Bienvenidos a Hizbulandia
Llegar a Mlita no es fácil. Este lugar está escondido en lo alto de una colina, al final de una carretera que serpentea por las montañas de Yebel Baruk, atravesando las humildes localidades chiíes del sureste de Líbano. No abundan los carteles, pero los vecinos saben perfectamente dónde está. Todos lo han visitado. Pueden permitírselo, porque la entrada apenas cuesta 2.000 libras libanesas (algo menos de 1 euro).
Lo remoto de la localización se debe a que es el punto donde se libraron algunos de los combates guerrilleros más sangrientos entre Hizbulá e Israel y su aliado cristiano libanés, el Ejército del Sur del Líbano. La cueva de Mlita, que da nombre al parque temático, sirvió de cuartel general a Sayid Abbas Musawi, el antiguo líder de Hizbulá, muerto en combate en 1992.
Su sucesor, Hassan Nasralá, se convertiría en uno de los políticos más carismáticos no sólo de Líbano sino de todo Oriente Próximo. Bajo su liderazgo, el hostigamiento de Hizbulá a las fuerzas israelíes que ocuparon la franja sur de Líbano desde 1982 fue incesante y forzó finalmente la retirada de Israel del país. Una victoria que contribuyó a afianzar la imagen de Nasralá como héroe árabe.
Mlita fue inaugurada el pasado 25 de mayo, día del décimo aniversario de la retirada israelí del sur de Líbano, y en sus primeros diez días atrajo a 130.000 visitantes. Ha costado 4 millones de dólares, pero, a efectos de propaganda, a Hizbulá le ha merecido la pena. “Cierto… Israel no es invencible”, se lee en uno de los carteles de la entrada.
Todo el parque está pensado para glorificar la “muqawama”, la “resistencia contra el ejército “israelí” y sus colaboradores”. En los carteles, el gentilicio está escrito así, entre comillas, puesto que Hizbulá no reconoce al estado de Israel. Aunque, eso sí, en un mapa que cuelga de la pared, las palabras 'Palestina ocupada' están cuidadosamente insertados en el espacio correspondiente a Cisjordania, y tanto la frontera de este territorio como la de Gaza están claramente marcadas.
Tanques Merkava
Tal vez lo más impactante del parque sea la primera atracción, “El abismo”, una plataforma desde la que pueden contemplarse varios tanques Merkava despanzurrados, alrededor de los que, durante nuestra visita, transitan varias familias numerosas libanesas. Uno puede tomarse fotos junto a los vehículos oxidados, y si no ha traído cámara, no se preocupe: el parque tiene su propio fotógrafo.
En el centro de la plataforma, algunos detalles ponen de manifiesto el punto kitsch siniestro del lugar: un tanque al que se le ha doblado el cañón, haciendo un nudo, y una tumba con el emblema de las Fuerzas de Defensa Israelíes, sobre la que se lee, en hebreo, “Abismo”. Alrededor, esparcidos, decenas de auténticos cascos de soldados israelíes muertos en la guerra contra Hizbulá.
“Hijo, hazme una foto con los misiles”, le dice un padre, visiblemente orgulloso, a su vástago, delante de una batería de cohetes 'katiusha', que tanto terror han causado entre la población israelí durante la guerra de 2006. En este conflicto, desencadenado por un ataque de Hizbulá, que capturó dos soldados israelíes —muertos durante la acción o poco después—, la guerrilla libanesa lanzó 4.000 cohetes sobre el norte de Israel, causando 43 víctimas mortales. Apenas nada, argumenta el grupo armado, comparado con los más de 1.500 civiles libaneses muertos por los bombardeos aéreos israelíes durante el mismo conflicto, según se lee en uno de los carteles del museo.
El desequilibrio entre las cifras de víctimas no sirvió de nada a Israel: tras 34 días de combates, los tanques Merkava de Israel no consiguieron llegar más allá del río Litani. Su incapacidad de acabar con la guerrilla, atrincherada en las colinas, se interpretó ampliamente como una victoria de Hizbulá, capaz de frenar el avance del ejército más poderoso de todo Oriente Próximo.
Aquí, bajando la colina, maniquíes y viejos materiales de guerra muestran cómo el grupo se organizaba para realizar incursiones guerrilleras contra sus enemigos: motocicletas todoterreno para ocuparse de la mensajería, pequeños hospitales de campaña, trincheras ocultas bajo redes de camuflaje.
“¡Mira, mamá, los guerreros!”, exclama un chiquillo entusiasmado al divisar entre la maleza a tres muñecos que portan un bazooka, camuflados a un par de metros del camino. Todo ello, rodeado de altavoces que escupen una música épica digna de telefilme de mediodía.
El lugar cuenta también con dos salas de oración separadas para hombres y mujeres, y con un cine, donde se proyecta una especie de videoclip que, entre imágenes de archivo y fanfarria, narra la historia de la resistencia chií en Líbano (no sólo la de Hizbulá: el primer atentado tuvo lugar en 1982, cuando el grupo todavía no existía). Al lado, la tienda de regalos todavía no ha sido inaugurada. Una auténtica lástima.
Túneles
Nasralá acusa a Israel
El líder de Hizbulá, el jeque Hassan Nasralá, acusa a Israel de estar detrás del asesinato del primer ministro libanés Rafik Hariri en 2005, y afirma tener pruebas. Así lo declaró el pasado martes en un discurso retransmitido en vídeo a miles de seguidores (Nasralá raramente se muestra en público, por temor a un atentado) en los barrios chiíes del sur de Beirut.
Nasrala, que indicó que daría a conocer dichas pruebas en una rueda de prensa el lunes siguiente, sale así al paso de la presunta implicación de Hizbulá en dicho asesinato, cometido mediante un coche bomba que acabó también con la vida de otras 21 personas.
Tras el atentado, Naciones Unidas creó un tribunal especial para este caso, cuyo informe de progreso está previsto que sea publicado el próximo septiembre. Se cree que el informe acusará a algunos miembros de Hizbulá, que presuntamente habrían dado apoyo logístico a los ejecutores del atentado.
Mucho se oyó hablar de los túneles de Hizbulá durante la guerra de 2006. Israel intentó en vano quebrar la red subterránea que el grupo radical islámico mantenía en las colinas del sur de Líbano. Según el periodista de investigación norteamericano Seymour Hersh, con buenos contactos en el estamento militar estadounidense, los ataques israelíes eran un ensayo contra las tácticas de guerra subterránea desarrolladas por Hizbulá y sus aliados iraníes, para probar su eficacia en caso de un posterior ataque contra Irán, cuyas instalaciones militares se encuentran bajo tierra en muchos casos.
En Mlita es posible visitar uno de estos túneles. En las habitaciones de los búnkeres, decoradas con colchonetas, viejos uniformes y rifles Kalashnikov, se experimenta la claustrofobia del combate bajo tierra, acompañados del crepitar de una radio que simula las comunicaciones militares de la guerrilla. Aunque hoy, afortunadamente para el visitante, la administración del parque ha instalado aire acondicionado en los túneles.
Cuando salimos del parque, nos dirigimos al restaurante, donde, bajo un techado de camuflaje, el adolescente que está al cargo juega un partido España-Brasil contra un amigo en la Playstation. La televisión de 54 pulgadas fue instalada hace un par de meses, al parecer, para que los visitantes de Mlita también pudieran disfrutar del Mundial.
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