Giovanna Taviani (Roma, 1969) era apenas una niña cuando actuó como actriz en Kaos, la película que estrenaron en 1984 su padre, Vittorio y su tío Paolo, conocidos en el cine mundial como los Hermanos Taviani. Aquel rodaje le sirvió a la joven para saber que no quería dedicarse a la interpretación, pero difícilmente podría imaginar entonces que el cine seguiría citándola en el futuro.
En 2004 debutó en la dirección con I nostri 30 anni (Nuestros 30 años), una interesante reflexión sobre el cine y la sociedad italiana. Pero tarde o temprano sabía que volvería a las Eolias a recuperar el rastro de su propia experiencia y de su cultura. El resultado lo acaba de presentar en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, bajo el título Fughe e approdi (Regreso a las Islas Eolias)
¿A qué deben las Eolias su magnetismo?
En primer lugar son islas volcánicas y en activo, y esa vulcanicidad incide en el carácter de la gente, fuerte, vehemente. Es una naturaleza incontaminada que remite a Homero, a los grandes pasajes épicos. Y, por otro lado, en los años 50 y 60 estuvieron en el centro de atención del cine mundial.Cuando Rossellini desembarca en Strómboli en el 49, asegura que nunca había podido imaginar nada igual. Las islas son cine en sí mismas.
Usted podría haberse inclinado por un documental tipo National Geographic, y sin embargo ha preferido darle un enfoque íntimo, ¿por qué?
En Italia ahora existe una generación de cineastas que usan el documental para contar historias subjetivas. Es exactamente lo contrario al reportaje, que nos parece cosa de la televisión, y la televisión es nuestro enemigo a batir. El documental te permite un punto de vista personal, autobiográfico, que contiene emociones. Creo que se puede documentar la realidad a través de la propia historia, contar a los otros a partir de uno.
Me interesó algo que usted dijo en una entrevista: que los nuevos cineastas no creen, como sus mayores, que puedan cambiar la realidad, pero sí aportar miradas.
Todos los que teníamos 40 años teníamos una obsesión: volver a contar la realidad. Porque en nuestro país la realidad no existe, se ha convertido en un espectáculo. La primera exigencia —y Saviano ha hablado de eso— es volver, como hacían nuestros padres del neorrealismo, a sacar la mirada afuera, ver el mundo que te rodea. Contar la Italia de nuestro tiempo, no la de Berlusconi, no la de la publicidad, no la del Mulino Bianco. Hay una Italia que sufre y que resiste, y que dice no a este total desprecio por la memoria, este borrado de la memoria colectiva. Y para explicarla, el documental es ontológicamente más fácil que el cine de ficción.
Su película termina hablando de “un gran país que puede volver a ser un gran país”. ¿Qué es ahora Italia?
Estamos viviendo un momento oscuro, quizá el peor de la historia de nuestra República. Y al mismo tiempo, respecto a los años 80 y 90, cuando sólo hacíamos comedia sentimental o intimismo, hay una nueva generación que ha irrumpido con un lenguaje nuevo. Matteo Garrone, Vincenzo Marra, Emanuele Crialese, tienen una vitalidad arrolladora. Como en la guerra, cuando el país conoce la tragedia, renace un nuevo lenguaje. Hay una esperanza ahí, pero es necesario recuperar la memoria de nuestros padres, para volver a ser el país de Rosselini, de Fellini, de Verga, de Pasolini, de Vittorio de Sica. Recuperar nuestro pasado puede darnos la fuerza para seguir adelante.
En Regreso a las Islas Eolias, no obstante, usted se dedica a recoger no la historia de los grandes personajes, sino esa pequeña memoria de personajes anónimos.
Tiene razón. Si te fijas, todos los personajes de mi documental empiezan diciendo: “Recuerdo...”.No vivimos un momento de grandes narraciones. Quizá las pequeñas historias, la que parten del yo, pueden llegar a componer una Historia universal. En Italia, una de nuestras nuevas documentalistas, Alina Marazzi, hizo un excelente documental sobre su madre, que se suicidó. El microcosmos es la nueva vía del documental italiano.
¿Cómo le ha pesado a usted el apellido Taviani?
Es muy difícil ser hija de dos padres tan grandes. Pero en un momento dado tuve que decirme: Giovanna, si vas a hacer cine, debes superar el problema edípico. Agárralo y mételo en tu obra. En mi primera película, Nostri 30 anni, encontré a mi padre. Y supe que sólo así es posible liberarse, emanciparse. Trabajar con mi padre y mi tío en Kaos fue un momento decisivo en mi vida. Cuando me grababan en la escena en la que estoy remando, sentí un clic: supe que quería estar del otro lado de la cámara.
¿Y luego?
Todo esto me hizo llegar tarde como cineasta. Buscaba mi identidad y la encontré en la Universidad, donde hice Letras, porque para mí era muy importante formarme en otra disciplina. Cuando lo tuve claro, me planté ante mi padre y le dije: voy a hacer cine, pero cine documental. ¿Y sabes cuál es la más bella satisfacción? Que mi padre y mi tío van a hacer un documental ahora. Para mí es una gran victoria.
Se ha emancipado sin necesidad de matar al padre, como quería Freud.
Exacto, yo me sentí liberada sin matarlo, sino atravesando al padre. El conflicto es fundamental, desde luego, pero tampoco podía despreciar la gran suerte, el patrimonio que recibí de él. ¿Por qué no poner todo eso a disposición del público?
Le invito a que comentemos algunos de los maestros del cine que han pasado por las Eolias. ¿El Antonioni de L’avventura, por ejemplo?
L’Avventura me cambió la vida, mi modo de pensar el cine, de concebir el espacio y el tiempo. También me considero hija de Antonioni. Esa mirada panorámica de Panearea, tan morosa, consigue conjugar una gran tensión fenomenológica con la idea de que la realidad es un misterio, algo imposible de conocer.
¿El Rossellini de Strómboli?
Yo no lo amo tanto, prefiero Alemania, año cero o Paisà. Pero los habitantes de la isla me han ayudado a revisar el filme, sobre todo ese final en el que Ingrid Bergman invoca a Dios pero no cree en él, cree en el misterio de la Naturaleza.
Dieterle, Vulcano.
Esta cinta no la amo, es una historia sentimental, muy comercial.Pero amo la historia de esa mujer. Es apasionante la guerra entre esos dos volcanes, Ingrid Bergman y Anna Magnani. Y me siento identificada con ésta última, no por el valor estético de la película, sino porque yo también soy personaje.El cine para mí está dentro de la vida.
¿Y Kaos?
Es la principal razón por la que hice mi película. Fue puro azar, la actriz no iba a ser yo, pero gracias a esa casualidad he querido contar 20 años después la historia de los isleños y de su cine. Tenía todo el material, conocía las islas, pero me faltaba algo... Hasta que dije: “Giovanna, empieza por ti, ahí está la clave. Tú también eres personaje, eres un poco isleña y un poco cine”. En invierno encontré a Figlio d’Oro [uno de los protagonistas de la cinta] y supe que tenía que encontrar el barco de la vela roja con el que se grabó Kaos.
Nanni Moretti: Caro Diario.
Para mí el trabajo de Nanni es importante, porque me dio la estructura minimalista de diario. Caro diario es un poco su vivencia personal, y eso me dio otra clave, aunque yo tengo un amor por las islas que él no tiene.
Para terminar, El cartero y Pablo Neruda.
Para mí cuenta, además del inmenso trabajo actoral de Massimo ... por algo fundamental: la pared rocosa de la Bahía de Pollara se está cayendo, y la trascendencia de esta película puede ayudar a su conservación.
Actualmente usted impulsa el Salina Doc Fest, un festival de documentales en el corazón de las Eolias. ¿Es su manera de devolverle a las islas parte de lo que éstas le han dado?
Es justamente eso. Estoy muy agradecida a las islas para mí son, más que un archipiélago, un estado de ánimo. ¿Qué podía hacer por ellas? Llevar allí el trabajo que amo. Y me ha sorprendido la gran respuesta de los isleños, tanto que quiero que el festival se transforme en el Eolie Doc Fest, celebrar dos días en cada una de las islas...
¿No teme que toda esa publicidad convierta a las Eolias en un destino turístico masivo, que las destruya?
¡Eso me dicen mi padre y mi tío! Para ellos las islas eran nuestro refugio de veraneo, y ahora van todos los cineastas, ¡hasta Scorsese! Pero no creo que llegue nunca al extremo de, por ejemplo, Cerdeña. Las islas son pequeñas, la afluencia está controlada, y no son baratas para veranear. Ésa es su fortuna.