Peones palestinos
El tiroteo fue una sorpresa”, afirma Alberto Bocanegra, cooperante del Movimiento por la Paz (MPDL) en Líbano. Nadie esperaba que la persecución de unos supuestos ladrones de banco, que resultaron ser miembros de la milicia palestina Fatah al Islam, desembocase en una batalla campal con decenas de muertos y en el sitio militar del campo de refugiados palestinos de Nahar al Bared, cercano a la ciudad libanesa de Trípoli, que ya se prolonga dos semanas.
Nadie ignoraba que la situación de los 400.000 palestinos en Líbano —sobre una población total de 3,6 millones— era un polvorín. La mayoría lleva medio siglo en el país de los cedros, desde que fueron expulsados de Israel en 1948, y la mitad se hacina en doce campos de refugiados. Un acuerdo de 1969 convierte éstos —algunos son auténticas ciudades, con casas de dos pisos y millares de laberínticas callejuelas— en territorio fuera de la ley libanesa: ni la policía ni el Ejército pueden cruzar su perímetro.
Refriegas internas
Dentro mandan las milicias. Durante décadas, el gobierno de estos enclaves autónomos correspondía a la Organización por la Liberación de Palestina (OLP), dominada por el laico Fatah y el izquierdista Frente Popular por la Liberación de Palestina (FPLP). En los noventa, los islamistas de Hamás empezaron a hacerse fuerte en los campos, y hoy no está tan claro quién está al mando.
“Es habitual que en los campamentos haya enfrentamientos entre las facciones, ocurre a diario. A raíz del combate en Nahar al Bared hubo tiroteos en Ain Hilwa, con el resultado de dos muertos”, señala Bocanegra, en referencia al mayor campo del país, cerca de Sidón, donde hay registrados unos 45.000 refugiados, aunque su número probablemente supere los 70.000.
La desesperación es palpable en estos campamentos, excluidos de toda negociación entre la Autoridad Palestina y Tel Aviv, por la negativa de Israel de permitir el regreso de los refugiados, que ya suman unos 4,5 millones en todo el mundo. Tras la invasión israelí de Líbano en 1982, los habitantes de los campos renunciaron al combate, pero el tráfico de armas nunca ha cesado en estos enclaves sin ley y la frustración crece.
Las condiciones de vida en los campamentos son desastrosas: aunque los palestinos cruzan a diario los controles ‘fronterizos’, no tienen perspectivas de integrarse en la vibrante sociedad libanesa. Sólo pueden trabajar de peones en la construcción o la agricultura, ya que hay una lista de oficios —abogado, ingeniero, médico... — que les veta la ley libanesa. En algunos campos, como Rachidía, está prohibido edificar nuevas viviendas y hasta es difícil introducir cemento para arreglar las existentes.
Esta sociedad desesperada es el caldo de cultivo del que se nutren movimientos islamistas como Hamas o Yihad Islámica, y seguramente también Fatah al Islam, pero éste no parece que haya nacido de forma espontánea. “En ese grupo hay no sólo palestinos, sino saudíes, yemeníes y árabes del Golfo... El grupo se ubica en la órbita de Al Qaeda”, señala a La Clave Nassar Ibrahim, miembro del Alternative Information Center (AIC), una organización israelí-palestina. Añade que en los campos de refugiados se dan cita otros grupos, como Usbat al Ansar, cuyo líder, Ahmed al Saadi, conocido como Abu Mahyan, se ocultaba en los años noventa en Ain Hilwa, donde llegó a comandar una fuerza de 800 hombres, enfrentada a Fatah, antes de escapar hacia Trípoli.
“Hay cierta relación entre Ansar y Fatah al Islam”, cree Ibrahim, “pero en los campamentos también está Yund al Sham (‘Soldados de Damasco’), una organización terrorista que opera en Siria, donde protagonizó varios tiroteos con las fuerzas de seguridad”. Su ataque contra la embajada estadounidense de Damasco, en septiembre pasado, produjo cuatro muertos. También tuvo un encontronazo con Fatah en Ain Hil-wa en mayo de 2006.
Difícil victoria militar
Bocanegra señala que incluso en el campo de Badawi, donde se refugian ya más de 21.000 personas que han conseguido salir del campo sitiado, se ven decenas de hombres fuertemente armados. Cree que en Nahar al Bared hay “varios grupos muy pequeños pero que conocen bien el campamento, los túneles...”, de ahí que el Ejército libanés, si se decidiera a entrar al campo, no tendría una victoria fácil. Lo que puede determinar el desenlace son las negociaciones que se empiezan a desarrollar entre las distintas facciones palestinas. “Nahar al Bared está dividido en cinco secciones, y no se sabe qué milicia domina qué zona ni qué negocian, pero no hay combates entre ellos”, afirma el cooperante del MPDL.
Fatah ha condenado la rebelión de Fatah al Islam, con la que niega toda relación, y ninguna formación palestina se ha solidarizado con el grupúsculo armado. Aun así, persiste el temor de que la mecha de la insurrección prenda en otros campamentos de refugiados. Nassar Ibrahim no lo descarta, aunque señala que en los campamentos sirios no existen milicias armadas, sino apenas asociaciones políticas o culturales, y que en Jordania, donde los palestinos forman prácticamente la mayoría de la población, no se observa ninguna estructura armada. Este país aún guarda el recuerdo del ‘septiembre negro’ de 1970, cuando las milicias palestinas se enzarzaron en sangrientos combates con el Ejército jordano.
Hizbulá ha condenado el ataque de Fatah al Islam al ejército libanésEs dudoso hasta qué punto la milicia de Nahar al Bared es un genuino movimiento palestino. Varios políticos libaneses, como Walid Jumblat, acusan a Siria de apoyar a Fatah al Islam para debilitar aún más el frágil Ejecutivo de Fuad Siniora, respaldado por Washington y enfrentado a Damasco.
Nasser Ibrahim considera “absurda” esta tesis. Señala otra opción, que la prensa libanesa sólo recoge “con mucha cautela, porque es un tema muy delicado en Líbano: la posible implicación del bloque parlamentario antisirio”, conocido como Alianza 14 de Marzo y dirigido por el suní Saad Hariri, hijo del asesinado ex primer ministro Rafiq Hariri, el druso Walid Jumblat y Samir Geagea.
Este último, cristiano y dirigente de las derechistas Fuerzas Libanesas, fue acérrimo enemigo de los palestinos durante la guerra civil. Pero aquel conflicto ya demostró que los enemigos de ayer a menudo acaban convertidos en compañeros de viaje: así, el general cristiano Michel Aoun, que combatió contra Siria hasta 1990, hoy cierra filas con Hizbulá.
Esta milicia chií fundamentalista, cercana a Damasco, protagoniza desde hace meses un duro pulso con el Gobierno y pide la dimisión de Siniora, pero no ha tardado en condenar todo ataque al Ejército libanés como una línea roja que no se debe cruzar.
Erupción imprevista
Es precisamente Hizbulá quien puede ser el objetivo final de Fatah al Islam. “Se cree que el bloque antisirio en el Parlamento conocía desde antes a la milicia palestina; no es que la apoyara concretamente, pero quizás permitiera su entrada a Líbano con la esperanza de hacerla enfrentarse a Hizbulá”, opina Nassar Ibrahim. Recuerda que un portavoz del grupo palestino, Shahín al Shami, declaró a la cadena Al Yazira que “el Ejército fue empujado hacia este combate por una tercera fuerzaen el gobierno libanés”, algo que, en su opinión, muestra que el choque no entraba originalmente en los planes de Fatah al Islam ni del Ejecutivo.
Añaden confusión los atentados con granadas y bombas en los últimos días en zonas cristianas y suníes de Beirut, que han dejado un muerto y varios heridos. Jumblat los atribuye a Fatah al Islam, pero éste niega su autoría. Se parecen enormemente a los atentados de primavera de 2005, también realizados en zonas cristianas. Entonces, numerosos libaneses de toda fe consideraban los ataques como “provocaciones destinadas a suscitar venganzas y dar un pretexto para una nueva contienda civil”. Nunca se supo quién estaba detrás, pero está claro que frente al enorme prestigio y la excelente organización de Hizbulá, todo un poder autónomo en el Estado, las fuerzas cristianas de derecha, desarmadas desde 1990, se sienten en franca inferioridad.
Ya hay pintadas por Beirut que piden recuperar el poder perdido y algunos jóvenes falangistas afirman que, “si no se hace algo”, la población musulmana irá dominando el país y acabará con la idiosincrasia libanesa. Es posible que, una vez más, los palestinos se hayan convertido en peones de la intrincada política del país de los cedros.
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