Reporteros, reyes, traficantes
“¿Usted? ¿Alojarse aquí?” El recepcionista del hotel más famoso de Estambul le miraría un poco por encima del hombro al tipo que le pidió una habitación: malvestido, con pinta de pastor griego, y le señalaría la puerta. Grave error: poco después fue despedido.
El cliente zarrapastroso no era otro que Prodromos Athanasiades, más conocido como Bodosakis, un empresario de etnia griega que, pese a sus modestos orígenes y su juventud, ya se había convertido en una de las grandes fortunas del Imperio Otomano. No dudó en comprar el hotel entero para tomarse la revancha. Corría el año 1915 y el Pera Palace llevaba 30 años acogiendo a la flor y nata de los viajeros en Estambul.
“Creemos que la historia es cierta”, confirma Esin Sungur, portavoz del consorcio que hoy gestiona el Pera Palace; “al menos, siempre se ha relatado en el hotel”. De hecho, la literatura confirma que el precoz empresario, nacido poco después de 1890, poseía ya en 1918 un hotel en la entonces aún llamada Constantinopla.
Cuatro años más tarde, en 1922, un joven reportero llamado Ernest Hemingway se alojó en el hotel para cubrir la guerra entre griegos y turcos. La misma que obligó a Bodosakis a abandonar sus propiedades en Anatolia y rehacer su vida en Grecia. Hemingway no olvidó el alojamiento: en 1936, el Pera Palace haría un cameo en su novela “Las nieves del Kilimanjaro”. Un año más tarde, el autor estaba en el frente republicano de la guerra civil. Probablemente no lo supo, pero pudo cruzarse en Barcelona con Bodosakis que, convertido en traficante de armas, había acudido a la ciudad para negociar la venta de un cargamento de fusiles destinado a la República.
Mientras tanto no paraban de pasar las grandes figuras del siglo por los salones del Pera Palace. Estaba predestinado: en 1892, la Compagnie Internationale des Wagons-Lits encargó al arquitecto levantino Alexandre Vallaury la construcción de un hotel diseñado para acoger a los viajeros del Orient Express, que desde hacía tres años llegaba a la ciudad del Bósforo.
Una vez inaugurado el hotel en 1895, un viajero que se subía en París al coche cama podía bajarse tres días más tarde en la estación de Sirkeci, al otro lado del Cuerno de Oro y subirse a la calesa que esperaba para llevarlo al Pera Palace. Era ya entonces una leyenda: el primer edificio de todo el Imperio Otomano con un ascensor eléctrico.
El ascensor aún hoy sigue funcionando tal cual: la maquinaria es cuidadosamente mantenida, pero es la original. Un obrero está limando alguna arista de la cerradura mientras otros descargan cajas o abrillantan las rejas. Faltan muy pocos días para la reapertura del hotel, cerrado desde 2008 por obras de reforma. No sorprende tras 115 años de servicio ininterrumpido. El 1 de septiembre, el hotel abrirá las puertas de nuevo. Con el mismo aspecto de siempre. Pero con el confort moderno que cabe esperar de un hotel de esta categoría, discretamente introducido entre las paredes de mármol veteado.
“La parte más dura era instalar el aire acondicionado: antes no teníamos”, recuerda Sungur. Con toda la planta baja, donde se halla el enorme vestíbulo, registrada como bien cultural e inmune a las reformas. Aquí se halla el Orient Bar, donde decenas de personalidades de fama mundial se tomaron sus copas ―güisqui o champán― a lo largo de un siglo.
El inicio lo había hecho Sarah Bernhardt, asidua de la ciudad desde antes de la llegada de Orient Express. En 1904 y 1908 actuó en el ―hoy demolido― teatro Tepebasi, a escasos cien metros del hotel. Mata Hari bailaba en los escenarios de Estambul y, en 1931, Greta Garbo la emuló bajo las cámaras de cine. Todas se alojaban en el Pera Palace, donde sus nombres siguen señalando las habitaciones. En 1932, la novela Tren a Istanbul del periodista Graham Greene ―también cliente― sitúa el desenlace en la estación de Sirkeci y en 1934 sigue la novela Asesinato en el Orient Express, de la más famosa de las huéspedes del hotel: Agatha Christie, cuyo nombre está tan inextricablemente vinculado al lugar que incluso se asegura que en su habitación ―la 411― se encontró una minúscula llave de su propiedad aunque nadie sabe si realmente era la de su diario.
Frente a estos nombres casi palidecen otros: el emperador Francisco José, Eduardo VII e Isabel II de Inglaterra, el propio Atatürk, en los años que se disponía a desmantelar el Imperio Otomano para fundar la Turquía moderna, Leon Trotsky, justo después de ser exiliado de la Unión Soviética, o más tarde Jacqueline Kennedy Onassis y Zsa Zsa Gabor.
Durante los días tormentosos de la II Guerra Mundial, en el Orient Bar se encontraban agentes y espías y se negociaba el futuro de países. En 1941, una bomba sacudió el lobby y mató a varias personas, justo a la llegada de un grupo de diplomáticos británicos. Al terminar la guerra, el que se tomaba las copas en la barra mientras recogía datos sobre la guerra en Palestina era el agente doble Kim Philby.
¿Un museo en forma de hotel? Una habitación, sí: la 101, que ocupaba Mustafa Kemal Atatürk. Pero el resto está acondicionado como un hotel moderno, incluso sobrio. Quien se espera habitaciones recargadas de lujo oriental se equivoca. Hay poco más que camas grandes, balcones con vistas inmejorables sobre el Cuerno de Oro y, eso sí, en cada habitación al menos dos o tres piezas del mobiliario original: el armario, una cómoda, una mesita centenaria. Para su uso diario, por supuesto.
“Esto no pretende ser una vitrina sino un hotel, como ha sido toda la vida” recalca Esin Sungur. Los precios no están por encima de otros hoteles de lujo: empiezan con 185 euros la noche. Por 300, usted puede dormir en la cama de Greta Garbo, por 400 en la de Agatha Christie y por 475 en la de Hemingway. Eso sí, la suite del presidente llega a los 2.000.
En esto se distingue el Pera Palace del nuevo ‘Orient Express’, resucitado para viajeros nostálgicos. Una vez al año, el legendario tren retoma su viaje de París a Estambul, y esta vez, su llegada a Sirkeci ―el edificio de la estación también se ha preservado― coincidirá con la reapertura del hotel, que ofrecerá una recepción a los viajeros. Aunque ahí se terminan las semejanzas: cada una de las lujosas literas cuesta entre 6.580 y 10.240 euros. Imprescindible vestir de etiqueta: se prohíbe viajar en vaqueros, informa la web de la ermpresa.
En realidad, aunque el ‘Orient Express’ utiliza los vagones originales de los años 20, se trata de una iniciativa turística de 1982. El servicio ferroviario de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, continuamente modernizado, hizo su último viaje directo a Estambul en 1977, aunque seguía circulando de París hasta Bucarest y a partir de 2001 sólo hasta Viena. Se trataba por supuesto de un tren de fábrica moderna y con tarifas siempre acorde a las de un viaje normal en coche cama. No fue hasta diciembre de 2009 cuando el nombre Orient Express ―reducido ya a la línea Estrasburgo-Viena― desapareció definitivamente de los horarios europeos.
Es algo que no pasará al Pera Palace: la reforma de dos años, a un coste de 23 millones de euros, ha servido para mantener el hotel a la altura de la época moderna. El restaurante en una planta inferior ―gracias a la pendiente del terreno, incluso las salas debajo del vestíbulo tienen luz natural― es atendido por un chef alemán. Hay un spa con baño turco y con una pequeña piscina. El Orient Bar se volverá a convertir en lugar de reuniones para artistas, reporteros y quién sabe si espías (reyes quedan pocos), gracias a que la tarifas serán las normales de la ciudad: algo entre 10 y 15 euros por una copa.
En el vestíbulo se servirá cada tarde a las cinco un té de ‘alta sociedad’ en un juego de plata recién descubierto en una habitación secreta. Precio con tapas y dulces turcos: unos 20 euros. Y no, probablemente no le exigirán vestirse de traje de chaqueta para asistir: nunca se sabe si usted es el nuevo Bodosakis...