que los necesitan, realmente los piden.
¿Cómo vence la oposición de los líderes religiosos?
La mayoría de las religiones posee, en su parte más profunda, muy buenos valores. Es el abuso de la religión, el mal uso, que se convierte en un problema. Los valores cristianos corresponden exactamente a los derechos humanos. Los valores islámicos y los budistas, también. Es por eso que la Declaración Universal atrae a estas grandes religiones. El problema es la manipulación cultural, el intento de utilizar la religión para mantener una particular cultura autoritaria y a menudo muy dominada por los varones.Por eso tenemos que hacer algo inteligente: seguir respetando la religión, tanto a nivel individual como en su aspecto de elemento de la comunidad, pero sin permitir que esta religión se imponga a los logros de los derechos humanos, ni a las leyes que se redacten.Un ejemplo: la actual Administración Bush de Estados Unidos está influenciada por la derecha cristiana. Se alía con compañeros extraños: Siria, Libia, Egipto a veces, Pakistán... para restringir los derechos humanos, sobre todo los derechos de la mujer. Para impedir que los derechos de la mujer se identifiquen claramente como derechos humanos; dificultar asuntos como la salud reproductiva, la educación sexual o la identificación concreta de las personas susceptibles de contraer el virus del sida, como trabajadores del sexo, hombres que se acuestan con hombres, transexuales... Todos ellos deben mencionarse en los tratados, pero es chocante ver cómo se elimina de los documento a aquéllos que deben necesariamente aparecer como población prioritaria. Estoy muy convencida de que eso es un mal uso de los valores de la religión: intentar promoverlos en tratados internacionales de esta manera, en lugar de defender los derechos de las mujeres, de los homosexuales, de quienes son vulnerables, como los trabajadores del sexo...
¿No es extraño que precisamente Estados Unidos y Libia o Siria representen los dos frentes del así llamado 'choque de civilizaciones'?
No se trata tanto de un choque de civilizaciones sino más bien de una alianza de fundamentalistas. Esta alianza, que yo llamo 'la extraña alianza', es muy nociva para los derechos de la mujer. Y es la misma Administración Bush, que intenta promover los derechos de las mujeres en Iraq o en Afganistán.
En Iraq, nadie ve que Estados Unidos haya hecho algo a favor de los derechos de las mujeres...
Probablemente lo intenten de verdad, no quiero ser injusta. Al menos dicen que éste es su objetivo. Pero al mismo tiempo, sus políticas contradicen lo que afirman. Porque sus políticas están imbuidas de una visión cristiana muy estrecha. Esto se refiere especialmente a lo necesario para salvar vidas en el contexto del sida. Estuve hace poco en Toronto, en la Conferencia del Sida, y me he enfadadao varias veces frente a estas políticas, esta visión contraria a la realidad.
¿Cómo ve las sociedades del mundo árabe? ¿Son tan distintas de la nuestra como se pintan o es un estereotipo?
Desde nuestro trabajo en el Foro Intercultural de Mujeres Líderes, podemos afirmar que las mujeres líderes efectivamente tienen mucho más en común que todos los esloganes sobre estos temas. Proponemos las mismas ideas para que las mujeres puedan alcanzar todo su potencial. Hay una comunicación mutua; nos escuchamos.
¿Por qué hay tanta confrontación entre estas sociedades?
Tengo muchos amigos musulmanes que realmente se sintieron heridos por la manera en la que se describe ahora su religión. Toman su fe muy en serio, y eso está bien. Recuerdo el artículo uno de la Declaración Universal: todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Con frecuencia digo, también en Estados Unidos: la dignidad viene antes que los derechos. Es lo que identifica a una persona; y como parte de la identidad, sobre todo en el mundo árabe, la religión es muy importante. No hay ningún problema, no hay motivo por el que no debiera serlo, aunque tampoco es necesario que lo sea. Pero debemos respetar el valor que la religión islámica da sus valores, en lugar de identificarla con palabras como terrorismo, fundamentalismo etcétera. Eso es de extrema importancia.
¿Cree que en las sociedades islámicas pesarán más los derechos humanos que las normas religiosas?
«Estados Unidos se alía con Siria y Libia para restringir los derechos de las mujeres»
El ex presidente norteamericano Jimmy Carter es amigo mío; es un hombre profundamente religioso, pero tiene totalmente clara la separación entre Iglesia y Estado en el contexto de Estados Unidos. Porque ha evolucionado así. En los estados árabes y musulmanes, esta separación tardará más. Pero podemos hacer una enorme cantidad de cosas antes de que llegue esta separación formal, para alcanzar una visión más pluralista, para reconocer la importancia de los derechos de la mujer, de la educación de las niñas. Todo evolucionará. Es el mejor camino.
La percepción de la amenaza terrorista ha suscitado respuestas como la prisión de Guantánamo, las leyes británicas para la vigilancia de ‘sospechosos’... ¿Cómo influye esto en la lucha a favor de los derechos humanos?
He seguido muy de cerca este asunto desde el terrible ataque del 11-S y he reclamado que estos actos terribles de terrorismo, tanto el 11-S como las bombas de Madrid, se califiquen como crímenes contra la humanidad. En lugar de llevar a cabo una guerra contra el terrorismo de forma abstracta, hay que utilizar todos los recursos de la democracia, vinculándolos, compartiendo información secreta y utilizando, si es necesario, medios militares. No estoy en contra de emplear medios militares si es necesario. Pero no lo llamaríamos guerra. Porque tenemos la sensación mediática de que en tiempos de guerra, se pierden otros derechos y matices. Hay daños colaterales, es decir: se mata a civiles. Así, desde luego, los derechos humanos se convierten en daños colaterales. Si nos tomamos en serio los valores que defendemos en las democracias, éstos deben formar parte de la lucha contra el terrorismo. Debemos defender el imperio de la Ley.
¿Cree que se pueda revertir esta tendencia de pérdida de respeto a los derechos humanos?
Yo tengo la sensación de que incluso en Estados Unidos se empieza a reconocer la importancia de la legalidad. Estados Unidos es un país rico, diverso, democrático, y no paro de escuchar críticas muy severas a la situación actual y un deseo muy fuerte de establecer el imperio de la Ley. Lo dicen organizaciones como Human Rights Watch o Human Rights First, pero también académicos y jueces. A mediados de septiembre iré a una conferencia en Chicago, organizado conjuntamente por la Asociación de Abogados Americanos y la Asociación Internacional de Abogados, que trata de reforzar el imperio de la Ley.
La veo optimista.
¿Por qué cree que el señor Bush es tan poco popular? ¿Por qué cree que los tribunales asumen ahora posiciones mucho más firmes? Hay miembros del Congreso que están criticando la guerra de una manera en la que no lo hicieron durante este año solitario durante el que yo intenté hablar al mundo. No había muchas voces. Ahora sí hay más. Pero se ha hecho mucho daño porque muchos regímenes menos democráticos dicen —y me lo dijeron a mí cuando era Alta Comisionada— que las reglas han cambiado, que ya no hay necesidad de defender estas normas. Y yo decía: No. Yo soy la Alta Comisionada, yo dirijo este asunto en Naciones Unidas y soy la que se encarga de las reglas: no han cambiado. A lo cual me respondían: mire lo que pasa en Estados Unidos, o lo que pasa, hasta cierto punto, en Gran Bretaña. Ahora, las democracias volverán probablemente a su sentido original. No debemos perder nuestros valores verdaderos. Estamos a favor del imperio de la Ley, de las normas de derechos humanos. Mi preocupación es cómo queda el balance en los países con regímenes más autoritarios. Tenemos que ser muy conscientes de que hemos causado daño, y debemos ofrecer a estos países un apoyo especial; no sólo criticar y juzgar, sino explicar que nos hemos equivocado al no defender las normas y que ahora queremos trabajar con ellos, porque les debemos esta defensa.
¿Cómo ve el futuro de Naciones Unidas? Estábamos acostumbrados a considerarlo un organismo más influyente de lo que parece ser ahora...
Dirigir durante cinco años los asuntos de derechos humanos no era fácil. Había muchas cosas que eran muy frustrantes. Pero aprendí una cosa muy importante: Naciones Unidas es —como dijo Winston Churchill de la democracia— el peor sistema, exceptuando todos los demás. «Naciones Unidas es el peor sistema, pero no tenemos otro mejor» No tenemos ningún otro mejor. Debemos reformar la organización y muchas cosas que ocurren en Naciones Unidas son señales evidentes de reformas bastante profundas. Cuando el secretario general Kofi Annan, en su discurso sobre la ampliación de la libertad, vinculó la seguridad, la democracia y los derechos humanos, en una manera más nítida que nunca antes, para mí era algo extremamente importante. Hay más reformas que deben llevarse a cabo. Francamente, me encantaría ver que Naciones Unidas se abrieran a la sociedad civil. A los grupos que trabajan a favor de las mujeres, de los niños, contra la pobreza, pero también a otros: a los negocios, a los sindicatos. Estamos demasiado centrados en la soberanía de los Estados.
Los Foros de Puerto Alegre ¿pueden ayudar a ir en esta dirección?
Yo creo que sí. De hecho, estuve en el Foro Social Mundial cuando era Alta Comisionada. Espero poder asistir al Foro Social Mundial de Nairobi en enero; también intentaré, si los aviones vuelan con suficiente velocidad, llegar al Foro Económico Mundial, al que también asistiré, porque el mensaje que quiero dar lo tengo que dar en los dos ámbitos y debo escuchar a ambos. Pero me identifico con lo que el Foro Social Mundial está intentando hacer: reclamar para las personas los valores de los derechos humanos. Si los valores del Foro Social Mundial se llegaran a implementar de verdad, tendríamos una globalización más ética.