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La relación entre política y religión es especialmente intrincada en el caso de la fe judaica. Uno de los motivos es la dificultad en definir quién es judío. La halaja considera judío a cualquiera que tenga una madre judía y no prevé que se pueda perder esta condición. Un judío que se convierte a otra religión o se declara ateo no deja de ser judío. En este sentido, la pertenencia a la comunidad tiene un carácter étnico, no religioso, en consonancia con la creencia de que todos los judíos descienden de Abraham.
La creación del estado de Israel en 1948 añadió, además, el elemento de la ciudadanía. En 1950, Israel promulgó la Ley del Retorno, que autoriza a cualquier persona de descendencia judía a adquirir la nacionalidad israelí. Este paso ha llevado a confundir los términos 'judío' e 'israelí', ya que convierte a cualquier seguidor de la ley mosaica en potencial ciudadano de Israel. A menudo, además, el gobierno de Israel se erige en portavoz de cualquier comunidad judía en el mundo y considera cualquier crítica a sus políticas como "antisemitismo", es decir un desprecio hacia la comunidad judía en su conjunto.
Esta confusión de religión, etnia y nacionalidad arranca en el siglo XIX. Hasta entonces, las comunidades judías en diversas partes del mundo habían sufrido distintos grados de discriminación o persecución basada en su pertenencia religiosa. Este fenómeno era especialmente pronunciado en los países de fe cristiana, donde se les tachaba a los judíos como "responsables de haber matado a Jesucristo". Un judío bautizado, sin embargo, era considerado cristiano por la Iglesia.
En los países dominados por el islam, los judíos tenían el mismo estatus que los cristianos: formaban una minoría respetada, obligada a pagar determinados impuestos y con algunos derechos limitados respectos a los musulmanes, pero libres de vivir según sus propias normas sociales y religiosas. Los historiadores recogen una persecución y conversión forzosa de judíos en la época almohade en el Magreb (siglo XII), pero no parece haber tenido un efecto duradero, visto que Marruecos siguió siendo hasta el siglo XX el país musulmán con mayor porcentaje de judíos.
Distinto era el caso en España: si en siglos anteriores, numerosos judíos tenían altos cargos en la corte, la discriminación y las conversiones masivas se intensificaban durante el siglo XIV. Tras la conquista del reino musulmán de Granada, en 1492, un edicto expulsó a todos los judíos de España y la inmensa mayoría se trasladó a Marruecos y al Imperio Otomano, especialmente a Turquía, Grecia y los Balcanes. Quienes elegían bautizarse no caían bajo la definición de judíos. La institución de la Santa Inquisición en 1478, no obstante, vigilaba estrechamente a los llamados "nuevos cristianos" y castigaba a quienes seguían practicando su vieja fe (los llamados marranos). Portugal promulgó la conversión o expulsión de los judíos en 1497, siguiendo el ejemplo de España. En Italia se registraba cierta discriminación, pero no una expulsión o conversión forzosa.
Durante el siglo XIX, las persecuciones (pogromos) de judíos eran frecuentes en Europa central y oriental y alimentaban la ideología del sionismo, que abogaba por la creación de un estado destinado únicamente a los judíos. El movimiento político sionista fue establecido formalmente en Basilea en 1897.
La discriminación legal y la persecución de los judíos en Alemania, a partir de 1938, tuvo un cariz distinta a todas las anteriores: en lugar de definir al judío como seguidor de una creencia religiosa y dejar abierta la posibilidad de bautizarse, aceptó la definición propia a la tradición religiosa judía, según la que se es judío por descender de Abraham. Esta política, que convertía una religión legalmente en una etnia, impedía la asimilación de las numerosas familias judías no creyentes y fomentó enormemente la emigración a Palestina. A partir de la ocupación de todos los Balcanes por tropas alemanas, entre 1941 y 1945, muchos miles de judíos búlgaros, rumanos y yugoslavos tomaron el mismo camino.
La conciencia de estar perseguidos al margen de sus convicciones políticas, religiosas o ideológicas, simplemente por el hecho de nacer como judíos, provocó una solidaridad enorme entre los inmigrantes y confirió empuje a los movimientos armados que luchaban por un estado independiente en Palestina. El apoyo financiero y armamentístico de sionistas en todas partes del mundo hizo el resto y posibilitó la victoria militar sobre los ejércitos de los estados árabes vecinos y la declaración de la independencia de Israel como "estado judío" en 1948.
Hoy, Israel está inmerso en un debate sobre el significado del término "estado judío" y el lugar de la religión en la vida pública. En sus inicios, el sionismo era laico y no consideraba las leyes de la halaja como signo de identidad del 'pueblo judío', aunque asumía el concepto básico de la descendencia de ancestros comunes. Eso sí, dejó en manos del rabinato determinados ámbitos legales, como la celebración de matrimonios o divorcios: no existen bodas civiles en Israel. El rabinato, que forma parte del poder público, está dirigido siempre por dos rabinos jefes, uno de la comunidad asquenazí, el otro de la sefardí. Este último lleva el título Rishon L'Tzion.
En las últimas décadas, la influencia de los movimientos religiosos fue creciendo de forma paulatina en Israel, un proceso que continúa hoy e incluso se intensifica. Gran parte de los oficiales del ejército siguen a rabinos fundamentalistas, que consideran la lucha contra la insurgencia palestina como un deber religioso o una guerra santa. Defienden que está prohibido ceder un milímetro de 'tierra judía' a personas de otra fe. Esta corriente tiene una importante influencia en la evolución o el estancamiento de las negociaciones sobre el establecimiento de un estado palestino, ya que considera 'tierra judía' todo el territorio de Cisjordania y Gaza.
A esta corriente pertenece también el movimiento de los colonos, que construye asentamientos en Cisjordania —y hasta el año 2000 en Gaza— para impedir con su presencia que este territorio pueda convertirse en un estado palestino. Hoy existen alrededor de 150 asentamientos con una población total de casi 270.000 personas. No todos sus residentes son religiosos, pero la mayoría sigue una interpretación estricta de la halaja y tiene motivos ideológicos para residir en Cisjordania. Pese a que se trata de una actividad ilegal según la ley internacional —colonizar con civiles un territorio ocupado militarmente se considera un crimen de guerra en la Convención de Ginebra—, los asentamientos reciben apoyo del gobierno de Israel, son protegidos por unidades del ejército oficial y muchos están exentos de tasas para fomentar su desarrollo.
Aunque el discurso oficial del gobierno no insiste en este punto, parte de la sociedad israelí acepta cualquier política del gobierno, incluso cuando es manifiestamente opuesta a la legislación internacional, en la conciencia de que el 'pueblo de Israel' sólo debe obedecer las leyes divinas, no las promulgadas por 'goyim', es decir no judíos.