Miseria y corrupción en Túnez
En ciudades como Thela, en el interior de Túnez, poco ha cambiado desde la caída del presidente Zine Abidine Ben Alí. El desempleo sigue siendo cercano al 80 por ciento (imposible saber la cifra real, pues las estadísticas oficiales jamás la admitirían), hay una sola sucursal bancaria para una localidad de 54.000 habitantes, y la corrupción, según sus habitantes, está desbocada.
“Yo era el propietario de la cantera local. Trabajaba sin permiso, pagando un soborno a un funcionario municipal. Pero hace seis años solicité el permiso y lo obtuve, así que decidí dejar de pagar”, dice el empresario Habib Rahmuni. “Entonces, el funcionario, junto con la familia Trabelsi [a la que pertenece la mujer de Ben Alí, Leïla] compró las tierras de alrededor, y un día simplemente vinieron y nos echaron, a mí y a mis trabajadores, y se quedaron con la cantera”, afirma.
Un lugar en el que los trabajadores, según describen a ABC, trabajan en condiciones de semiesclavitud. Los accidentes mortales son frecuentes, pero a pesar de ello, quien consigue empleo en la cantera puede considerarse afortunado. Por eso, en Thela no hizo falta demasiado para que el descontento prendiese.
“La revolución la empezamos nosotros”, asegura Adl Romdhani, sindicalista y maestro de la escuela local. “En Sidi Bouzid hubo protestas después de la muerte de Mohamed Bouazizi [el joven frutero tunecino cuya inmolación fue la chispa que inició la revuelta], pero los primeros muertos ocurrieron en esta zona”, asegura. Aquí, los jóvenes en paro se lanzaron enseguida a protestar. “Trajeron a mil ochocientos policías de intervención desde otras ciudades. A quien arrestaban, le robaban el móvil y el dinero. Nos insultaban, gritándonos “argelinos de mierda”. Saqueaban las tiendas por la noche, entraban en las casas y molestaban a las mujeres”, relata Romdhani.
Y entonces, los primeros muertos. “Mataron a varios jóvenes a corta distancia, a unos diez metros. Los dejaban moribundos en el suelo, sin atenderles, e incluso les pegaban”, cuenta Romdhani. “Arrestaron a catorce jóvenes y se los llevaron a Kasserine, donde les torturaron. A las chicas las violaron, y también a uno de los chicos, con una porra de policía, delante de todo el mundo”, dice.
Pero en esta zona, la gente pertenece a los clanes tribales de Medjeri y Freshish, que tienen parientes en todo el centro y sur del país, y también en los barrios obreros de la capital, lo que, según los habitantes de Thela, hizo que las protestas se extendiesen por todo el país. A las tribus no tardarían en unírseles el resto de sectores sociales. La revolución había calado.
Romdhani acepta llevar a los periodistas a los barrios de la periferia, donde la miseria es atroz. Al llegar, no tarda en rodearnos un enjambre de personas que cree que somos funcionarios, portando cartillas de minusvalía, diplomas, fotos de sus hijos muertos. Tras una pequeña decepción, se lanzan a contar sus historias, que, en el fondo, se parecen todas: hombres y mujeres en el paro desde los años ochenta; familias de cinco, seis, diez hijos; enfermedades sobrecogedoras; ayudas al desempleo que nunca llegan, robadas por los funcionarios de correos.
El grupo no tarda en descontrolarse. Los vecinos, de pura frustración, zarandean a los periodistas, que se muestran impotentes para visitar las casas de todos, para escuchar las historias de todos: el vivo rostro de la desesperación. Cuando logramos salir de allí y meternos en el coche, una mujer nos aborda con una enorme foto de su hijo: Heldi Niza, de 24 años, muerto en la cantera en 2007, aplastado por una piedra. La propia Leïla Trabelsi se negó a concederle una indemnización a la familia.
“¿En qué es mejor Bouazizi que mi hijo?”, nos grita. “¡Él también es un héroe!”. Esta mujer, como tantas otras personas en Túnez, está desbordada por el dolor, la rabia y la humillación. Aporreando la carrocería de nuestro coche, nos planta la foto del muchacho en el parabrisas y lanza una sentencia reveladora: “¡Yo por mi hijo le prendo fuego a Túnez!”
Gentes, las de Thela, que, como la mayoría de tunecinos del interior, no han visto ninguna mejora en sus vidas después de la revolución. “Ningún periodista tunecino ha venido a ver nuestra situación”, se quejan una y otra vez. “¡No le importamos a nadie!”, dicen amargamente. Un activista local relata que algunos vecinos están empezando a izar banderas de Argelia, a modo de rechazo de un estado que les ignora. Para otros, miles de ellos, la única salida sigue siendo la de siempre: la patera a Europa.
Las incógnitas de la revolución
Pero no será fácil irse.
“El sistema tunecino está a punto de colapsar”, aseguró ayer Roberto Maroni, ministerio del interior italiano y miembro de la Liga Norte, ante la avalancha de inmigrantes tunecinos que han llegado a las costas de la isla de Lampedusa en los últimos días. Maroni afirmó que solicitaría autorización a Túnez para enviar tropas italianas para contener los flujos migratorios.
“Es inaceptable. El pueblo tunecino rechaza el despliegue de soldados extranjeros en su territorio”, le respondió Taïeb Baccouche, portavoz del gobierno interino de Túnez, quien aseguró que estas declaraciones se explican por la pertenencia de Maroni a “la extrema derecha racista”.
Desde el ejecutivo tunecino aseguran que se están desplazando tropas a las costas para impedir el éxodo. “Se han enviado refuerzos. Las fuerzas de la guardia marítima trabajan día y noche para detener este flujo, y han impedido muchas tentativas de cruzar la frontera”, afirma una fuente cercana al gobierno interino citada por la prensa tunecina. Entre mil y mil quinientas personas que intentaban emigrar ilegalmente han sido arrestadas, de acuerdo con miembros de las fuerzas de seguridad entrevistados por el diario Effadah.
Pero, ¿quién gobierna en Túnez? Oficialmente, el primer ministro Mohamed Ghannouchi y el presidente Fouad Mebazaa, que asumieron el poder tras la salida de Zine El Abidine Ben Ali de acuerdo con la constitución todavía vigente. Pero no se sabe con qué respaldo cuentan. El partido de Ben Ali, la Agrupación Constitucional Democrática (RCD, por sus siglas en francés) ―al que tanto Ghanuchi como Mebaza pertenecían, y del que dimitieron a los pocos días de acceder al cargo―, está pendiente de ilegalización: el 6 de febrero, el nuevo ministro del Interior, Farhat Rayhi, ordenaba el cese de toda actividad del RCD, como antesala de una probable disolución. Ayer, la Asamblea Nacional aprobó una proposición de ley para permitir al presidente interino, Fuad Mebaza, que gobierne por decreto.
Dicha medida ha sido tomada para impedir que las leyes adoptadas por el nuevo gobierno tengan que pasar por el Parlamento, donde los miembros del RCD tienen la mayoría absoluta. "Túnez se enfrenta a peligros y personas que quieren llevar al país marcha atrás", defendió ayer el nuevo primer ministro tunecino, Mohamed Ghannouchi, "pero debemos honrar a los mártires que han luchado por la libertad", aseguró.
A pesar de ello, muchos elementos del antiguo régimen siguen situados en puestos clave. En un primer momento, 19 de los 24 nuevos gobernadores provinciales nombrados por el gobierno interino eran antiguos miembros del RCD, lo que provocó un enorme malestar social. Pero se dio marcha atrás tras los sucesos en la ciudad norteña de Kef. Allí, los últimos días han dejado dos muertos y más de cuarenta heridos por disparos de la policía contra unos manifestantes que exigían la dimisión del comisario local, Khaled Gazuani, por corrupción y abuso de poder. Después de que éste abofetease a una mujer, los manifestantes prendieron fuego a la comisaría, momento en el que la policía abrió fuego.
Gazuani ha sido arrestado por las autoridades regionales, que han hecho un llamamiento a la calma y han revocado los nombramientos de los gobernadores del RCD. Pero no se sabe bien de qué lado está la policía, que hace pocos días irrumpió en el despacho del nuevo ministro del interior con clara intención intimidatoria. El ejército, por su parte, se limita a mantenerse dentro de su papel de garante de la estabilidad.
En el centro de Túnez todavía pueden verse los blindados del Ejército y el alambre de espino en algunas esquinas sensibles, pero los soldados ya no se molestan en controlar a los peatones. Tras la 'revolución' (así llama todo el mundo en la calle al derrocamiento del dictador) la situación se ha calmado en la capital, y la economía empieza a recuperarse. "Los turistas dejaron de venir durante un par de semanas, pero ya casi estamos igual que siempre", dice un taxista llamado Munir.
“La revolución ha tocado sólo ligeramente la maquinaria del régimen. Se están creando comisiones para renovar la constitución, para combatir la corrupción. Pero hace falta que la sociedad civil controle el proceso”, dice a ABC Saida Cherif, del Partido del Trabajo. “Ahora, es el gobierno el que teme al pueblo”, asegura.
El llamado Frente 14 de Enero, una plataforma que agrupa a las diferentes fuerzas de oposición, trabaja en este sentido. El pasado sábado celebraron su primer congreso, al que asistió ABC, en el que la participación popular desbordó las expectativas más optimistas. No obstante, carecen todavía de un programa político común sobre cómo afrontar el vacío de poder que se producirá tras la salida del gobierno interino, que según la constitución debe ocurrir como máximo a los sesenta días de acceder al cargo.
“Hay unas demandas que han guiado la revolución, la búsqueda de democracia, libertad, elecciones libres y división legal de poderes. Se puede producir una desviación en estos principios, y ese es el verdadero riesgo ahora mismo”, afirma Cherif. “Pero es imposible que el pueblo tunecino acepte regresar al antiguo régimen”, asegura. Las incógnitas siguen abiertas.