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El islamismo es una ideología política que busca en la religión musulmana las bases para organizar la sociedad. Defiende un sistema legal fundado exclusivamente en las tradiciones coránicas y su interpretación.
Cuando se hallan en la oposición, como ocurre en Marruecos, Egipto o Jordania, los partidos islamistas centran su discurso normalmente en promesas como la eliminación de la corrupción y el nepotismo estatal, la transparencia, la reducción de la pobreza y el desempleo, la lucha contra la criminalidad... pero también la eliminación total de drogas, alcohol, libertades sexuales e, incluso, de los festivales de música que, en su opinión, llevan a todo lo anterior. No obstante, los órganos de prensa de los partidos islamistas o sus portavoces más populares mantienen a menudo un discurso mucho más radical que los cargos electos de estos partidos en el Parlamento, lo que les acarrea acusaciones de doble moral.
Gran parte del atractivo de los partidos islamistas no deriva de su ideología religiosa sino de su imagen de ser una fuerza nueva y más honesta, distinta de los tradicionales partidos considerados ineficaces y corruptos. Un voto islamista es frecuentemente un voto contra el sistema establecido, no motivado por la fe. Además, los políticos islamistas elegidos a nivel municipal a menudo se abstienen de implantar normas contra el alcohol o a favor del hiyab que teóricamente figuran en su planteamientos ideológicos, lo que aumenta su margen de confianza en el electorado poco ortodoxo.
Diferente es el panorama en los países en los que el gobierno nacional está formado por islamistas, aunque las diferencias entre los régimenes islamistas son enormes. Mientras las mujeres no pueden votar ni conducir en Arabia Saudí —el país más severamente islamista del mundo— tienen estos derechos reconocidos en Qatar que, no obstante, impone castigos corporales por beber alcohol. Apenas algo más moderado es el panorama en los Emiratos Árabes Unidos, Omán o Kuwait. En este último país, los islamistas tienen desde 2008 mayoria en el Parlamento, algo que también ocurre en Bahréin, aunque este país es considerado una especie de destino de vacaciones "muy liberal" por parte de los ciudadanos saudíes y permite la venta de alcohol.
El AKP, en el gobierno en Turquía, ocupa un lugar especial: es de ideología islamista pero se define como cercano a los partidos democristianos europeos, que también amalgaman religión y política. El poderoso movimiento islamista turco Milli Görüs tacha al AKP de “colaboracionista”.
Con frecuencia, los movimientos islamistas promueven un papel activo de la mujer en la vida pública —o en partes de ella— aunque, eso sí, poniendo el acento en la separación física de los sexos o estrictas reglas para la convivencia entre hombres y mujeres. Algunos partidos islamistas, como el PJD marroquí, cuentan con una amplia participación femenina, superior a la de las formaciones conservadoras o socialistas.
Los movimientos islamistas normalmente se distancian de la violencia como arma política, excepto en situaciones de conflicto armado, como ocurre en Palestina, Iraq o Cáucaso, donde todos los grupos políticos mantienen milicias armadas y se confunden las reivindicaciones religiosas y las nacionalistas. El Hizbulá libanés, por su parte, rechaza expresamente utilizar la fuerza para imponer leyes de carácter islámico en Líbano. Por su parte, los grupúsculos de terror integrados en la 'nebulosa de Al Qaeda' no forman parte del abanico islamista.
La utilización del islam como fundamento político en el sentido moderno fue predicado por primera vez por el reformador de origen persa Gamaludín Afghani a partir de 1871 en El Cairo. La idea fue popularizada desde los años treinta por los Hermanos Musulmanes y sirvió de bandera a los movimientos opuestos al colonialismo europeo. La revolución islámica de Irán, lanzada por Ruholá Jomeini en 1979, dio nuevas alas a la idea religiosa, junto a la bancarrota moral de los partidos tradicionales, incapaces de cumplir sus promesas de progreso.
A finales de los años ochenta, el fundamentalismo gana fuerza en casi todos los países de mayoría musulmana, sin diferenciar entre chiíes y suníes, y propone elevar el texto del Corán a rango de Constitución. Nacen numerosos movimientos islamistas, algunos apoyados por los gobiernos, otros en la oposición, y se empiezan a crear estados islamistas.