Cristianos contra la cruzada
Estados como Siria e Irán tienen una larga tradición de colaboración con los terroristas y no merecen ninguna compasión por parte de las víctimas. Estados Unidos no diferencia entre los que cometen los actos de terror y los que los apoyan porque ambos son igualmente culpables de asesinato". Un aplauso interrumpió esta frase del presidente estadounidense George W. Bush el 6 de octubre de 2005 ante la Fundación Apoyo a la Democracia.
Para muchos observadores era una de las señales más claras de que un ataque contra Siria podía ser una opción real en las próximas semanas o meses. La revista americana Newsweek publicó incluso un reportaje según el cual un golpe militar contra Siria era ya cosa decidida y sólo fue impedido por Condoleezza Rice en una reunión del 1 de octubre pasado. Siria lleva años en la lista de los 'estados canallas', junto a Irán y Corea del Norte. Desde antes de la guerra de Iraq, Bush incluía a Siria entre los países en la diana de su 'cruzada' contra el terror islámico.
Desde Siria, estas alusiones se viven como una amenaza absurda. Joseph Zaitun, bibliotecario y portavoz del Patriarcado Ortodoxo de Siria, se emociona cuando escucha el término 'cruzada'. "Se trata de una falsedad que repite el mismo juego que ya se inició con el acuerdo Sykes-Picó en 1916: se quiere utilizar a los cristianos como base para la influencia extranjera". Zaitun, un alto funcionario del Parlamento sirio jubilado, es un ejemplo de la integración de la comunidad cristiana en las esferas superiores del Estado.
Aunque la Constitución siria prevé que sólo un musulmán puede ser presidente de la república, el islam no se considera religión de Estado y no hay ninguna restricción contra la participación de los cristianos —o de cualquier otra comunidad religiosa— en la vida pública. Tras la caída del régimen de Sadam Hussein, Siria es uno de los últimos países árabes oficialmente laicos. Cuenta con 1,3 millones de cristianos, un siete por ciento de la población.
Amplias libertades
A tenor de las palabras de Joseph Zaitun, las comunidades cristianas son uno de los apoyos más incondicionales del Gobierno de la familia Asad: un cambio de régimen podría ampliar el poder de grupos musulmanes más orientados hacia las ideologías religiosas y dar al traste con las anchas prerrogativas legales de la población cristiana en materia de derecho civil.
Como recuerda el bibliotecario, los matrimonios, las herencias y cuestiones familiares similares pueden dirimirse según el derecho eclesiástico, sin recurrir a la legislación inspirada en el islam. La escuelas cristianas —desde preescolar hasta secundaria— tienen gran prestigio entre la población musulmana e incluso los colegios públicos pueden decidir, según la composición del alumnado, si prefieren cerrar los viernes (como marca el ritmo musulmán) o los domingos.
La mayoría de los cristianos sirios se concentran en Alepo y en Damasco, ciudades donde representan una parte importante e influyente de la población, sobre todo en el sector de los negocios. A pocos minutos de la famosa Gran Mezquita empieza el barrio cristiano, uno de los más alegres de Damasco y con mayor actividad comercial. Muchas esquinas están adornadas con cruces o con una efigie de la Virgen María y el papel de las parroquias es importante en la vida social.
Los templos armenios funcionan como centros culturales; en la recién construida iglesia católica, varias jóvenes reparten folletos al son de música moderna y los domingos por la mañana, todas las campanas llaman a sus fieles. En la catedral del Patriarcado griego-ortodoxo, un cura oficia misa en árabe ante medio centenar de personas, luego el propio patriarca Ignacio IV dirige una breve alocución a la comunidad.
Laberinto de confesiones
Ignacio IV representa a la comunidad greco-ortodoxa, una de las más influyentes junto a la sirio-ortodoxa. Pero también están ampliamente representadas la iglesia greco-católica, la armenio-ortodoxa, la armenio-católica, la nestoriana, la católica romana e incluso la protestante. El laberinto de las confesiones es tal que incluso Zaitun admite que "a veces hay más tensiones entre las diferentes jerarquías cristianas que con el Estado o la población musulmana". Hay un punto, sin embargo, en el que todos los cristianos están de acuerdo: son sirios con todas las de la ley.
El cristianismo enraíza en una tradición ininterrumpida en el país desde que San Pablo se cayó del caballo camino de Damasco. Desde esta conciencia nacional, rechazan categóricamente cualquier injerencia extranjera de las potencias occidentales en los asuntos del Siria. "Ahora no nos dividirán", asegura Joseph Zaitun. "Cuando Bush empezó a dirigir sus discursos contra el mundo musulmán, el Patriarcado ortodoxo inició de inmediato conversaciones con las instituciones islámicas para aclarar que no nos reconocemos en esta 'cruzada'". Todos los cristianos se sienten sirios y rechazan la injerencia de potencias occidentales
De momento no parece haber peligro de que la presión externa provoque enfrentamientos religiosos. También entre los musulmanes hay unanimidad: "Que haya un conflicto entre islam y cristianismo es un invento de Estados Unidos", asevera el camionero Rashid Ahmed, residente en el pueblo de Ma'lula, donde dos tercios de los habitantes son cristianos de distintas confesiones. Aquí se ubica un convento de monjas y una de las varias iglesias sirias que reivindican el título del templo más antiguo de la cristiandad. Toda la población habla arameo, un idioma cercano al árabe y considerado la lengua materna de Jesucristo.
Algunos jóvenes musulmanes apuntan que tensiones no hay, pero tampoco mucho contacto: "Los cristianos se aíslan, se creen mejores que los demás y en el fondo, a los musulmanes nos consideran atrasados, aunque no nos lo hacen sentir". Bulos Wahbi, un estudiante de Economía que sigue el rito greco-católico, matiza: "Nos llevamos todos muy bien, pero es impensable que una chica cristiana se case con un musulmán. Algunas familias radicales se oponen incluso a los matrimonios entre distintas confesiones cristianas".
Evitar el enemigo interior
La acusación a Siria de financiar el terrorismo islamista sólo suscita estupor entre la población. Todos tienen presente que el todopoderoso partido Baaz, fundado en 1947 por dos sirios, un musulmán y un cristiano, y dirigido hoy por el presidente Bashar Asad, nunca se ha apartado de sus convicciones laicas, fundamento de su ideología socialista-nacionalista. Y tampoco se ha olvidado aún la respuesta de Hafiz Asad, padre del actual presidente, contra la insurrección de los Hermanos Musulmanes en 1982: el bombardeo de la ciudad de Hama, bastión de este movimiento religioso, y una masacre casa por casa cuyo resultado se calcula en 20.000 muertos. A nadie le cabe duda de que la enemistad entre el régimen de la familia Asad y el integrismo islámico es insalvable.
Jalid A., dueño de un hotel en Damasco y kurdo oriundo de la ciudad de Qamishli, en el extremo noreste de Siria, cree que la presión estadounidense tiene al menos un efecto positivo para la población siria: muestra al presidente Bachir el Asad la necesidad de desactivar el frente interno. "Sadam Hussein perdió la guerra contra Estados Unidos porque los kurdos se aliaron con el invasor", opina Jalid. "Sin el apoyo de las milicias peshmergas, conocedoras del terreno y enemigas irreconciliables de Bagdad, Estados Unidos nunca habría podido invadir Iraq. Bachar Asad ha aprendido la lección: va suavizando la presión contra la población kurda y en abril liberó a todo un grupo kurdo detenido en una manifestación del año anterior. Damasco quiere evitar a toda costa un enemigo en el interior que sería la cabeza de puente para un ataque extranjero".
Amenazas
Las últimas declaraciones de Washington han disparado las especulaciones sobre un ataque inminente. La acusación más concreta contra Siria se centra en que Damasco no hace suficientes esfuerzos para controlar su frontera oriental y permite la entrada de guerrilleros islamistas a Iraq. A finales de octubre, la prensa británica publicó informaciones según las cuales las tropas estadounidenses en Iraq se habían adentrado en territorio sirio e incluso matado a dos miembros de la policía fronteriza.
El 31 de octubre, una resolución de Naciones Unidas exigió a Siria una mayor colaboración en la investigación del asesinato del político libanés Rafiq Hariri y amenazaba con 'otras acciones'. La secretaria de Estado americana Condoleezza Rice aprovechó el texto para aumentar la presión y subrayar que Siria debería afrontar 'serias consecuencias' si no colaboraba.
La respuesta de Bachar Asad no se hizo esperar: el 3 de noviembre pasado amnistió a 190 presos políticos, entre ellos varios líderes kurdos, en un paso para "consolidar la unidad nacional", según un comunicado oficial del Gobierno. Los activistas de derechos humanos aceptaron la medida con alegría, aunque lamentaban que no hubiera alcanzado a los "más de 2.500 presos políticos", según informa Efe.
Aun así, Bachar Asad podrá contar en todo caso con la adhesión de las comunidades cristianas. Sus líderes observan con preocupación el ejemplo de Iraq, el otro país árabe laico gobernado por el partido Baaz hasta la invasión estadounidense. Allí, la nueva Constitución ha convertido el islam en religión oficial y fuente de la legislación.
Nadie pone en duda que Siria apoya algunos grupos armados palestinos como la FPLP (representada oficialmente en la Autoridad Palestina de Abu Mazen). Pero se trata de movimientos laicos, opuestos a la utilización de la religión en el conflicto con Israel y enfrentados al grupo integrista Hamás, que recibe fondos privados desde Arabia Saudí, pero no de Damasco, según las propias informaciones del Departamento de Estado americano. Desde este punto de vista, invocar una vinculación de Siria con el 'terrorismo islamista' o 'yihadismo', como hizo George W. Bush en su discurso del 6 de octubre, es, cuanto menos, curioso.
Más intrincada es la relación entre el régimen de Damasco y el movimiento libanés Hizbulá, de clara orientación religiosa aunque predominantemente chií y apoyado principalmente por Irán. Aunque durante la guerra civil libanesa Siria se alineaba sobre todo con la facción rival Amal, el asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri en febrero pasado ha puesto de manifiesto las cordiales relaciones entre Damasco y Hizbulá: los líderes libaneses chiíes defendían al Gobierno de Bachar Asad y rechazaban inicialmente las resoluciones de Naciones Unidas que exigían la retirada del ejército sirio.
Otra cuestión es si se debe definir a Hizbulá como grupo terrorista, tal y como hace Washington. Europa se resiste hasta ahora contra esta decisión, aunque el Parlamento Europeo votó en marzo pasado una resolución según la cual "hay evidencia de actividades terroristas por parte de Hizbulá". Pero incluso la Universidad estadounidense de Yale pone en duda esta definición y recuerda que Hizbulá participa desde hace una década en el Parlamento libanés como partido legal y desde los años 80 prácticamente todos sus ataques se han dirigido contra objetivos militares israelíes para combatir la ocupación del sur de Líbano.
La conclusión del fiscal alemán e investigador especial de Naciones Unidas Detlev Mehlis, que implica a altos cargos sirios en el asesinato de Hariri, contribuye a complicar la posición de Bachir al Asad, aunque el prestigioso semanario alemán Der Spiegel publicó el 22 de octubre una información según la cual el Informe Mehlis se basa en declaraciones de un conocido estafador varias veces condenado. Por otra parte, el sorprendente suicidio —sobre el que pesan serias dudas— del ministro de Interior y antiguo jefe del espionaje Ghazi Kanaan, el 12 de octubre pasado, sólo añade confusión al caso. En un punto coinciden muchos analistas: el asesinato de Rafiq Hariri, sea quien sea su autor, sólo ha acarreado problemas para Siria.