La clase política se desmorona
Caen como fichas de dominó: tres ministros, cinco altos cargos y tanto el presidente como el primer ministro de Israel están bajo investigación judicial por corrupción o abusos. Algunos han tenido que dimitir en los últimos meses mientras que otros aguantan el tirón. Pero la popularidad de Ehud Olmert ya está por los suelos: sólo le apoya entre el 3% y el 7% de la población.
Es el efecto retardado de la guerra del Líbano en agosto pasado. Así lo cree Sergio Yahni, periodista del Alternative Information Center, un centro de análisis israelí-palestino: “La derrota en Líbano debilitó a los políticos y creó una sensación de inseguridad en la población. Ahí nace una crisis del Estado, una lucha entre la sociedad política y la Administración”, afirma Yahni. Señala tres cargos públicos, “habitualmente grises”, como abanderados de la lucha contra la corrupción gubernamental: el fiscal general, el auditor público y el responsable de presupuestos del Ministerio de Finanzas.
Besos y Dimisiones
Ninguna de las acusaciones es nueva, pero la bajísima popularidad de la clase política favorece que la prensa informe sobre faltas que pueden parecer menores, como el beso con lengua que el ministro de Justicia, Haim Ramon, dio a una joven soldado en agosto pasado y que le obligó a dimitir. De caracter sexual es también la acusación contra el presidente, Moshe Katsav, que pidió una excedencia de tres meses —terminará la semana que viene— tras ser acusado de haber abusado de ocho mujeres de su entorno laboral. Sólo podrá ser juzgado si dimite, algo que descarta.
Más atención atrae la investigación contra Ehud Olmert. El fiscal general, Menahem Mazuz, investiga un posible tráfico de influencias en la venta del banco Leumi, en 2005. Mientras tanto, el auditor público Micha Lindenstrauss desvela que Olmert compró, en 2003, una casa en Jerusalén por 900.000 euros, unos 240.000 menos de su valor de mercado, y promete “revelaciones graves” en los próximos días. Además, el Tribunal Supremo ha ordenado a la Comisión Winograd, encargada de escudriñar los errores cometidos durante la guerra de Líbano, hacer públicos los testimonios de Olmert, del ministro de Defensa, Amir Peretz, y de Dan Halutz, ex jefe del Estado mayor del Ejército, antes de que publique su informe provisional a finales del mes.
Halutz dimitió en enero tras conocerse que había vendido todas sus acciones en Bolsa horas después de que Hizbulá capturara a dos soldados israelíes y antes de dar la orden de invadir Líbano. La venta era legal, pero es obvio que la información privilegiada le ahorró fuertes pérdidas.
Nadie quiere al primer ministro
3% de la población de Israel —o el 7%, según otros sondeos— aprueba la gestión del primer ministro, Ehud Olmert, un año después de que su partido, Kadima, ganara las elecciones.
35
escaños obtendría el partido derechista Likud si ahora hubiera elecciones, frente a sólo 12 de Kadima y 12 de los laboristas, antaño la formación hegemónica de Israel. El ultraderechista Avigdor Liberman encabezaría la segunda fuerza del Parlamento, con más de 20 escaños sobre un totalde 120.
114
millones de euros habría lavado el multimillonario judío ruso-francés Arcadi Gaydamak, cuya detención piden los tribunales franceses por tráfico de armas en Angola. Gaydamak es un héroe para las clases pobres en Israel, a los que ofrece casas y asistencia. Acaba de fundar su propio partido.
Tampoco aguantará mucho Abraham Hirchson, ministro de Finanzas. La policía investiga sus supuestos malversaciones de fondos como presidente de un sindicato en los años noventa. Además, su hijo Ofer tiene deudas millonarias, perdonadas o silenciadas gracias a su padre.
Otro ministro, el ultraderechista Avigdor Libermann, está bajo investigación porque, en 2004, recibió un alto salario de una empresa ‘fantasma’ de su hija Michal. Una diputada de su partido, Esterina Tartman, tuvo que retirar en marzo su candidatura a ministra de Turismo tras conocerse que su currículum era falso. Y ya en agosto, Mazuz decidió investigar por fraude y tráfico de influencias a Tzachi Hanegbi, que había ocupado ocho carteras ministeriales en el Likud antes de pasarse al partido Kadima de Olmert.
No sólo los políticos están bajo sospecha: en febrero dimitió el jefe de la policía, Moshe Karadi, por no haber investigado un rocambolesco caso de asesinatos cometidos por policías al servicio de la mafia israelí. Provisionalmente sigue en el cargo, porque su sucesor designado, Yaakov Ganot, retiró su candidatura tras airearse que había sido juzgado por sobornos hace 13 años.
Ganar una guerra“Todos estos escándalos benefician a la ultraderecha”, sostiene Yahni, “mientras que la izquierda está desmembrada y no consigue aprovecharla pérdida de credibilidad de los políticos. La decepción juega a favor de Arcadi Gaydamak, un multimillonario buscado en Francia e investigado en Israel por lavado de dinero. Fue él quien se ocupó de evacuar a la población en el norte de Israel durante la guerra del Líbano; ahora construye bloques de viviendas y regala pisos a gente sin recursos. Ha montado todo un Estado dentro del Estado. Acaba de crear un partido propio, llamado Justicia Social, pero también apoya al líder del Likud, Benyamín Netanyahu. Desaparecido el debate político, cada uno barre para casa; sólo la ultraderecha tiene un discurso ideológico: la lucha contra los árabes”.
Yahni cree que “aumentarán las tensiones entre judíos y palestinos. Se habla de que en verano se iniciará una nueva guerra contra Gaza; no para ocupar la franja, sino para al menos ganar algo, aunque sea una guerra”. Olmert tampoco remonta puntos en la escena internacional tras rechazar la oferta de paz de la Liga Árabe y desmentir públicamente a Nancy Pelosi, jefa del Congreso estadounidense, cuando ésta anunció en Damasco que Israel estaba dispuesta a negociar con Siria. Gideon Levy, columnista del prestigioso diario Haaretz, concluye: “Israel no quiere la paz. ¿Qué contará Olmert a sus nietos?”