Hija de madre húngara y de padre mitad ruso y mitad iraní, Yasmina Reza (París, 1959) es una de las dramaturgas más representadas en todo el mundo, sobre todo a raíz del abrumador éxito de su obra Arte (1994), que le valió su tercer premio Molière consecutivo tras Conversaciones tras un entierro (1987) y La travesía del invierno (1989).
Como prosista, ha escrito obras como Ninguna parte (2005), donde subraya su condición de apátrida, El trineo de Schopenhauer (2005) y El alba, la tarde o la noche (2007), un largo reportaje resultado de la gira electoral que hizo acompañando al que luego sería presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy.
Ahora da el salto a la dirección cinematográfica con Chicas, basada en Una comedia española, “una historia que escribí hace tiempo pensando en actores españoles, firmé con el nombre de mi alter ego, Olmo Panero”, explica. En el reparto cuenta con Carmen Maura, André Dussollier y Emmanuelle Seigner.
“No me preocupaba el hecho de que me vean como una mujer de teatro que hace cine. Cuando me meto en un proyecto, me centro en él y no hay nada más. He tenido total libertad para filmar, y además me lo he pasado muy bien”, agrega Reza. Aunque pide que las preguntas se le hagan en castellano —idioma que conoce desde hace tiempo— , se siente más segura respondiendo en inglés a quien no domine el francés.
No ser de ninguna parte, ¿ayuda a ser de todas partes?
Definitivamente sí. Pero si tuviera que elegir entre ser de todas partes o de ninguna, elegiría lo segundo.Así lo siento.
Se dice que los hijos de los emigrantes tienen la necesidad de reafirmar su identidad más que sus padres... ¿Por qué no ha sido su caso?
Eso es cierto. Pero yo no mezclo la idea de una identidad fuerte con la procedencia. Tal vez todos necesitamos afirmar nuestra identidad, pero no necesariamente basada en el lugar de donde es uno. No necesito unas raíces para saber quién soy.
Sin embargo, en Una comedia española, la obra en que se basa su filme Chicas, invoca alguna lejana raíz hispana. ¿Es una vinculación fuerte, o anecdótica?
Creo que es bastante profunda, pero tiene que ver con la infancia. Mis padres no nos cuidaban mucho, estaban en sus quehaceres, y la mujer que nos atendía era española. Y estuvo viviendo con nosotros veinte años, en casa. Además, nos íbamos de vacaciones a Málaga, de modo que me he criado escuchando la música, las historias, el idioma español. De hecho, antes lo hablaba mucho mejor que ahora.
¿Cuál es la identidad más fuerte, la nacional, la religiosa o la lingüística?
La lingüística, sin duda, al menos para mí. Te permite sentir intensamente cosas, aunque no vengan de tu primera lengua. Anoche estuve en un local precioso, escuchando flamenco. Fue extraordinario compartirlo con todas esas personas que cantaban, que conocían las letras... Eso me llega mucho.
Dice Angela Merkel que el modelo europeo de integración ha fracaso. ¿Qué opina al respecto?
Creo que es verdad. Mis padres eran forasteros, primero en Inglaterra, luego en Francia. No teníamos familia en ninguno de estos lugares, estábamos solos, pero nos dijeron: “Desde ahora sois franceses, y tenéis que considerar este país como propio”. Nos decían que nos fijáramos en qué bonito es París, nos exigían que aprendiéramos muy bien la lengua, nos corregían constantemente. Si en el colegio hacíamos correctamente una redacción, se mostraban muy orgullosos. Creo que ahora es un caso diferente. La gente que llega a Europa, a menudo sumida en la pobreza, cargada de dificultades, no sé por qué quieren mantener a toda costa su propia identidad de origen, su vestimenta. Ni se han integrado, ni se han hecho los esfuerzos adecuados para que se integren. Al menos en Francia, la situación es desastrosa.
¿Pueden los intelectuales jugar algún papel en este escenario?
La verdad es que nunca me consideré una intelectual. Creo que ser escritor no es ser intelectual, más bien todo lo contrario. No tenemos ninguna especialidad. Si tenemos sentimientos, ideas y opiniones que expresamos a través de nuestros libros o en una obra de teatro. Pero lo que planteamos son preguntas y contradicciones, no ofrecemos respuestas.
Hay quien piensa que cada país tiene los políticos que más se parecen al pueblo en ese momento. ¿Cree que esta idea es aplicable a Sarkozy?
Es difícil responder... [medita unos segundos]. En un sentido general, creo que los políticos son un reflejo del momento de vulgaridad que vivimos. Creo que tenemos los políticos que nos merecemos. «Los políticos son un reflejo del momento de vulgaridad que vivimos; tenemos los que nos merecemos»No sólo Sarkozy, la élite política en general carece de hombres que destaquen por ser alguien especial, o por lanzar un mensaje especial.
Cuando Zapatero obtuvo la presidencia, dijo: “el poder no me va a cambiar”. ¿Era una primera promesa imposible de cumplir?
Es posible que el poder no te cambie del todo, tal vez no cambie a la persona por dentro. No creo que Sarkozy como persona haya cambiado.Lo que cambian son los sueños, las expectativas que uno tiene cuando llega al poder. No tardas mucho en darte cuenta de que lo que tenías en la cabeza es inalcanzable. Pero lo más importante es que la situación del poder te separa de la vida, de lo cotidiano. En el poder tienes a un montón de gente a tu alrededor, una corte que actúa como una barrera entre esa persona y la realidad. Eso lo vi con mis propios ojos en el caso de Sarkozy.
¿Qué le parecería que su nombre vaya indisolublemente unido al del presidente francés?
¿Usted lo cree?
Es posible, aunque algún crítico entusiasta llegó a asegurar que Sarkozy pasará, y quedará sólo como un personaje de Yasmina Reza...
¡Eso es fantástico, yo también lo creo! [risas]. A Sarkozy no le gustó nada el libro, porque mientras lo acompañaba estaba convencido de que sería el héroe del relato. Sin embargo, es un personaje más del libro. Como cualquier persona que llega al poder, es sólo un personaje más de la historia. Lo que no sé realmente es cuál es el lugar que ocupa un político en un marco histórico concreto. Eso se me escapa.
¿Tienen un poder los escritores que, como usted, alcanzan el éxito?
Tuve la gran suerte de ser estrenada en todas partes, especialmente en el mundo anglosajón, que es enormemente difícil. Eso es lo que suele llamarse el éxito, o la gloria. Pero es un eco lejano: sabes que existe, pero no lo sientes realmente. Yo al menos tengo la sensación de que soy estrictamente la misma persona, puedes preguntar a quienes me conocen. Y, por lo tanto, no tengo ningún poder.
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