Un área del desierto recortado con el tiralíneas sobre el mapa. Eso parece Jordania, y de hecho, el país fue creado en 1922 por la diplomacia británica para otorgar un estado propio a la dinastía hachemí, un clan beduino aliado a Londres en la lucha contra el Imperio Otomano. Hoy, sólo una pequeña parte de la población es de origen árabe beduino. La mitad de los habitantes son descendientes de los refugiados palestinos, expulsados de sus tierras por Israel en 1948, a los que Jordania ha otorgado la ciudadanía. La connivencia entre la dinastía hachemí —que entre 1949 y 1967 administraba Cisjordania— y las organizaciones palestinas se vio truncada en 1970, cuando, durante el 'septiembre negro', una revuelta palestina intentó derrocar la monarquía. Tras semanas de guerra civil, los grupos políticos palestinos se exiliaron a Líbano. Jordania firmó la paz con Israel en 1994.

Ammán es hoy el centro de negocios de la región: bancos, vuelos regulares a todas las capitales de la región y su frontera abierta con Israel convierten el país en el cruce de carreteras entre Iraq, Arabia Saudí, Siria y Europa. Pero la fachada de modernidad de la capital apenas oculta una sociedad aún muy tradicional, patriarcal, organizada alrededor de los clanes y familias influyentes, y con una escasa vida cultural o social. El partido fundamentalista de los Hermanos Musulmanes, en la oposición, es la mayor fuerza política.