Subir  violenciaadulterioasesinatovirginidad edadVirginidad

M'Sur se ha mudado. La web te redirige en 7 segundos a la nueva página.

Si no lo hace, visita www.msur.es

pareja rabat La virginidad —de la chica, nunca del chico— es uno de los tabúes más fuertes en el ámbito mediterráneo y puede llegar a representar el honor de toda la familia. El valor que se le da, no obstante, varía enormemente: en conjunto es mucho menor en la parte occidental y adquiere una importancia más grave, de vida o muerte, en los países situados más al oriente. Allí, la virginidad adquiere la categoría de “bien público”, hasta el punto de que en Turquía y en Jordania, al menos hasta los años noventa, las autoridades policiales llevaban a cabo rutinariamente exámenes ginecológicos de virginidad en mujeres detenidas y en chicas menores de edad, normalmente sin pedirles permiso.

Hasta mediados del siglo XX, la pérdida de la virginidad de la mujer antes de casarse se consideraba un escándalo prácticamente en todos los países europeos y mediterráneos; de la familia dependía si se camuflaba convenientemente o se expulsaba a la hija descarriada.

Desde los años sesenta, este detalle ha ido perdiendo importancia en casi todos los países al norte del Mediterráneo; en España, un 30% de las chicas menores de 19 años ha perdido la virginidad; la media da este paso a los 21 años, casi siempre mucho antes de casarse. Es difícil comparar este dato con otros países europeos, porque no siempre está claro si la edad de “iniciación sexual” —en los 17,5 años para ambos sexos en Francia, por ejemplo— se refiere concretamente a la primera penetración.

La población gitana, desde España a Rumanía, forma una excepción; mantiene la virginidad como un valor supremo, que debe ser públicamente demostrado el día de la boda. En España, una profesional conocida como ajuntaora comprueba la virginidad de la novia introduciéndo en su vagina un dedo envuelto en un pañuelo, aunque no desflorándola; en Rumanía corresponde al marido comprobarlo.

Un lugar parecido como bien supremo ocupa la virginidad en todos los países al sur del Mediterráneo. En Marruecos, la educación sexual de las jóvenes se suele centrar en que deben llegar vírgenes al matrimonio. Pero muchas chicas que cumplen esta premisa no dudan en dedicarse a todo tipo de juegos sexuales, preservando el himen. Ya en 1982, dos de cada tres chicas jóvenes habían tenido algún tipo de experiencia sexual antes de casarse y hoy se cree que un 70% de las chicas no llega virgen al matrimonio. Aunque las capas tradicionales de la sociedad marroquí siguen certificando la virginidad de la novia tras la noche de bodas, exhibiendo la sábana manchada de sangre, hay regiones en las que nunca se le ha dado demasiada importancia a este detalle.

Más opresivo es el ambiente en Argelia, bastante liberal hasta los años ochenta, donde la oleada islamista ha ido imponiendo un código social muy conservador y muchas chicas, incluso de clase media o alta, esperan hasta el matrimonio para perder su virginidad. Incluso en Túnez, con un gobierno opuesto al islamismo, el 94% de los jóvenes rechaza casarse con una chica que no sea virgen. También en Egipto, el mandamiento de la virginidad está hoy vigente en todas las clases sociales, más entre las generaciones jóvenes que entre las mayores.

En los países donde la virginidad se sigue considerando un valor fundamental, pero en la práctica se conserva poco, muchas chicas recurren a clínicas privadas para reconstruir el hímen antes de casarse. Es frecuente en Marruecos, aunque cada vez menos, y en Francia, donde la demanda va en aumento entre las comunidades de origen magrebí. Hace una generación también familias acomodadas españolas y portuguesas acudían a las clínicas francesas. No siempre se trata de engañar al novio: a veces la operación se realiza, extrañamente, de común acuerdo entre los futuros esposos.

Desde Egipto hasta Turquía, Yemen e India, la virginidad es a menudo una cuestión de vida o muerte: en estos países, la castidad de una hija equivale al honor de toda la familia. La pérdida del himen o la mera sospecha de que pudiera haber ocurrido o que la joven pudiera dar lugar a habladurías motivan frecuentemente los así llamados “asesinatos de honor”.