Un pueblo que confía en España
Todo son conjeturas bajo la enorme jaima en la que Mohamed Abdelaziz, secretario general del Frente Polisario y —para los países que reconocen esta entidad— presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), esboza el futuro. Por enésima vez, el informe de Naciones Unidas ha concluido que no se ha conseguido un acuerdo en el plazo previsto y que caben dos opciones: retirarse del asunto o prorrogar el plazo y seguir trabajando por la implantación del Plan Baker II.
Mohamed Abdelaziz da por hecho que Naciones Unidas elegirá, una vez más, la segunda alternativa aunque como cuestión de principios apunta que el abandono de las vías diplomáticas devolvería a los saharauis al campo de batalla: “La opción de la guerra está siempre abierta, hasta un día después del referéndum de la autodeterminación”.
Frente al Muro, aquella banda de dos mil kilómetros de diques, trincheras y campos de minas que el ejército marroquí ha construido desde 1985, la guerra parece alejada. Entre los guijarros asoman los restos de un proyectil de mortero, pero hace trece años que nadie ha pegado un tiro en esta paisaje lunar de piedra negruzca. Trece años de una espera cada vez más larga y una esperanza cada vez más escasa.
Los estratagemas del gobierno marroquí para obstruir el referéndum han llevado al mediador James Baker a idear otras vías: la autonomía del Sáhara Occidental bajo soberanía marroquí, la partición del territorio y finalmente el plan conocido como Baker II: cinco años de autonomía limitada en la que Marruecos retendría varias competencias tan importantes como Seguridad o Comunicación y un referéndum final en la que toda la población del territorio, incluidos los colonos marroquíes —cuyo número supera al de los saharauis— podrían decidir sobre la independencia.
Puede sorprender que el Frente Polisario esté dispuesto a aceptar este plan, pero tiene su lógica si uno recuerda las claves de este contencioso que no tiene nada que ver con un conflicto étnico: no existen enfrentamientos entre las familias saharauis y los colonos marroquíes en los territorios ocupados. Y tras cinco años de autogobierno - presumiblemente muy participativo, vista la experiencia en los campamentos de refugiados - muchos marroquíes podrían preferir esta república frente al reino alauita en el que las reformas democráticas avanzan a paso de tortuga. De ahí que Rabat quiere eliminar la opción de la independencia del referéndum final. Es la eterna piedra de toque: “Marruecos aceptaría cualquier solución siempre y cuando no toque el tema de la soberanía” del Sáhara, en palabras de Abdelaziz. Justo el punto al que el Frente Polisario no puede renunciar, tras treinta años de lucha.
¿Cambiará algo con la llegada del PSOE a la Moncloa? En el aire flotan las recientes declaraciones de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando afirmaba que era prioridad restablecer las buenas relaciones con Marruecos y el hecho de que en estos mismos momentos, el presidente español está de visita oficial en Casablanca. ¿Significa esto que España podría abandonar la causa del pueblo saharaui?
Abdelaziz no lo cree. “No contemplamos ni remotamente que Zapatero se aleje de las posiciones defendidas hasta ahora y tenemos plena confianza en la opinión pública española”. “Cualquier gobierno que venga tendrá que respetar los deseos del pueblo español y la opinión pública, que reconoce los derechos del pueblo saharaui” remacha.
Es esta opinión pública que el sábado por la mañana se materializa frente al Muro en forma de decenas de pancartas y banderas autonómicas de Andalucía, Aragón, País Vasco, Extremadura, Canarias, Cataluña… Dos centenares de españoles —gran parte de ellos diputados y consejeros autonómicos y concejales de todos los partidos— reivindican un fin de la espera en términos algo más contundentes que los empleados por Abdelaziz. Incluyendo duras críticas a Naciones Unidas. Mientras que algunas frases en castellano personalizan el conflicto en la persona del rey Mohamed VI, los gritos en árabe se limitan a expresar un “no a la ocupación, sí a la independencia” e invocan que “el Sáhara es nuestro, nuestro es el derecho, nuestra la tierra, Marruecos es el enemigo”.
El enemigo está a un kilómetro de distancia: una franja blanca, salpicada de antenas de radar, recorre las pedregosas colinas negruzcas. Es el Muro. Una serie de siluetas se recorta contra el cielo: los militares marroquíes observan la escena.
El Muro demuestra, según Brahim Ahmed Mahmud, comandante de la 2º sección militar y responsable de la zona Hausa en la que nos encontramos, que el ejército marroquí no puede vencer a las tropas saharauis. De ahí “la mayor aportación de Marruecos y quizás su única herencia: dos millones de minas, alrededor de 40 por cada saharaui” según calcula Mahmud, si bien es difícil confirmar esta cifra por un organismo independiente. Aunque en el pasado, ambos bandos han utilizado estos artefactos militares, el comandante no duda en calificar al gobierno marroquí de ‘terrorista’ ya que gran parte de las víctimas de las minas son civiles: familias que se desplazan por la región en busca de pastos para camellos y cabras. Aquí, a pocos centenares de kilómetros de la costa atlántica, el desierto tiene una cara más amable que en la llanura árida de Tinduf, donde se hallan los campamentos de refugiados. A la sombra de las colinas perviven acacias y arbustos.
Una lectura de poemas saharauis en castellano clausura la marcha. Marisa Paredes, antigua directora de la Academia de Cine, inicia el acto en el que participan también actrices como Gemma Brió, Teresa del Olmo o Mercedes Lezcano. Durante la vuelta en landrover hasta el campamento base, todos los participantes debaten sobre si España puede hacer algo más para ayudar a solucionar el conflicto, ya que las buenas palabras no parecen haber hecho mella en la postura marroquí. ¿Debería España imponer sanciones a Marruecos o al menos tomar una clara distancia? La Coordinadora Estatal de Asociaciones Solidarias con el Sáhara parece sugerirlo cuando afirma que “estamos ante un país que no es, ni puede ser todavía un socio de la España democrática”.
Mohamed Abdelaziz, en cambio, excluye esta opción. “Todo arreglo tiene que darse en el marco del plan de paz de Naciones Unidas” afirma categóricamente. Además, “España es miembro no permanente del Consejo de Seguridad” y “está bien situado para asumir un papel importante dentro de Naciones Unidas, en ningún caso fuera de Naciones Unidas”.
A continuación recuerda que con el pretexto de cumplir las decisiones de este organismo internacional no se ha dudado en imponer embargos a otros países, en clara alusión a Irak, aunque “no podemos recomendar a Naciones Unidas qué sanciones debería utilizar”. Eso sí, pide al Consejo de Seguridad que “empiece a tratar a Marruecos con el rigor requerido”. Respecto al presidente español que en estos momentos se debe de encontrar charlando con Mohamed VI, Abdelaziz sólo desea que “el señor Zapatero pida al rey de Marruecos que acepte la legalidad internacional y aplique el plan”.
No todos los saharauis comparten la cautela con la que su dirigente se refiere al papel de España. “Personalmente saludo mucho la firmeza de Aznar frente a Marruecos” opina el comandante Brahim Ahmed Mahmud, quizás sin ser consciente de que las pésimas relaciones entre el gobierno del PP y el marroquí tampoco se han traducido en una ventaja para el pueblo saharaui. Otros jóvenes son mucho más radicales: consideran todo el interminable proceso diplomático como una gran mentira. “Hay que volver a la guerra, no hay otra opción”. La valentía de un pueblo unido, argumentan, podría vencer a los reclutas marroquíes a los que, al fin y al cabo, no se les ha perdido nada en el Sáhara.
“Durante la guerra —recuerda Mohamed Sadeq, de unos treinta años— nosotros capturamos a más de dos mil prisioneros marroquíes, frente a los setenta soldados saharauis que apresaron ellos”. Es cierto que muy pocos marroquíes consideran la guerra del desierto como un supremo valor patriótico, aunque menos aún se atreven a afirmar en público lo contrario: la represión policial no diferencia entre saharauis y bereberes a la hora de castigar cualquier simpatía por el Frente Polisario.
Pese a todo, la estrategia de Rabat de no marginar a los saharauis en los territorios ocupados y de favorecerlos incluso con una política de empleo y subsidios al que no tiene acceso el común de los marroquíes, no ha dado fruto alguno: cuando se celebre el referéndum, ningún saharaui votará a favor de la monarquía y de un aparato de estado que hoy por hoy sigue encarcelando y torturando a decenas de personas por sus opiniones políticas.
“Marruecos ha fracasado en el plano militar y en el diplomático, pero sobre todo ha fracasado a la hora de ganarse las almas de los saharauis” resume Mohamed Abdelaziz. La independencia sigue siendo la única opción para las 250.000 personas que sobreviven desde hace tres décadas en los campamentos de Tinduf. Para ellos, volver con la cabeza gacha es impensable. Antes, el desierto.