Los ultimos rebeldes
Caen como fichas de dominó. Una revista cerrada, un diario asfixiado, dos radios suspendidas, multas millonarias a diestra y siniestra, varios reporteros con un pie en la cárcel o con ambos... La prensa de Marruecos vive sus días más negros, los peores de la década, y no se ve ninguna luz en el horizonte.
El último caso es el del periodista Ali Amar, 43 años, cofundador del semanario Le Journal y hoy sentado en el banquillo por el supuesto robo de un ordenador. Detenido a las 5:45 de la mañana del 4 de junio pasado y en libertad con cargos, su juicio hoy puede acarrearle hasta dos años de cárcel.
La espectacular detención de Amar en el piso de la periodista Zineb El Rhazoui en Casablanca ―la policía echó abajo la puerta, pese a que la ley no lo permite a esta hora― el registro minucioso, las fotos de dos botellas de vino vacías y un supuesto ‘condón’ (en realidad una pastilla de jabón) muestran a las claras que no se trataba de dar curso a la denuncia de Sophie Jeanne Goldryng, una ex socia comercial de Amar, sino de hostigar a un periodista incómodo para el régimen.
Hoy se espera la sesión definitiva del juicio que debe aclarar si efectivamente, Ali Amar entró por la fuerza en la oficina de Goldryng, la amenazó y robó un ordenador o, como asegura el acusado y retoma Reporteros sin Fronteras en un comunicado, entró en la oficina y se llevó el aparato porque era copropietario y gerente de la empresa, aunque no había podido ejercer como tal en los últimos meses, debido a su exilio en España y Francia.
Si alguien tenía aún dudas sobre la importancia del robo de un ordenador en el sistema judicial marroquí, el propio ministro de Justicia, Mohamed Naciri, se encargó de disiparlas, al conceder el 10 de junio una entrevista al diario Bayane Al Youm: acusó a Ali Amar del uso de llaves falsas y allanamiento de morada ―dos delitos que no figuran en la denuncia oficial― y de dar una dimensión política. El verdadero corpus delicti no es el ordenador 'robado' sino un libro de Ali Amar sobre Mohammed VIAmar responde que la dimensión política del caso la da el propio ministro al respaldar la acusación antes del juicio.
Pocos dudan de que el verdadero corpus delicti no es el ordenador sino un libro que Ali Amar publicó en Francia el año pasado: Mohammed VI, el gran malentendido. Traza con precisión los altibajos del actual monarca desde su llegada al trono en 1999, y denuncia la deriva dictatorial de los últimos años. Un libro incómodo ―por supuesto, inencontrable en Marruecos―, basado en la experiencia periodística del autor al frente de la revista Le Journal.
Le Journal ya había sido cerrado el 27 de enero pasado. Con otro golpe de efecto: con la redacción al pleno trabajando en el cierre del número (era un miércoles), la policía entró, cambió las cerraduras, echó a todo el mundo y selló el local. El motivo ―o pretexto―: una deuda millonaria de la empresa editora.
“No hay duda de que es la línea editorial del Journal lo que ha precipitado su fin. Se disfrace como sea, se trata de una decisión política”, opinó Ahmed Reda Benchemsi, director de la revista TelQuel, hermana y rival del semanario cerrado, en un editorial, titulado emotivamente ‘Réquiem’.
De hecho, entre las dos redacciones hubo siempre cierta animadversión: los redactores del TelQuel jugaban el estilo del Journal “inútilmente extremo” ―como aclara el propio Benchemsi en su editorial― mientras que aquéllos hacían gala de cierto desprecio hacia los “aburguesados” que sólo se atrevían ya a denunciar la represión social o las corrientes islamistas, pero no el verdadero poder: el Palacio.
A la hora de la verdad, sin embargo, ambas publicaciones se respaldaban mutuamente porque en esencia eran lo mismo: dos exponentes del periodismo independiente, crítico y de calidad. Sin parangón en el resto de los países árabes. “Con el Journal se va una parte de todos nosotros”, concluyó Benchemsi.
Líneas rojas
Le Journal no siempre fue una revista de oposición. Fundado en 1997, aún bajo el reinado de Hassan II, fue considerado incluso el heraldo que iba a allanar el camino al joven rey Mohammed VI para construir un nuevo Marruecos; sus fundadores, todos jóvenes periodistas con ganas de saltarse las “líneas rojas” ― los límites tácitos de la libertad de expresión, a partir de las que empezaba la autocensura― se codeaban con ministros, altos cargos, banqueros; los anunciantes hacían cola. La ruptura sobrevino en 2000, cuando la revista entrevistó a Mohamed Abdelaziz, jefe del Frente Polisario; cara enemiga de uno de los tres grandes tabúes: el rey, el Sáhara, el islam. Aquella semana hubo páginas en blanco en la revista. En diciembre del mismo año, la revista fue prohibida por... el Gobierno socialista, por investigar la participación de ese partido en un golpe de estado de 1972. Pronto salió de nuevo con el nombre, prácticamente idéntico, de Le Journal Hebdomadaire, con un tono aún más combativo. Hizo frente a las denuncias por difamación que caían en cascada, a las multas astronómicas... y finalmente a las consignas del Gobierno que desaconsejaban a las empresas de anunciarse en este medio, según asegura Ali Amar. Fue una muerte por asfixia anunciada.
Curiosamente, el golpe de gracia lo dio un centro de análisis de Bruselas, el ESISC, dirigido por Claude Moniquet, que en 2006 obtuvo en los tribunales marroquíes una indemnización de 275.000 euros... porque Le Journal había despedazado un informe suyo sobre el conflicto del Sáhara y lo había calificado de “teledirigido desde Rabat”.
El caso de Le Journal y de Ali Amar sólo es la punta del iceberg. El 10 de junio, la Justicia pronunció una sentencia de seis meses de cárcel contra el periodista Taoufik Bouachrine, director del diario Akhbar al Youm. El delito: una supuesta estafa en una transacción inmobiliaria. Bouachrine asegura que ya había sido juzgado y absuelto del mismo delito y que el juez no quiso escuchar los testimonios que contradecían la acusación. La profesión al completo opina que se trata de un castigo contra el periodista, que ya estuvo en el punto de mira en otoño pasado: el 29 de octubre, la policía entró en tromba en Akhbar al Youm para decomisar un número en el que aparecía una caricatura del príncipe Moulay Ismael, realizada por el dibujante Khalid Gueddar.
Tanto el caricaturista como Bouachrine fueron condenados a tres años de prisión y multas de 14.000 euros, aunque se libraron de ingresar en la cárcel y el príncipe renunció a cobrar la indemnización de 300.000 euros que le acordó el juez.
Bouachrine ha recurrido la sentencia. Gueddar, famoso por su mordaz serie sobre Mohammed VI “El rey que quería dejar de ser rey” ―publicados en la web francesa Bakchich y en parte en MediterráneoSur― sigue en libertad, pero tiene prohibido salir de Marruecos.
El rey sagrado
También TelQuel ha tenido numerosos encontronazos con las autoridades, al igual que su publicación hermana Nichane, escrito en árabe y magrebí. Éste último fue suspendido durante dos meses a inicios de 2007, por haber publicado una serie de chistes populares, entre ellos algunos juzgados “irrespetuosos con la religión”. El último choque data de julio pasado, cuando la policía decomisó y destruyó 100.000 ejemplares de TelQuel y Nichane por la publicación de un sondeo ―favorable― sobre el rey.
El código de la prensa, reformado en 2007, sólo penaliza con uno a cinco años de cárcel “faltar el respeto al rey o a los miembros de la familia real”, no opinar sobre ellos. Pero parece haberse convertido en un reflejo habitual: en otoño pasado, Ali Anouzla, director del diario Al Jarida al Oula, y la periodista Bouchra Eddou, del mismo medio, fueron condenados a multas de 500 y 1.000 euros y un año y tres meses de prisión, aunque no tuvieron que ingresar en la cárcel. Su delito: en lugar de reproducir un comunicado del Palacio que informaba sobre una enfermedad vírica del rey citó a una fuente anónima según la que el malestar del monarca se debía a los medicamentos contra el asma. En marzo de 2009, el mismo diario ya había sido condenado a 17.000 euros por comentar una agresión a tiro limpio de un familiar del rey a un policía. El 5 de mayo pasado, finalmente, Al Jarida al Oula tiró la toalla y anunció el cierre.
Peor lo pasó Driss Chahtane, director del semanario arabófono Al Michaal: multa de 9.000 euros y un año de cárcel, por especular sobre la citada enfermedad del rey. Chahtane, entre rejas desde octubre, fue puesto en libertad el 14 de junio pasado gracias a un gesto de clemencia de Mohamed VI.
Pero no sólo el Palacio tiene la mano larga cuando se trata de atrapar a supuestos adversarios. La justicia y las autoridades policiales hacen incluso causa común con redes de mafia locales, cuando éstos quieren silenciar la prensa. El periodista y ecologista Mohammed Attaoui espera entre barrotes el juicio, fijado para el 28 de junio, que lo juzgará por “extorsión” de unos 100 euros... a todas luces para evitar que salga a la luz la documentación de este activista de la tala ilegal del cedro en el Medio Atlas. Un caso similar al de Mohamed Bouhcini, que en 2004 había ayudado a TelQuel a realizar un reportaje sobre el tráfico de hachís en el Rif y fue encarcelado por las autoridades bajo acusaciones falsas.
5.000 euros de multa...Censura radiofónica
En el mundo de la radio no hace falta ni denuncia: el Consejo Superior de Comunicación Audiovisual (CSCA), supuestamente un órgano de autoregulación, se ha armado de unas enormes tijeras de censura. El 3 de junio sentó ejemplo con Mars Radio, una emisora dedicado a música y deportes, que había entrevistado al joven cineasta Hicham Ayouch, autor de la polémica cinta Fissures ―polémica por sus escenas de sexo, alcohol y drogas― en una emisión con un marcado tono irónico. ¿Una esperanza? le habría preguntado la periodista, a lo que el cineasta respondió: “La presidencia de la República de Marruecos...” La emisión fue cortada y la radio difundió un comunicado contrito de excusas, pero de poco sirvió: 48 horas de suspensión y 5.000 euros de multa.
Desde la llegada de Abbas El Fassi al cargo de primer ministro, en 2007, las famosas “líneas rojas” parecen rebotar como gomas tensas y golpean a más de un reportero incauto. Ya no basta con respetar la trilogía Rey, Sáhara, Islam; ahora las autoridades cierran filas con los sectores más conservadores contra la prensa.
Hace dos semanas, el CSCA impuso una multa de 6.300 euros a la exitosa emisora de música Hit Radio, dirigido a un público veinteañero, y acortó su licencia de 5 a 4 años. El motivo: en la letra de una canción se había podido oír un “término obsceno extremamente inmoral e impúdico”, en concreto el utilizado en árabe magrebí para el sexo masculino.
Según la cadena, el presentador sólo había abreviado la frase inicial de la canción. Pero se trata de los sospechosos habituales: En 2008, el CSCA suspendió la cadena durante 15 días por los “diálogos de carácter pornográfico, que atentan manifiestamente contra la moralidad pública”: el mismo presentador, conocido como Momo, se había marcado un diálogo salaz con una oyente y al día siguiente había aconsejado a otra comprarse un vibrador. Ya en 2007, el mismo espacio fue multado con 9.000 euros por tratar temas como el sexo fuera del matrimonio, la homosexualidad o las drogas.
Hasta ahora se han salvado de la quema las revistas femeninas, entre las que hay también decididas defensoras de una reforma social a fondo. La más prestigiosa, Femmes du Maroc, rompió un tabú en noviembre pasado, al publicar en portada un desnudo. Muy decente ―una conocida presentadora de televisión, embarazada y tapándose con los brazos, enmarcada además en un reportaje largo sobre el embarazo y parto en Marruecos― pero aun así, el primer desnudo en un país oficialmente islámico. En este caso, sólo el diario islamista Attajdid entró al trapo para atacar, curiosamente, al marido de la retratada.
La oposición... en papel
“Tanto en Marruecos como en Egipto, la prensa moviliza a la sociedad, forma la conciencia, hace lo que no hacen los partidos políticos, todos encuadrados en sus sistema de prebendas y favores. Ni siquiera los partidos de la oposición en Marruecos critican realmente el sistema; la prensa sí lo hace”, opinaba en 2007 el arabista Pedro Rojo. Una buena fama que el Gobierno se ha dedicado a destruir a golpe de denuncias. Tras el hundimiento del Journal, sólo TelQuel mantiene el nivel de calidad y el tono crítico que durante la última década hicieron destacar Marruecos entre todos los países árabes como un caso único de libertad de prensa y como el Estado con más probabilidades de convertirse en una democracia.
Aún así, la prensa es el último reducto de quienes están en desacuerdo con la política o las normas sociales imperantes: “Los partidos no adoptan como referencia la universalidad de los derechos humanos”, aclara Khadiya Ryadi, presidenta de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) y sería impensable verles defender públicamente temas como, por ejemplo, la legalización de la homosexualidad: “Imposible, no tienen valor”, juzga Ryadi. En cambio “sí hay órganos de prensa muy avanzados en la defensa de los derechos humanos y las libertades, la igualdad”.
Pero no todo el monte es orégano: “Otros medios son todo lo contrario, están muy atados a la cultura dominante de la sociedad, no tienen el valor, o directamente no están de acuerdo” con los derechos humanos, según Ryadi. Un ejemplo es el el diario arabófono Al Massae, todo un fenómeno de masas que llegó a vender más de 100.000 ejemplares al día en un país donde la mayoría de los diarios no pasan de 20.000. Su fundador, director y columnista principal es Rachid Nini, uno de los personajes más polémicos de la prensa marroquí: populista, fustiga la corrupción y la dejadez del Gobierno y se hace abogado de la gente modesta... siempre en consonancia con los valores y la moral conservadores y religiosos. En 2007 aprovechó un intento de linchamiento de varios supuestos homosexuales en Ksar el Kebir para arremeter contra los “desviados”, pero se quemó los dedos: al asegurar que uno de los cuatro fiscales delegados de la localidad era homosexual le cayó la astronómica multa de 550.000 euros.
Desde entonces se difunde la sensación que el diario se dedica sobre todo a la persecución de los “enemigos del régimen”, encabezados por Ahmed Benchemsi, al que no para de denigrar por sus propósitos laicos. No perdió la oportunidad de denostar a Zineb El Rhazoui, reportera y cofundadora del Movimiento Alternativo para las Libertades Individuales (MALI), cuando ésta participó en el intento de romper simbólicamente el ayuno en ramadán en octubre pasado. Entonces incluso el muy oficial diario Al Alam, portavoz del partido Istiqlal, al que pertenece el primer ministro Abbas El Fassi, le dedicó un editorial en portada, titulado “No son de los nuestros”.
Hubo quien calificó Al Massae como “anexo de la policía” después de que relatara la detención de Ali Amar en el piso de Zineb El Rhazoui en compañía de dos botellas de vino (el consumo de alcohol es legal en Marruecos): todo indica que la redada no fue ordenada para aclarar la denuncia de robo sino para exponer la “pareja” Amar y El Rhazoui y su “vida licenciosa” al linchamiento de la prensa conservadora. Los dos afectados se lo toman con cierto humor: han reemplazado sus retratos en la red Facebook por sendas fotografías de un ordenador y una botella de vino. Una manera de continuar la guerra.