Los idiomas eslavas forman una de las ramas más jóvenes del tronco indoeuropeo. Todos remontan su origen a un sólo idioma, el Antiguo Eslavo Eclesiástico, utilizado como lengua de liturgia por la Iglesia Ortodoxa de Kiev en el siglo XII. La similitud entre todos es enorme aún hoy, de manera que dominando el ruso, por ejemplo, es relativamente fácil leer el búlgaro, serbocroata o eslovaco; sólo el polaco está más alejado.
El ruso, idioma de enorme difusión en Asia, jugó durante años el papel de lengua de referencia para todo el bloque político soviético y sigue siendo la lingua franca del Cáucaso. El muy similar ucraniano —tan similar que gran parte de Ucrania habla una mezcla entre ambos idiomas— se está hoy afirmando como señal de identidad nacional.
En los Balcanes se hablan tres idiomas eslavos: el eslovenio, el búlgaro —en Bulgaria y Macedonia, aunque es éste último país tiene ligeras variantes y hoy se conoce como macedonio— y el serbocroata. Este último, antigua lengua nacional de Yugoslavia, hoy se divide o por motivos políticos entre el serbio, el croata y el bosnio, aunque las diferencias no llegan a superar ciertas variantes de léxico o pronunciación.
Más al norte completan el conjunto de la rama el checo, el muy similar eslovaco, el sorbo, hablado por algunas comunidades en Alemania, y el polaco. Este grupo de idiomas, sobre todo el polaco, son fonéticamente bastante distintos del resto de los idiomas eslavos y difícilmente inteligibles para un conocedor del ruso.
El ruso, el ucraniano y el búlgaro se escriben el caracteres cirílicos; los demás utilizan el alfabeto latino. El serbocroata admite ambas formas: croatas y bosnios suelen utilizar la grafía latina y serbios y montenegrinos, la cirílica.