Cuestión de confianza
La reunión era casi de sorpresa. El 25 de julio pasado, Ahmet Davutoğlu, ministro de Exteriores de Turquía y Celso Amorim, su homólogo de Brasil, se encontraron para desayunar en Estambul. En el almuerzo se les unió el responsable de Exteriores de Irán, Manouchehr Mottaki. En la mesa: el acuerdo de los tres países para continuar con el programa nuclear iraní sin dar lugar a sospechas.
“Reclamamos el derecho de todos los países, incluída la República Islámica de Irán, a la investigación, producción y uso de la energía nuclear con fines pacíficos, sin discriminación”. Con estas palabras, los presidentes de Irán y Brasil y el primer ministro turco ―Mahmud Ahmadineyad, Lula y Recep Tayyip Erdogan― habían sellado en mayo el acuerdo que permitirá a Irán transferir uranio levemente enriquecido a Turquía. Allí, el material será procesado y convertido en combustible para un reactor nuclear en Teherán.
Dado que Irán clama que su programa nuclear no tiene otro objetivo que el abastecimiento energético ―algo que la comunidad internacional consideraría legítimo―, esta iniciativa mitiga el riesgo de que Teherán se haga con la bomba atómica: dispondría de uranio pero no del conocimiento técnico para refinarlo hasta un punto que lo convierta en arma. Pese al respaldo de Ankara y Brasilia a Teherán, la Unión Europea aprueba nuevas sanciones contra Irán
La reunión de los tres ministros reiteró un acuerdo que se lleva fraguando desde hace casi un año: el pasado octubre pareció abrirse una posible solución a la crisis nuclear iraní, cuando Naciones Unidas propuso que Irán enviase 1.200 kilos de uranio enriquecido al 3,5% para ser procesados en Francia y Rusia y recibir a cambio 120 kilos del mineral vez enriquecido al 20%.
Sin embargo, poco después, Irán rechazaba la propuesta, lo que hizo dudar de sus verdaderas intenciones y le acarreó la amenaza de nuevas sanciones. Ahora, no obstante, Irán acepta el trato, pero con una variante: el procesamiento se hará en Turquía.
Pero el respaldo de Ankara y Brasilia ―ambos buenos aliados de Estados Unidos y Europa― no ha podido evitar que al día siguiente, lunes, la Unión Europea aprobara una nueva serie de sanciones económicas contra Irán, las más duras hasta la fecha. Ankara no se sumó a ellas. “Respetaremos las sanciones impuestas por la ONU, pero no tenemos que ir más allá”, declaró el ministro de Finanzas turco, Mehmet Mehmet Şimşek.
Ya el 9 de junio, tanto Brasil como Turquía habían votado en contra de las restricciones, algo que disparó las especulaciones sobre un cierre de filas de Ankara con Teherán en detrimento de Occidente. Al coincidir la votación con la crisis entre Turquía e Israel por el asalto de éste país a la flotilla de Gaza, muchos imaginaron Ankara convertido en parte de un supuesto bando islamista internacional.
Algo totalmente falso, según un alto cargo de Exteriores turco, que explicaba recientemente la situación bajo condición de anonimato y rechaza “todas estas tonterías de un cambio de eje” político. En realidad, Ankara no se sale del guión occidental, asegura: “Nuestros amigos americanos están confundidos. Tanto Estados Unidos como Europa nos animaron a hablar con Irán, y al conseguir el acuerdo del intercambio de uranio creemos haber conseguido gran parte de lo que Washington y Bruselas quieren”.
Carta de Obama
“Fue Mohamed Baradei [entonces director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica, AIEA] quien nos propuso este trato, y Turquía no hizo más que aceptar. Las negociaciones posteriores se hicieron siempre en estrecha consulta con Estados Unidos y la UE”, añade el asesor. Para dar más peso a sus palabras cita una carta dirigida a Ankara: “Será una importante medida de construir confianza si se sacan estos 1.200 kilos de uranio de Irán levemente enriquecido a través de Turquía”. Firmado: Barack Obama.
De hecho, Estados Unidos califica la transferencia de uranio fuera de suelo iraní de “paso positivo” y “reconoce los esfuerzos de Brasil y Turquía” en la mediación, pero critica duramente las declaraciones de los portavoces del gobierno iraní, que han asegurado que de todos modos continuarán enriqueciendo las mismas cantidades de uranio que hasta el momento, “lo cual es una violación directa de las resoluciones del Consejo de Seguridad”, según ha expresado Robert Gibbs, secretario de la Casa Blanca para Irán, en un comunicado. Explicó su preocuopación por “el constante fracaso de Irán a la hora de cumplir con sus propios compromisos”,
“Cuando se propuso el acuerdo, estos 1.200 kilos eran el 80 por ciento de la cantidad de uranio enriquecido; ahora sea tal vez el 50%”, admite el asesor. “Bien: saquemos esta cantidad y luego trataremos del resto” propone. “Votamos en contra de las sanciones en la ONU porque habría sido contradictorio con nuestra posición de negociador y porque creemos que no funcionarán: tampoco han funcionado las anteriores restricciones. Pese a las luchas interiores en Irán hay un consenso nacional en el respaldo al programa nuclear”, concluye.
Negociar en septiembre
Teherán se lo toma con calma. Sólo Mahmud Ahmadineyad dedicó algunas palabras a las nuevas restricciones y amenazó con que Europa “se arrepentiría” si, a la luz de las sanciones, registrara barcos o aviones persas.
Por lo demás, todo sigue su curso: Teherán ha notificado al Organismo Internacional de la Energía Atómica la propuesta, a la espera de que sea aprobada por el llamado Grupo de Viena (formado por esta institución, más Estados Unidos, Rusia y Francia) y propone retomar las reuniones en septiembre, una vez pasado el mes de ramadán. Alemania, importante socio comercial de Irán, apoya la apuesta turca por seguir negociando con Teherán Según Ankara, se prevé que Said Jalili, negociador jefe de Teherán, se reúna entonces con Catherine Ashton, alta representante de la UE para Asuntos Exteriores.
La negociación se llevaría a cabo con el llamado ‘Grupo 5+1’, que son los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, más Alemania, el país europeo que mantiene excelentes relaciones comerciales con Irán.
De hecho, el ministro de Exteriores alemán, Guido Westerwelle, dejó entrever que su país no estaría en el bando opuesto. Calificó de “buena señal” la disposición iraní a negociar el intercambio de combustible nuclear. “Creemos que habrá una cooperación integral”, añadió, tras reunirse con su homólogo turco, Ahmet Davutoğlu, el miércoles 28 de julio.
Ankara ya se ha convertido en un interlocutor imprescindible en el proceso. Según había pronosticado el analista turco Serkan Demirtas, “una respuesta positiva de la comunidad internacional puede disparar la credibilidad de Turquía, así como salvarla de un posible dilema en el Consejo de Seguridad cuando se voten nuevas sanciones contra Irán”.
No ocurrió: Turquía se halló frente al dilema y eligió, a tenor de las primeras reacciones, el bando equivocado. Pero las recientes reuniones con Westerwelle y, poco antes, Ashton, muestran que Ankara no se ha convertido en un paria. Su relación de buena vecindad con Teherán se inscribe en una ofensiva diplomática mucho más amplia, caracterizada por el citado asesor de Exteriores como “política de cero problemas”. En los últimos meses, el primer ministro, el presidente, el ministro de Exteriores y el presidente del Parlamento han pasado más tiempo en el avión que en la oficina para afianzar lazos simultáneamente con Grecia, Bosnia, Serbia, Bulgaria, Siria, Kazajistán, Kirguizistán... Todo indica que Ankara se ha convertido en un nuevo y respetado árbitro de los diversos partidos geoestratégicos que se juegan entre Europa y Asia.
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