El nuevo mundo árabe mira hacia Turquía
Miles de personas y gritos de “Dios es grande” saludaron al islamista Rachid Ghannouchi en el aeropuerto de Túnez a su regreso de 22 años de exilio. ¿Es el líder que llevará el país, recién liberado de la dictadura, hacia una teocracia musulmana? No, respondió: “Yo no soy Jomeini. Me siento más cercano a Erdogan”.
“Admiramos el caso turco, y aquellos que están al cargo allí son amigos muy cercanos. El partido Nahda no puede ser comparado con los talibanes o Irán; la comparación más cercana sería con el AKP”, abundó Ghannouchi.
La referencia al primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, su partido y el rechazo de la revolución iraní, confirman el papel protagonista que ha adquirido Turquía en el mundo musulmán. “Porque demuestra que una población con una gran mayoría de musulmanes puede vivir perfectamente en democracia”, asegura Talip Kucukcan, director del Instituto de Estudios de Medio Oriente en la Universidad Mármara de Estambul. “Y porque el partido gubernamental islamista, el AKP, no ha llevado el país hacia una forma de gobierno más islámica, contrariamente a lo que se pensaba”.
Ahmet Uysal, catedrático y analista del Institute of Strategic Thinking in Ankara, añade una tercera razón: la economía. “Turquía ha realizado reformas económicas, la inflación es más baja que nunca”. Un paquete completo: una próspera potencia económica, que pisa seguro en el escenario internacional sin perder la buena relación con Occidente y “con un balance entre tradición y modernidad”.
Pero es equívoco hablar de ‘democracia islámica’, como hace Erdogan. “El discurso del gobierno es conservador y defiende los valores de la familia, pero nunca ha hecho una referencia al islam: siempre utiliza un lenguaje racional”, recuerda Kucukcan. “La relación entre el AKP y el islam es similar a la que hay en la Democracia Cristiana ―afiliación del partido gubernamental alemán― y el cristianismo: quiere que los valores que guíen la sociedad sean islámicos, pero no quieren leyes basadas en la ‘charia’. Acepta las reglas del juego que separan Estado y religión”, añade Uysal.
La oposición teme que poco a poco, el gobierno introduzca un “estilo de vida” islámico, atacándose, como en enero, a la bebida bajo el pretexto de la salud pública. “El alcohol es una referencia simbólica de la que abusan ambos bandos”, asegura Kucukcan, “pero las reformas turcas acercan el país a la Unión Europea, verdadera locomotora que motiva el cambio, y no al resto del mundo islámico. No se ha promulgado ninguna ley inspirada en el Corán”.
Turquía ¿antialcohólica?
Es cierto que el Gobierno no aludió al islam para defender las cortapisas a la venta de alcohol y la subida de las tasas, que ya suponen más de la mitad del precio final —una botella de vodka, anís o ginebra vale de 25 euros para arriba; un vino modesto al menos cinco— pero su dialéctica preocupó a grandes sectores. El vicepresidente, Bülent Arinç, no ayudó a disipar temores: “La vida no se compone de alcohol y sexo”, sentenció. Y Erdogan rechazó las críticas asegurando que “aquí, los que quieran pueden beber hasta que revientan”. Una expresión por la que tuvo que pedir disculpas días más tarde.
“La ley es muy ambigua y hay clarificarla. Entiendo por qué la gente está enfadada”, consiente Merve Alici, miembro de la organización Jóvenes Civiles, que habitualmente se sitúa en una onda favorable al gobierno. En primer lugar, la norma prohíbe servir alcohol en locales que “podrían ser frecuentados” por jóvenes. Y “jóvenes” son quienes tienen entre 15 y 24 años. “Muy mal. Acabo de enterarme que en el ‘Babylon’, mi discoteca preferida, van a pedir el carné y sólo dejarán entrar a los mayores de 24. ¡Y yo tengo 23!” se queja Alici. Eso sí, teóricamente, la edad para comprar alcohol sigue fijándose en los 18.
Nadie entiende muy bien los detalles. ¿Significará la norma que una familia ya no podrá entrar en un restaurante donde se pide raki ―anís, la bebida nacional de Turquía― con el pescado? De hecho, ya antes de aprobarse la ley, la policía de Ankara efectuaba controles en algunos restaurantes, apoyándose en una ley de 1930. El debate trasciende lo legislativo. “El alcohol es un caballo de batalla tanto para los laicos, que lo ven como una libertad fundamental, como para los religiosos: éstos arremeten contra la bebida pero no contra otros pecados del islam. La ley crea una enorme división en Turquía”, aclara la activista. “Entiendo que muchos sienten amenazados su estilo de vida. Yo también”.
Pero la democracia turca sí permite luchar contra este tipo de leyes. “A la salud del AKP” era el grito de guerra irónico de las miles de personas que se juntaron el 29 de enero en plazas públicas de toda Turquía para beber en público y expresar que consumir alcohol no es algo de qué avergonzarse.
¿Se implantará este modelo en los países árabes que ahora mismo están sacudiéndose décadas de dictadura? Uysal es optimista. “Túnez ha tenido una larga historia laica, un proceso de modernización; podrá fácilmente adoptar el modelo turco”, cree. Distinto es el caso de Egipto, donde “la sociedad es mucho más religiosa”, según la arabista española Eva Chaves. “Durante las protestas se ven rezos masivos; es difícil que se implante una democracia laica”. ¿Podrán los Hermanos Musulmanes, el movimiento de oposición más organizado, emular el AKP? “No los veo capaces. Tienen un discurso mucho más radical, aunque se les llena la boca con la palabra democracia”.
El modelo turco laico no es el único posible, recuerda Kucukcan: “Gran Bretaña o Grecia tienen Iglesias de Estado, otros tienen un concordato con Roma. Egipto tendrá que desarrollar el suyo”. Y los Hermanos Musulmanes se llevarán un trozo de la tarta. Pero tal vez no sea tan grande como espera Irán, que definió la revolución como “renacimiento islámico”.
“En los barrios marginales tienen gran influencia, pero entre la clase media, los Hermanos han perdido credibilidad, en parte por corruptos, en parte porque se han apuntado al carro de la revolución actual, pero sin implicarse a fondo. Los jóvenes de la plaza Tahrir no están con ellos”, asegura Chaves.
Incluso para los Hermanos, Turquía es una referencia, confirma Ahmet Uysal. “En Egipto discuten apasionadamente el modelo turco; algunos lo aceptan abiertamente, otros dicen que ‘aquí somos más religiosos’. Pero el ejemplo de Turquía ejerce una influencia moderadora sobre el discurso egipcio”.
Erdogan, contra Mubarak
Ankara no ha dejado pasar la oportunidad de perfilarse como amigo de los nuevos sistemas que surgirán ahora en el mundo árabe. "Escuche las demandas humanitarias [del pueblo egipcio], satisfaga sus deseos de cambio y preste atención al pueblo", fueron las tres peticiones que el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, dirigió al presidente egipcio, Hosni Mubarak, el 1 de febrero, casi dos semanas antes de que éste abandonara el poder. Unas palabras esperadas por muchos representantes del mundo árabe.
El Ejecutivo turco pidió además el cese de la violencia contra los manifestantes y la convocatoria de elecciones libres y transparentes que demuestren el carácter de "país civilizado" de Egipto. "Ningún gobierno permanece en pie a pesar del pueblo. El Estado es el pueblo", afirmó Erdogan ante los aplausos de los diputados de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), del que dijo que está del lado de los "derechos y la democracia".
La respuesta conecta perfectamente con la imagen de hombre "del pueblo y para el pueblo" sobre la que Erdogan fundamenta su programa político. Pero además refuerza el liderazgo del primer ministro turco ante la población de los países árabes. "Ningún otro líder islámico ni occidental ha hecho una declaración de tamaña fuerza", explica la profesora Nizar Hacizade, del Global Policy Trade Center.
Las duras críticas que Erdogan lanzó a Israel hace dos años en el Foro de Davos ―en oposición a la colaboración de Mubarak con el Estado judío― le han granjeado la simpatía de la calle en los países árabes. La semana pasada, en el mismo Foro de Davos, el secretario general de la Liga Árabe, el egipcio Amr Musa, pedía a los representantes turcos que utilizaran su influencia para mediar ante los organizadores de las revueltas.
Y así lo hizo. La posición de Ankara contrasta con el tímido comunicado de "profunda preocupación" que emitió tras la revuelta de Túnez. Según Hacizade, el motivo reside en el papel estabilizador que Egipto juega en Oriente Próximo y que ha llevado a Gobiernos como el de Estados Unidos a apoyar al régimen de Mubarak.
"Egipto es uno de los tres mayores países de la región, junto con Turquía e Irán, por lo que es comprensible que las autoridades turcas esperaran al desarrollo de los acontecimientos", explica la experta. Erdogan tuvo ayer buen cuidado en subrayar su colaboración con Washington, en calidad de gobernante de la única democracia islámica y estable en la región.
Los lazos históricos con Egipto podrían convertir a Turquía en un modelo político y económico para el país, en el caso de que Mubarak abandone el poder. La perspectiva reforzaría la posición de Turquía como potencia regional pero sobre todo, cuidaría de sus intereses comerciales con Egipto, que ascienden a 3.000 millones de euros anuales.
Pero el binomio islamismo―democracia turca no necesariamente encierra todas las opciones de Egipto. El analista turco Ziya Meral sugiere una tercera vía. “Sólo el nacionalismo, representado por las Fuerzas Armadas, podrá unir coaliciones políticas frágiles con un balance imperfecto entre laicos y un abanico de movimientos religiosos”. Cita un país muy cercano donde, de hecho, prácticamente todos los dirigentes elegidos en las urnas tienen fuertes lazos con el Ejército, y donde un movimiento creciente de ultrareligiosos lleva una exitosa guerra de desgaste contra la sociedad laica, hasta el punto de controlar ya grandes sectores de la vida cotidiana. Este país es Israel.