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Dos ritos o sacramentos básicos marcan la vida de un cristiano: el bautismo poco después de nacer (o en el momento de convertirse, si no nace en una familia cristiana), la comunión, que se toma a partir de la adolescencia y, finalmente, un entierro cristiano.
El bautismo, realizado con agua por un sacerdote, "lava" el pecado original y abre la posibilidad de que esta persona acceda al paraíso (un niño que muere sin haber bautizado está condenado al infierno o, según algunas interpretaciones teológicas, a una parte del infierno conocida como limbo y no asociada al castigo).
La comunión, más exactamente definida como eucaristía, forma parte de la misa, el rito que debe congregar al menos cada domingo la comunidad de los creyentes. Se toma normalmente a partir de los 7 años en la Iglesia católica y conmemora la última cena de Jesucristo, en la que éste repartió pan y vino declarándolos carne y sangre suya. El creyente debe tragar una hostia (fina galleta) consagrada, que se supone convertida en la carne de Jesucristo y transportadora de la gracia divina. Sólo el sacerdote, en cambio, bebe el vino, transformado de la misma manera en sangre. Esta transsubstanciación se considera uno de los misterios de la fe.
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