El espejismo de la paz
Habrá apretón de manos? Será la gran pregunta en el banquete que Nicolas Sarkozy ofrecerá este lunes a los jefes de Estado participantes en la primera cumbre de la Unión Mediterránea en París. Todos los comensales observarán a dos prominentes invitados a los que el orden alfabético colocará —casualmente— justo uno enfrente del otro: Ehud Olmert y Bachar Asad.
Las expectaciones son altas, pero es dudoso que el encuentro del mandatario israelí y su homólogo sirio se traduzca en un salto adelante en las negociaciones de paz que ambos conducen con la mediación de Turquía. Asad ya ha señalado que no piensa convertir el contacto en “una charla de café”. Una reunión con el primer ministro israelí “no tiene sentido si los tecnócratas no han puesto los fundamentos, si no se llega a la fase final”, aclaró en junio.
En otras palabras: no piensa ayudar a Olmert a retratarse como un buscador de la paz si no hay garantías de que la negociación desemboque en el único resultado irrenunciable para Siria: la devolución de los Altos del Golán, una zona fronteriza conquistado por Israel en 1967.
Olmert, por su parte, ha dejado entrever que estaría dispuesto a restituir el Golán, reconocido internacionalmente como territorio sirio. Una concesión que muchos israelíes consideran dolorosa: aparte de 19.500 habitantes de religión drusa —que no han renunciado a sus lazos con Siria— , la zona alberga a unos 16.500 colonos judíos a los que habría que reasentar en Israel; la floreciente agricultura y la única estación de esquí del país hacen la zona atractiva para el turismo local. Más importantes aún son los ricos acuíferos de estas colinas: alimentan el lago Tiberíades y el río Jordan, vitales para el suministro de agua en Israel.
Incómodas alianzas
Según el ex presidente norteamericano Jimmy Carter, quien en abril se entrevistó con Asad, ya hubo acuerdo previo en un 85% de los detalles de la devolución. En el marco de un proceso de paz, Damasco además debería expulsar a los dirigentes de Hamás, poner fin al respaldo que otorga a la guerrilla libanesa Hizbulá y desde luego renunciar a su relación estratégica con Irán.
¿Difícil exigencia? No tanto: probablemente, el más aliviado por renunciar a estas alianzas sería el propio Asad. La familia dirigente de Siria pertenece a la minoría alawí, una rama del islam que rechaza la manifestación exterior de la fe y no hace caso a las interpretaciones tradicionales... y mucho menos a las normas fundamentalistas que predican movimientos como Hamás, Hizbulá o el régimen de los ayatolás iraníes. El aparato de estado sirio se basa en la estructura del partido Baaz, un movimiento árabe nacionalista que cuenta entre sus pilares el socialismo y la laicidad.
La vida pública de Siria, carente de normas islámicas y marcada por la floreciente comunidad cristiana —forma el 10% de la población y tiene reconocidos amplios derechos culturales— contrasta con la imagen severa impuesta por los ‘guardianes de la moral’ en Teherán o por los milicianos de Hamás en Gaza. El integrismo islámico es el enemigo número uno del régimen: el movimiento de los Hermanos Musulmanes, presente en el Parlamento en Jordania y mayor fuerza de la oposición en Egipto, sigue estrictamente prohibido en Siria. La oposición a Israel es el único factor que sirve de aglutinante a las incómodas alianzas.
No es algo excepcional: “Muchos regímenes árabes nacionalistas laicos han jugado con fuego, permitiendo la expansión de los grupos fundamentalistas”, recuerda a la Clave Yossi Melman, analista del diario israelí Haaretz. Con resultados desastrosos: una guerra civil en Argelia y un conflicto cada vez más profundo en Egipto pueden servir de aviso para navegantes.
¿Quién quiere a Siria?
Igual de forzada es la alianza con Irán, el Estado más fundamentalista de la región exceptuando Arabia Saudí. De momento es la única vía de oxígeno para Siria, país con el que comparte banquillo en la lista de ‘Estados patrocinadores del terrorismo’ que confecciona Washington, junto a Corea del Norte, Sudán y Cuba. “Siria recibe de Irán petróleo, préstamos y mucho turismo... pero una relación estrecha con Teherán no le conviene a Damasco”, cree Melman. “Sobre todo porque Irán mantiene una influencia fuerte en Líbano gracias a su apoyo a Hizbulá, algo que a la larga juega contra los intereses sirios”.
No es difícil imaginar a quién profesaría fidelidad la guerrilla en caso de conflicto entre sus dos patrocinadores: en ciertos barrios de Beirut es fácil ver carteles con las efigies de los guías espirituales chiíes, desde el ayatolá Jomeini hasta el actual ‘líder supremo’ iraní, Alí Jamenei... pero nadie colocaría una foto de Bachar Asad.
Poco queridos por sus aliados religiosos y mal considerados por los líderes de los países árabes vecinos a causa de su alianza con el régimen teocrático persa, los dirigentes sirios “luchan por sobrevivir y quieren volver a tener buenas relaciones con Occidente y con Israel”, opina el periodista Nicholas Blanford, residente en Líbano. Un tratado de paz con Tel Aviv permitiría abrir Siria, carente de petróleo, a la inversión extranjera y al turismo europeo y aprovechar el potencial de este país, eslabón estratégico entre los populares destinos de Turquía e Israel, muy rico en monumentos históricos y a salvo, de momento, de graves conflictos sociales, religiosos o étnicos.
Un futuro prometedor... pero lejano. Yossi Melman se muestra escéptico respecto a la negociación: no cree que “Siria esté dispuesta a ir muy lejos en el precio que tendrá que pagar” por recuperar su territorio. “Israel hace una concesión mayor al entregar terreno que tiene un valor estratégico”, insiste: el Golán se considera en Israel un vital baluarte contra futuros ataques. Aunque el acuerdo incluirá probablemente “un centro de alerta temprana, ocupado por una fuerza multinacional”, “no basta con que Siria firme un papel”: debe transmitir la sensación de ser un vecino fiable. ¿Cómo? Estableciendo rápidamente “relaciones normales con Israel, y con normales quiero decir que no sean como los de Egipto, donde puedes viajar sin problema, pero donde el rechazo y el odio a Israel se notan en todas partes”, esboza Melman. Aunque el analista es escéptico, la tolerancia que caracteriza la sociedad siria y la ausencia de movimientos fanáticos permiten imaginar que este escollo se supere pronto.
La soledad de Olmert
Más difícil se presenta la negociación en el otro bando: Ehud Olmert puede ser sincero en su búsqueda de la paz... pero es “muy débil, corrupto y en vías de salir” del Gobierno, en palabras de Melman. Gran parte de la opinión pública cree que el primer ministro se ha lanzado a la negociación con Asad sólo para desviar la atención de la investigación policial a la que está sometido. Aún no ha sido acusado pero se cree que durante años recibió dinero —en total, unos 100.000 euros— de un millonario judío estadounidense, Morris Talansky. Es sólo el último en una hilera de casos de corrupción que afectan a la plana mayor de los políticos israelíes.
“Nadie cree ya lo que diga este Gobierno. Todas sus decisiones son sospechosas a priori: se supone que únicamente se toman para ganar otro mes, otra semana, otro día de vida”, resume el veterano pacifista y ex diputado israelí Uri Avnery.
La soledad de Olmert quedó en evidencia el 30 de junio cuando el Parlamento votó a favor de una ley que prohíbe ceder cualquier territorio bajo soberanía de Israel sin la aprobación de dos tercios de la Cámara o un referéndum popular. La norma se aprobó con 65 votos a favor y 18 en contra. Según el diario Haaretz fue un éxito para el ‘lobby’ del Golán, un movimiento opuesto a la devolución de este territorio, en el que no sólo figuran ministros del ultraconservador partido Shas, miembro de la coalición del Gobierno, sino incluso diputados de Kadima, el propio partido de Olmert.
1.200 kilómetros cuadrados es la extensión de los Altos del Golán, territorio sirio ocupado por Israel desde 1967. Olmert está dispuesto a devolverlo, condición básica para la paz con Siria.
65 de los 80 diputados de la Knesset votaron el 30 de junio a favor de una ley que prohíbe ceder territorios bajo soberanía de Israel sin una mayoría de dos tercios en el Parlameno o un plebiscito.
16.500 colonos israelíes viven en el Golán y deberían ser reasentados si este terreno se devuelve a Siria. Sus votos alientan a algunos políticos a oponerse a las negociaciones.
Yossi Melman, no obstante, no cree que esta ley dé un portazo a cualquier tratado con Siria. “Antes al contrario: abre puertas”, asegura. Concede que “los diputados propusieron la ley para bloquear el proceso, desde luego: creen que así se ganan el favor de los votantes. Pero en realidad, la sociedad es mucho más flexible y más avanzada que los políticos. Podrían aprobar la cesión del Golán en referéndum si se le ofrece un tratado realmente bueno, convincente”.
Avnery recuerda que el propio Olmert no parece creer en esta posibilidad: “No ha hecho el más mínimo intento de preparar la opinión pública”, cuando ésta necesitaría “un resuelto y tenaz esfuerzo de persuasión” para aceptar la devolución del Golán.
El primer ministro ni siquiera ha relanzado su imagen con la decisión de intercambiar a los dos soldados israelíes capturados por Hizbulá en julio de 2006—o sus restos mortales— por Samir Kuntar, un libanés encarcelado en Israel desde 1979. Aunque la recuperación de los cadáveres de Udi Goldwasser y Eldad Regev —el Gobierno israelí cree que están muertos e Hizbulá no lo desmiente— es una causa nacional, también lo es el castigo del ‘monstruo’ Kuntar, condenado por asesinar salvajemente a una familia hebrea durante una incursión lanzada por el Frente de Liberación Palestina desde Líbano; él sólo admite haber matado a soldados israelíes en un tiroteo.
¿Rebajará el intercambio, previsto para los próximos días, las tensiones en la frontera libanesa e ayudará a las negociaciones con Siria? Nada de eso, según Blanford: “Es un procedimiento estándar establecido en los años noventa a través de mediadores alemanes; se ha hecho antes y no cambia nada en la relación entre las dos partes”.
El frente libanés
El periodista no cree que, actualmente, haya una ecuación sencilla para convencer a Hizbulá de que deje las armas. Motivos de queja no le faltan: Israel mantiene ocupado las Granjas de Shebaa, un minúsculo territorio entre Líbano y el Golán y sus cazas realizan “a diario preocupantes vuelos sobre territorio libanés. Además, Tel Aviv se niega a entregar los mapas de las zonas en las que se lanzaron bombas de racimo en la guerra de 2006” que siguen causando víctimas.
Desaparece Estados Unidos, se perfila Turquía y Francia intenta asumir un renovado protagonismo
Erdogan: La mediación del Gobierno turco fue clave para iniciar las negociaciones: Ankara es un firme aliado de Israel, pero también un buen vecino de Siria.
Sarkozy: Es el mediador ideal: amigo personal de Israel pero —en la tradición francesa— independiente y capaz de defender los intereses del mundo árabe.
Bush: Israel intenta negociar mientras siga en la Casa Blanca su más firme valedor. Siria e Irán apuestan por ganar tiempo hasta que desaparezca de la escena.
Blanford es escéptico: “En los noventa hubo un entendimiento: una vez que Siria firmara la paz con Israel animaría a Líbano a hacer lo mismo. Pero hoy, Siria ya no manda en su vecino. Es verdad que sería muy difícil para Líbano ser el último país de la zona enfrentado con Israel, y si Damasco hace las paces, gran parte de los políticos libaneses querrá seguir su ejemplo, pero Hizbulá hará lo posible para bloquear un acuerdo. Está en el Gobierno e incluso puede ser que tenga mayoría a partir de las elecciones del año que viene”, analiza el periodista.
La clave en este caso sería Irán. Blanford ve posible un acuerdo amplio entre Teherán y Washington que incluya el fin del respaldo de los ayatolás a la guerrilla libanesa, “porque el régimen de Teherán es muy pragmático. Entonces, Hizbulá estaría en una situación muy difícil; puede haber divisiones internas”. La sociedad libanesa, que nunca ha simpatizado demasiado con los palestinos —a los que culpa de haber provocado la guerra civil de los setenta—, otorgaría escasa simpatía a una milicia dedicada, cual llanero solitario, a la lucha contra Israel.
Otro cantar es que haya voluntad de negociar con Irán. No ocurrirá antes de que Bush deje su sillón, aunque todos los analistas coinciden que un golpe militar para frenar el supuesto programa de armamento nuclear iraní sería contraproducente. Una incursión militar terrestre es sencillamente imposible: necesitaría un número de soldados varias veces superior a los de la invasión de Iraq y se encontraría con una resistencia feroz, en un momento en que EE UU simplemente no tiene tropas disponibles. No serviría de gran cosa un bombardeo aéreo, como aclara un informe reciente del Washington Institute for Near East Policy, —cercano a los ‘neocon’ del Gobierno de Bush—: si Irán realmente desarrolla armas atómicas, cosa no demostrada, lo hará en laboratorios subterráneos secretos, difíciles de localizar y de alcanzar. Un bombardeo sólo convencería al público iraní y al mundo de que Irán tiene justificados motivos para armarse.
Avisos entre aliados
Israel parece inclinarse a dar el golpe por su cuenta, si Bush no se decide. Así lo sugiere una enorme maniobra militar que condujo en junio sobre el Mediterráneo. Pero acorde al informe del Washington Institute, Estados Unidos tiene motivos para frenar en seco una aventura de este tipo: dado la menor capacidad militar de Israel, el éxito de la misión sería todavía más improbable, pero las consecuencias negativas afectarían exactamente igual a EE UU: nadie creería que Israel pueda sobrevolar Iraq—paso necesario— sin el visto bueno de Washington. Acorde a Kenneth Pollack, experto de la Brookings Institution y ex colaborador de la CIA, “sólo nos enteramos de los ejercicios israelíes cuando ellos quieren que nos enteremos”; en su opinión, la maniobra fue una advertencia a Washington para presionar a favor de una acción militar americana.
Altos cargos de EE UU descartan atacar Irán
No es seguro que haya funcionado: el almirante estadounidense Mike Mullen, jefe del Estado Mayor y asesor directo de Bush, fue tajante al ser preguntado por un posible ataque israelí a Irán: “Esta parte del mundo es muy inestable y no necesito que sea aun más inestable”, declaró. “Abrir un tercer frente sería muy estresante”, añadió, en referencia a Iraq y Afganistán.
¿Paz o guerra? Espectáculo en beneficio de todos, responde Uri Avnery: sólo por negociar, aunque no haya resultado, Ehud Olmert se perfila como un audaz buscador de la paz, lo que puede alargar su vida política y atraerle votos en las primarias de Kadima en septiembre, Bachar Asad se aleja del ‘eje del mal’ y recoge simpatías en Europa, el Gobierno turco, acosado por los sectores más nacionalistas, gana estatura y hace méritos ante la UE y Nicolas Sarkozy, último en llegar a la fiesta, recupera de un golpe el protagonismo de Francia en Oriente Próximo y el Mediterráneo, cedido hace muchos años a Estados Unidos.
Los únicos que no ganan nada con las conversaciones de paz, mientras no desemboquen en un acuerdo tangible, son precisamente quienes están desde hace medio siglo en el corazón del conflicto. La vida de los vecinos de Nablús, Ramalá o Gaza no mejorará si, por sorpresa y ante aplausos, Ehud Olmert y Bachar Asad se llegan a dar la mano en el banquete de París.
Mientras el mundo observa las tímidas negociaciones entre Israel y Siria y los mutuos gestos de amenaza entre Tel Aviv y Teherán, los palestinos siguen poniendo la mayor parte de los muertos en el conflicto que enfrenta todo Oriente Próximo pero se limita a un territorio menor que la Comunidad de Madrid.
Hay consenso en que la paz en la región es posible sólo si palestinos e israelíes llegan a un acuerdo duradero. ¿Será más fácil si Siria firma la paz con Israel y retira su apoyo a los dirigentes palestino radicales? Probablemente no haya diferencia: Hamás recibe su financiación sobre todo desde Arabia Saudí y, en todo caso, el establecimiento de un estado palestino en las fronteras aproximadas de 1967 —mucho menores que las previstas por Naciones Unidas en 1948— es una exigencia irrenunciable de toda la población. Incluso sin patrocinadores externos, es inverosímil que los palestinos se resignen a continuar viviendo como hacen hoy: en una especie de ‘bantustanes’, es decir islotes rodeados de controles militares, sin posibilidad de viajar al exterior y sometidos a la jurisdicción del Ejército ocupante.
Mientras negocia con Israel, Bachar Asad ha recibido al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, para mediar en conversaciones entre éste y sus rivales de Hamás, exiliados en Damasco. Siria asume así el rol de moderador, jugado tradicionalmente por Egipto, lo que señala su buena disposición hacia la facción palestina aceptada por Tel Aviv. Hamás, mientras tanto, si no quiere romper con Siria, tiene interés en mantener la tregua para no torpedear las negociaciones de Asad con Olmert. Algo que parece importar menos a los militares israelíes: continúan sus operaciones en Cisjordania, aunque se arriesgan a provocar reacciones violentas que hagan saltar por las aires la siempre frágil tregua.