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El cristianismo es una de las religiones más divididas. Decenas de confesiones rivalizan por la interpretación correcta de la fe, aunque tampoco faltan los intentos ecuménicos, es decir el fomento de la convivencia de las distintas expresiones.
La Iglesia católica romana domina el Mediterráneo occidental, mientras que las diversas Iglesias ortodoxas cubren los Balcanes, Grecia y Rusia. Son, de lejos, las ramas con mayor número de seguidores: entre ambas reúnen el 90% de los cristianos del ámbito mediterráneo.
En los países árabes, no obstante, se mantienen comunidades cristianas arcaicas, cuya tradición se remonta directamente a los primeros siglos del cristianismo, como las monofisitas (o miafisitas, entre ellos la Iglesia copta y la siriaca) y las nestorianas, representados por la Iglesia asiria.
Las iglesias protestantes se limitan al centro y norte de Europa. Su misión, iniciada en el siglo XIX y XX, sólo ha conseguido establecer comunidades menores en el área mediterráneo.
La aparición de las distintas ramas se debió inicialmente a disputas teológicas sobre la naturaleza de Jesucristo en los concilios del siglo V. La primera en separarse del resto fue la la iglesia asiria o nestoriana: asegura que las naturalezas divina y humana de Jesucristo existen de forma separada, un dogma considerado hereje por todas las demás. Esta iglesia hoy sólo sobrevive en Iraq y los países vecinos.
Los monofisitas eligieron la via opuesta: en lugar de atribuir a Jesucristo una naturaleza divina unida a otra humana, postura de la iglesia ortodoxa y católica, aseguran que la humana está asimilada en la divina.
El cisma entre la Iglesia católica romana y la ortodoxa, en cambio, surgió en el siglo XI tras una lucha de poder entre el primado de Roma y el de Constantinopla, de ahí que las diferencias dogmáticas entre ambas son escasas y se manifiestan sobre todo en la liturgia, es decir la forma de celebrar misa. La Iglesia católica reconoce las entidades ortodoxas como representantes del cristianismo y acepta la celebración de misas conjuntas.
Diferente es el caso de las iglesias protestantes, surgidas en el siglo XV en Europa central como protesta contra el sistema jerárquico de la Iglesia romana. Su interpretación teológica se ha alejado considerablemente del resto de las iglesias y no son consideradas cristianas por el Vaticano.
Un caso aparte son las iglesias católicas orientales, también llamadas uniatas: se trata de ramas de las iglesias ortodoxas, monofisitas y nestorianas que en algún momento de la historia, sobre todo entre el siglo XVIII y el XIX, aceptaron el dogma católico y la supremacía del papa de Roma, provocando así un cisma local en sus comunidades.
Estas iglesias conservan en gran medida sus liturgias propias, no cantan misa en latín sino en árabe, arameo o griego, y mantienen su estructura interna autónoma. Se definen como iglesias católicas 'sui iure', es decir con ley propia. Disponen de patriarcas elegidos localmente por los obispos y confirmados por Roma.