La marea del desierto
La guerra ha desplazado a cuatro millones de iraquíes; la mitad se ha refugiado en el extranjero, pero muchos países árabes se niegan a acoger a quienes huyen de un país devastado por las milicias.
Londres no paga a traidores. Ésta es la amarga experiencia de decenas de iraquíes que colaboran con las tropas británicas en la zona de Basora.
Como traductores, que acompañan a los soldados en todas sus acciones, pero también para la investigación militar previa, los empleados iraquíes son imprescindibles para el Ejército. Es un trabajo de alto riesgo: se han convertido en blanco para las milicias chiíes de la región, que quieren expulsar a las tropas de ocupación.
Así lo asegura Tom Porteous, experto de la organización Human Rights Watch. Tras las amenazas de muerte y el asesinato de todo un grupo de traductores, muchos prefieren ponerse a salvo fuera del país. Sin que Londres les ofrezca apoyo alguno o reconozca siquiera el problema.
Pero los colaboradores son apenas una parte minúscula de las dos millones de personas que han abandonado Iraq desde que empezó la invasión. Más de un millón largo subsiste ahora en Siria, otro contingente inmenso en Jordania y grupos menores en Egipto y Líbano. No es la primera vez: durante el régimen de Sadam, centenares de miles de iraquíes se refugiaban en Irán y Jordania. Pero la magnitud del éxodo actual supera todo precedente y cambia la demografía de Próximo Oriente.
Vigilancia electrónica
Hay quien intenta ponerle freno a la marea: Arabia Saudí está gastando más de 5.000 millones de euros para erigir una “barrera de alta tecnología” a lo largo de su frontera con Iraq, según informa Human Rights Watch. “Hay muy poca información”, admite Tom Porteous. “Según los últimos datos, no se tratará de una valla física, sino de un programa de control muy severo, con instalaciones de vigilancia electrónica y patrullas continuas”. Originalmente, añade, se concibió para impedir el paso de militantes saudíes hacia Iraq, pero ahora servirá también para frenar la entrada de iraquíes. En todo caso, Ahmed Salim, un alto cargo del Ministerio del Interior saudí, es categórico: “No aceptamos a refugiados. ¿Por qué no resuelve Estados Unidos el problema?"
También Kuwait rechaza a quienes intentan huir de Iraq. Turquía no recibe a grandes contingentes, porque la emigración no pasa por las zonas kurdas que dominan la frontera. Las únicas vías de escape son las carreteras hacia Damasco y Ammán. Siria es el país que mejor trato ofrece a los refugiados. “Ha mostrado una excelente solidaridad con los ciudadanos iraquíes. En la conferencia de Ginebra, celebrada a mediados de abril, Damasco los calificó de “hermanos gemelos” y las fronteras sirias son las más abiertas de todos”, asegura Bill Frelick, otro experto de Human Rights Watch.
Pero eso no significa que la vida sea fácil. “Tengo a mi hermano y a varios amigos en Siria”, recuerda el periodista iraquí Kahtan Adnan, exiliado en Málaga desde 2004. “El Gobierno sirio no los reconoce como refugiados, sino que los llama “invitados”, lo que evita otorgarles derechos y le permite expulsarlos en cuanto surge un problema. Los permisos de estancia duran tres o seis meses, luego hay que salir hacia Iraq para entrar nuevamente y recibir otro sello. La última vez que lo intentó mi sobrino, la policía iraquí lo detuvo y le dio una paliza; regresó con la cara ensangrentada”.
La gran mayoría de los refugiados son suníes, amenazados por los escuadrones de la muerte chiíes. Aparte de los asesinatos, sobre todo de intelectuales y profesores, abundan los secuestros. No hay cifras, pero son “decenas al día”, y muchos cuentan con la participación de la propia policía, según la periodista italiana Giuliana Sgrena, ella misma víctima de un secuestro, nunca del todo aclarado, en Bagdad en 2005, que terminó en tragedia al disparar una patrulla estadounidense contra su coche, causando la muerte de su acompañante.
Está aumentando el número de chiíes que llegan a la frontera occidental de Iraq, pero lo tienen más difícil. Jordania practica una política de selección: admite a los suníes pero rechaza a los chiíes, según comprobó Human Rights Watch.
Una medida a veces letal: atravesar el desierto entre Bagdad y Ammán, dominado por bandas suníes, es un inmenso riesgo y muchos chiíes han sido asesinados al regresar de un intento infructuoso de huir al extranjero.
El drama humano no parece tener mucho impacto en Bagdad. “Ni siquiera hay acuerdo en el Parlamento en considerar refugiados políticos a quienes huyen de la violencia”, se queja Kahtan. Conseguir un pasaporte se ha convertido en una odisea. “Hay colas increíbles y hay diferentes tipos de pasaporte y no todos los países reconocen los distintos tipos; sólo los digitales sirven para pedir un visado para un país occidental”, asegura Sgrena a La Clave.
Árabes y kurdos
“El Gobierno tiene otras prioridades”, cree Bill Frelick: “Atender a los casi dos millones de desplazados internos. Parte del problema se debe al conflicto entre los árabes que fueron asentados en las zonas kurdas bajo Sadam y los kurdos que ahora vuelven para reclamar sus terrenos”. ACNUR estima que, cada mes, unos 50.000 iraquíes se ven obligados a abandonar sus hogares. Nadie los ve: “No fue una oleada llamativa, no hubo caravanas de gente por las carreteras; es un movimiento que empezó hace ya años”, recuerda Frelick.
Los miles de profesionales iraquíes —médicos, abogados, periodistas...—, que ya causan recelos en Jordania y Siria, “no pueden ejercer legalmente, pero tienen muy buena formación y cobran muy poco, porque necesitan mantener a sus familias como sea”, explica Sgrena. Eso sí, no se prevé que causen tensiones políticas: “Lo último que quieren es causarle conflictos a su país de acogida. No tienen ningún interés en divisiones religiosas, ni en si alguien es suní o chií. Sólo piden seguridad”, dice Frelick, que pide a la comunidad internacional apoyar urgentemente a Siria y compartir la carga financiera de la atención a los refugiados.
Nadie duda de que Siria no sólo actúa por solidaridad con los “hermanos gemelos”, sino también por cálculo: “Ahora, cuando decenas de miles de iraquíes, refugiados en Irán durante los años de Sadam, regresan a Bagad, desde luego muestran su agradecimiento a Teherán. Si Iraq se calma en el futuro, también habrá quien recuerde la buena disposición de Damasco”, señala Frelick; “nadie olvida cuando un vecino le ha ayudado en momentos difíciles”. Excepto Londres, parece: pese a insistirle a Tony Blair, Human Rights Watch no ha conseguido aún que el Gobierno británico haga un gesto a favor de los traductores, abandonados a su suerte tras ayudar a las tropas que traían, supuestamente, la libertad.
Apátridas en tierra de nadieLlevan medio siglo de apátridas. Muchos palestinos que huyeron en las sucesivas guerras de Israel —en 1948 y 1967— acabaron en Iraq, donde el régimen de Sadam Husein los acogió con los brazos abiertos y les proporcionó trabajo y vivienda, a menudo a costa de los propietarios iraquíes, que debían contentarse con una renta simbólico. La caída de Sadam en 2003 desencadenó una oleada de desahucios: el dramático aumento de los alquileres dejó en la calle a miles, pronto agrupados en campamentos improvisados.
Si en 2003 hubo unos 34.000 palestinos en Iraq, según cifras de ACNUR, hoy quedan unos 15.000. La OLP asegura que, en 2006, 536 palestinos desaparecieron en Iraq o fueron asesinados por escuadrones de la muerte, normalmente chiíes, e incluso sometido a torturas crueles.
La cercanía de los palestinos a las ideas laicas del partido Baaz, y su largamente entrenada capacidad de organizarse en un ambiente ajeno—dice un refrán que, cuando hay tres palestinos juntos, forman un comité— los convirtió pronto en sospechosos de colaborar con la resistencia armada.
Aparentemente integrados en la sociedad iraquí, muchos refugiados palestinos de este país no están registrados como tales en las agencias específicas de Naciones Unidas. Pero nunca obtuvieron la nacionalidad iraquí, ni poseen ninguna otra: hoy no pueden salir del país. La Autoridad Palestina se declara dispuesta a acogerlos, pero es un gesto simbólico: el control de sus fronteras está en manos de Israel.
Desde hace más de tres años, un campamento en tierra de nadie en la frontera jordana—en pleno desierto hostil— acoge a un centenar de refugiados palestinos; medio millar se halla en dos campos cercanos a la frontera siria. Muchos son ya refugiados de tercera generación.
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