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El imperio romano es el primer gran sistema político con un alcance mediterráneo y es hasta hoy el único que dominara todos los países ribereños de este mar.
El origen del imperio romano se busca generalmente en el siglo III a.C. cuando las tropas de Roma se hicieron con el control de la 'Magna Grecia', es decir las ciudades griegas en Apulia. Durante el siglo siguiente, las guerras púnicas entre Cartago y Roma iban dando el control del Mediterráneo al nuevo poder italiano y terminaron con la destrucción de Cartago y su influencia en 146 a.C.
El mismo año, los ejércitos romanos tomaron Corintio y se anexionaron Grecia. Décadas después, el reino de Numidia, en el norte de África, pasó a formar parte de la república romana. A la vez, las ciudades cartaginesas en la costa española cayeron bajo control romano y, a continuación, toda la península ibérica, así como los Balcanes.
En el siglo I a.C., Roma extendió su poder a Anatolia y Galia y se convirtió en la única potencia del mediterráneo; un pacto con el Egipto ptolemáico convirtió este reino en un protectorado romano. En 27 a.C., la república se transformó oficialmente en imperio y expandió su poder hasta dominar todos los países ribereños.
Profundas reformas políticas imponían una uniforme administración romana desde el norte de Marruecos hasta las orillas del Mar Negro y desde el valle del Nilo hasta Bretaña. Temporalmente, Roma dominaba incluso Mesopotamia y Armenia. El control militar a través de las legiones, unidades militares disciplinadas y jerárquicas, se combinaba con la expansión de un progreso técnico —una moneda única, carreteras pavimentadas, puentes, acueductos y baños— y la cultura, reflejada sobre todo el la construcción de teatros romanos.
La invasión de pueblos desde el norte de los Alpes —godos, vándalos y langobardos— puso fin al imperio en el siglo V d.C. Bizancio, también llamada la Roma Oriental, recuperó la mayor parte del territorio en el siglo VI, y mantenía su influencia en el Norte de África pero pronto se limitó a Grecia y Anatolia y se fue reduciendo cada vez más. La caída de Bizancio/Constantinopla en 1453 ante el avance de las tropas otomanas puso fin a la herencia imperial grecorromana.