Culebrones otomanos
Demasiado harén, demasiadas concubinas escasas de ropa y sobre todo, demasiado alcohol en la mesa del sultán. Lo que para algunos es un atractivo en la última telenovela turca, para otros es motivo de profunda indignación.
Tan profunda que en apenas 25 días, el Consejo Audiovisual de Turquía (RTÜK) ha recibido 75.000 quejas, más que en todo el resto del año. Casi todos ―el 93%― se referían a la serie ‘Muhtesem Yüzyil’ (‘Un siglo magnífico’), que relata la vida de Solimán el Magnífico (1494-1566), emperador otomano y, en su momento, tal vez el soberano más poderoso del mundo.
No todo eran mensajes. Los integrantes de Alpleren Ocaklari, una organización juvenil asociada al partido ultranacionalista BBB, protestaron con una lectura del Corán frente a la mezquita de Suleimán en Estambul. Los jovenes del islamista Partido Saadet ―al que pertenece el ex primer ministro Necemettin Erbakan― preferían lanzar huevos contra la fachada de la sede de Show TV, la televisión que desde el 6 de enero emite la serie. Un tercer grupo cortó durante diez minutos una autovía urbana con pancartas religiosas.
El partido gubernamental AKP, que goza de mayoría absoluta en el Parlamento, se puso del lado de los radicales. “Se debe castigar a quienes intentan humillar a los grandes personajes de nuestra historia, al retratarlos de forma incorrecta. Haremos lo necesario”, amenazó el viceprimer ministro, Bülent Arinç.
Ver al califa del islam consumir alcohol en la pantalla sería más de lo que soportarían los sectores que quieren revivir el glorioso pasado otomano de Turquía bajo una bandera verde islámica. Y la cantidad de escenas de harén, con bastante piel femenina a la vista, provocaron incluso las críticas de algunos historiadores, como Beyazit Akman, quien lamentaba que la serie representara “clichés bárbaros”. La guionista, Meral Okay, no se da por aludida. “Los otomanos tenían harenes y no se reproducían mediante la polinización”, recuerda a la prensa turca.
Tampoco es novedad que los sultantes gustaban del vino especiado, según añaden otros expertos. “La serie no cae en errores orientalistas: salvo un error en la expedición naval a Rodas todo lo demás concuerda con lo que los historiadores turcos han publicado, aunque no olvidemos que es una serie televisiva tipo ‘Los Tudor’ y no un documental”, añade un seguidor.
Pero tras unos días de reflexión, la RTÜK emitió su veredicto el 12 de enero: una advertencia al programa por “violar las reglas de emisión”. Si la televisión no hace caso ―presumiblemente, modificando el guión―, el programa podrá ser suspendido, advierte.
La recuperación del esplendor otomano es uno de los grandes debates de Turquía, donde incluso la nueva política exterior, con foco en los Balcanes y Oriente Próximo, se empieza a definir como “neo-otomanismo”. Encaja en la visión del gobierno acercar esta época al público ¿pero tal vez no tanto?
No tanto, opinan también los únicos que tal vez tendrían derecho a quejarse: los propios descendientes de Solimán. “A nosotros nunca nos preguntan”, se quejó el Sehzade (príncipe) Abdulhamid Kayhan Osmanoglu al diario turco Hürriyet. “Es como si no existiéramos”. Le molestaba la imagen del harén: “No entiendo por qué lo asocian a las mujeres esclavas y el sexo”, añadió.
Príncipe actor
Quizás el remedio venga de la mano de otro príncipe otomano: Orhan Osmanoglu, tataranieto del último gran sultán, Abdulhamit II, depuesto en 1909, tendrá el papel protagonista en otra serie televisiva que se empezará a rodar pronto. Retratará la vida del nieto de Abdulhamit, y abuelo del actor, Abdulkerim Efendi. El príncipe fue enviado al exilio, como toda la familia otomana, en 1924, al año de derrocarse la dinastía, y pasó de Beirut a Nueva York, donde murió asesinado a tiros en 1935.
“Últimamente se han emitido muchas producciones de baja calidad en la televisión turca que han retratado de una manera falsa a la familia real”, afirma Orhan Osmanoglu, cuyo apellido significa “hijo de la casa otomana”. “Es hora de que seamos más activos al mostrar nuestra historia”, asegura. Pero niega que haya alguna intención política. “Mi único objetivo es contar la vida de mi abuelo”, reitera. Millones de turcos escudriñarán sus gestos para descubrir el lado humano de los otomanos.
La “casa real otomana” ha sido un tema espinoso en la política turca contemporánea. Cuando el general Mustafá Kemal ‘Atatürk’ abolió el califato y proclamó la moderna República de Turquía, a los miembros varones de la familia real se les dio un día para abandonar el país. A las mujeres, una semana.
Esta situación fue fielmente descrita hace una década por la escritora Kenizé Mourad en su exitosa novela "De parte de la princesa muerta", basada en la vida de su propia madre, la princesa Selma. El abuelo de ésta, el sultán Murad V, reinó por apenas 93 días antes de ser depuesto debido a una enfermedad mental, y su sucesor, su hermano Abdülhamit II, fue el último de los sultanes, derrocado por Atatürk.
Y a partir de ahí, el exilio. Algunos miembros de la familia real se dirigieron a Europa o a Estados Unidos. Otros, a Líbano, a la India, a cualquier lugar donde se respetase su linaje. Tal vez la historia más representativa sea la de Ertugrul Osman, heredero a un trono que jamás ocupó. La caída del sultanato le pilló de estudiante en Europa, y a partir de los años 40 se instaló en Estados Unidos. Casado con la hija del también derrocado rey de Afganistán, en sus últimos años malvivía junto con sus doce perros en un pequeño apartamento de Manhattan por el que pagaba una renta de 350 dólares al mes.
En 1974, el gobierno turco otorgó una amnistía a los miembros de la casa real otomana. “Os agradezco la invitación, pero no necesito vuestra amnistía porque no hicimos nada malo”, declaró entonces Ertugrul. Se le concedió la ciudadanía turca en 1992, pero durante la mayor parte de su vida se negó a aceptar un pasaporte turco, hasta que el endurecimiento de los controles aéreos tras los atentados del 11-S le obligó a tragarse su orgullo y empezar a utilizar este documento.
Ertugrul, quien falleció en 2009, admitió en sus últimos años que no esperaba un restablecimiento del sultanato, puesto que “la democracia funciona bien en Turquía”. Para las nuevas elites turcas, defensoras del legado de Atatürk, la casa real representaba el pasado, el atraso que pretendían dejar atrás. Por ello, durante décadas, el retrato oficial de los sultanes fue el de una dinastía decadente, incompetente, poco preocupada por el futuro del pueblo turco.
Esta imagen va a cambiar, gracias a la labor de Orhan Osmanoglu. Éste, sin embargo, no mantiene buenas relaciones con el resto de la casa real, según explican fuentes cercanas a esta familia. Orhan es percibido por muchos como un ‘showman’, alguien que está constantemente intentando llamar la atención.
No ha gustado, por ejemplo, que haya cacareado que su proyecto de crear una Fundación de la Dinastía Otomana tenga como objetivo “ayudar a los miembros de la familia real con problemas financieros”, una situación que algunos se niegan a admitir.
Por ello, a la hora de rodar esta serie ha sido necesario el permiso del príncipe Harun Abdülkerim, el más viejo de los 24 ‘Sehzade’ (un término que agrupa a los hijos y nietos del sultán) que quedan vivos. “El príncipe Harun es la figura más autorizada en la familia. Si él da su permiso, no puede haber una reacción por parte de otros parientes”, asegura Orhan, intentando zanjar el asunto de las rivalidades. Ya saben, ocurre hasta en las mejores familias.