El eterno viaje hacia el centro
Si los árabes fueran inteligentes, se estarían quietos un par de años. Porque entonces, en Israel empezaríamos a pelearnos entre nosotros mismos. Iríamos directamente a la guerra civil: nuestras diferencias internas son irresolubles".
Esta sombría predicción de Uri Mathias, 60 años, miembro de un kibbutz en el norte de Israel, parece de momento conjurada: durante esta campaña electoral, ningún partido ofrece un proyecto de sociedad concreto.
Ya no hay manifestaciones a favor y en contra de una 'judaización' de la vida pública, como las que evidenciaron la fractura social en las citas electorales anteriores. Shinui, el partido laicista que se convirtió en la tercera fuerza del Parlamento (la 'Knesset') en 2003, ha desaparecido del mapa.
El muy ortodoxo Shas ha bajado su tono; ya poco se habla de las playas separadas para hombres y mujeres —existen algunas— o de las normas urbanísticas que obligan a dotar los edificios nuevos con ascensores que puedan utilizarse el sábado sin necesidad de apretar un botón, acto prohibido durante el shabat según la interpretación ortodoxa. Hoy, el debate electoral gira en torno a un único tema: la "seguridad", término con el que los políticos israelíes se refieron al conflicto palestino.
"Cuando hay ataques del exterior, el lugar más seguro es el centro" asegura Yossi Bartal, analista del independiente Alternative Information Center en Jerusalén. "Todos intentan ocupar este lugar en el espectro político.
Virtualmente no hay diferencias entre las propuestas de los tres grandes partidos, el Laborista, el Likud y Kadima: defienden una retirada parcial de los territorios, sin negociaciones, para alejarse del problema y empezar una nueva era, aunque en realidad, eso no terminaría con el problema" opina Bartal. "El discurso es que no hay nadie al otro lado con quien se pueda negociar. Claro, porque nunca hemos permitido que haya nadie. Incluso el izquierdista Meretz apoya esta visión y la construcción de un muro de separación. La única oposición viene de la extrema derecha, opuesta a cualquier retirada."
Todos los sondeos dan como ganador a Kadima, el partido fundado por el primer ministro Ariel Sharon, actualmente en coma. Ahora, el ex alcalde de Jerusalén, Ehud Olmert, dirige la nueva formación 'centrista', aliado con Shimon Peres, el octogenario laborista que en 1994 forjó los acuerdos de Oslo.
Los colonos sionistas, opuestos a la "entrega de suelo judío a los árabes" tachan de "traidor" a Sharon. Una década antes, el laborista Itzhaq Rabin había hecho el mismo viaje: admirado por los colonos como héroe de la guerra y implacable ministro de defensa que aplastó la primera intifada palestina, fue asesinado como 'traidor' por negociar con Yasir Arafat. Hoy, Ehud Olmert, hasta hace poco valedor de los colonos y dirigente del ala más radical del Likud, repite el camino hacia el centro.
Fijar las fronteras
La campaña de Kadima se centra en la necesidad de fijar las fronteras definitivas del Estado de Israel para proteger a la población judía, un proyecto previsto para 2010. El dirigente laborista Amir Peretz, aparte de prometer —como todos— que lucharía "contra el terrorismo", ha puesto énfasis en la promesa de aumentar el salario mínimo, una de las pocas propuestas no centradas en la "seguridad".
Benyamín Netanyahu, a las riendas del Likud, defiende un lema conciso: "Duro contra Hamás". Se niega tajantemente a posibles retiradas unilaterales o evacuaciones de colonos de Cisjordania y arremete contra Kadima por su "exceso de concesiones" a los palestinos. El mismo discurso que tuvieron Sharon y Olmert cuando estaban aún en la oposición.
Pero los colonos —apenas 400.000 personas, menos de un 1% de la población, pero con un peso político importante— ya no confían en nadie. Sara Dadon, 48 años, cinco hijos, fue evacuada con su familia en agosto pasado del asentamiento de Netzer Jazani en la Franja de Gaza. Hoy vive en el kibbutz de Ein Tzurim. Aún no sabe a quién va a votar. "Nos han hecho mucho daño. Todos. Aunque se haya ido Sharon, el Likud no ha cambiado. Quizá votaré al Partido Nacional Religioso". Esta formación, fusionada con Unión Nacional, el partido más ultraderechista de todos, ocupa seis escaños pero se prevé que subirá. El profesor y analista Shmuel Sandler cree que ahora, los moderados del sector 'nacional religioso' voten a Kadima, en el que precisamente hay tres miembros de ese grupo. El rabino Yoel Binun, fundador del movimiento Gosh Emunin, la base ideológica del movimiento de colonos, también ha expresado su apoyo a Kadima.
Frente a la 'amenaza' exterior, no sólo ha desaparecido la fractura entre religiosos y laicos. También se difuminan los bloques étnicos que forman las 'capas' de la sociedad israelí. Amir Peretz es el primer dirigente laborista que no es de origen centroeuropeo (askenazí), la tradicional élite israelí. Peretz, judío nacido en Marruecos, representa a los mizrahíes (o sefardíes), cuyo peso numérico es similar al de los askenazíes, pero poco representado en los altos cargos de la política o la enseñanza. "Desde luego nadie le reprocha oficialmente a Peretz que sea mizrahí, pero se le retrata ingenuo, incapaz, débil…" critica Yossi Bartal. "Hay mizrahíes que han llegado a ministro, como Shlomo ben Ami, también de origen marroquí, pero como primer ministro no se les aceptaría. Es curioso: cuando Peretz ganó las primarias, muchos laboristas abandonaron el partido para unirse a Kadima. El único sitio donde un mizrahí puede hacer carrera es en el Ejército. Lo peor es que nadie habla de eso; es un tema completamente tabú".
Un millón de rusosSi la sociedad homogénea askenazí sufrió un profundo cambio con la llegada masiva —fomentada desde el Gobierno— de los judíos magrebíes a partir de los años 60, la caída de la Unión Soviética le dio otro vuelco: más de un millón de judíos procedentes de Rusia y Ucrania se acogieron a la ley que declara ciudadano israelí a cualquier judío del mundo. Mucho de ellos han creado una especie de sociedad independiente, rusoparlante y aislada de Israel. Se les acusa de promover la prostitución, la delincuencia y la droga. También en este caso, el Gobierno incentivó la inmigración, ofreció ayudas y acabó por instalar a unos 25.000 rusos en los asentamientos de Cisjordania, una especie de escudo humano frente a los palestinos.
El analista Amnom Sella afirma que "la afiliación de los rusos ha variado mucho".Al principio votaban por partidos como Israel Baliyah, con bases netamente rusas, pero su líder Natan Sharansky acabó por integrarse en el Likud y los partidos exclusivamente rusos desaparecieron. Ahora ocupa este lugar Israel Beitenu, encabezado por Avigdor Liberman, de origen moldavo. Ministro de transportes con el Likud, fue destituido por Sharon en 2004 por defender una separación territorial entre judíos y 'arabes' israelíes. Sella cree que su partido "puede obtener 10 ó 11 escaños y convertirse en la cuarta fuerza política de Israel".
Los 'árabes israelíes' —es decir, palestinos que se quedaron en el territorio cuando Israel declaró su independencia y obtuvieron la ciudadanía — forman un 20% de la población, pero apenas tienen 8 escaños en el Parlamento. Ibrahim Sarsur encabeza una de las tres formaciones consideradas 'árabes', la Lista Unida Árabe para el Cambio. "Si todos los árabes votaran al mismo partido podríamos conseguir entre 18 y 20 diputados". Pero hay quien vota a un partido sionista por intereses muy específicos o "promesas que en la mayoría de los casos no se materializan".
Sarsur cree "en el progreso hacia la igualdad de la minoría árabe en Israel, aunque sea lento". De momento, la separación se expresa en los materiales educativos, en que un israelí árabe no puede hacer el servicio militar, y en un nivel social mucho más bajo.
Raya Aghbariya, del Comité Popular del Boicot para las Elecciones, rechaza "dar legitimidad al Parlamento sionista" y pide "un autogobierno para la minoría árabe". Mohamed Zeidan, 38 años, director de la Asociación Árabe por los Derechos Humanos, tampoco votará: "Para formar parte de la 'Knesset' tienes que reconocer a Israel como Estado judío. Bajo esa premisa, las minorías siempre estaremos fuera del consenso, marginadas".
Es difícil prever las futuras alianzas en el arco parlamentario atomizado. Con el Shinui escindido, y las formaciones de derecha religiosa inmersos en un incesante proceso de fusiones y divisiones, la 'Knesset' se parece muy poco al mapa surgido de las elecciones de 2003. Entre el trasiego de diputados y siglas, nadie parece recordar el sueño —laico, socialista, igualitario— que trajeron los primeros colonos sionistas hace cien años. Hoy, sólo el miedo al enemigo común aglutina a esta "sociedad imposible", en palabras del agnóstico 'kibbutznik' Uri Mathias, que se define "israelí, no judío" y tiene clara su postura: "No odio a los árabes. Sino a los religiosos. Son cada vez más. Nuestro país no era eso. En nuestro kibbutz nunca había sinagoga".
Entrevista con...