Carmen Maura (Madrid, 1945) es una de las actrices sin las cuales no se entendería el cine español de los últimos treinta años. Ha trabajado con los mejores directores, desde Fernando Colomo a Trueba, pasando por Pilar Miró o Carlos Saura. Aunque comenzó en los 70, su gran momento llegó a finales de los 80, cuando encandenó el éxito de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) de Pedro Almodóvar, con el de ¡Ay Carmela! (1990), de Carlos Saura.
A partir de ahí empezó a adquirir proyección internacional, trabajando con cineastas como André Techiné, Nadir Moknèche, Alejandro Agresti, Gerard Depardieu, Amos Gitai o Francis Ford Coppola. Vive a caballo entre Madrid y París, actualmente destaca en la cartelera televisiva con la serie Las chicas de oro, y esta semana pasó por el Festival de Sevilla para presentar Chicas, la primera incursión de la dramaturga Yasmina Reza en la dirección de cine.
¿Francia es ya una segunda casa para usted?
La verdad es que me siento bien allí. No es que me haya vuelto francesa ni mucho menos, además no les consiento que pronuncien mal mi apellido —al principio decían Morá—, pero como tengo allí mi apartamentito y he pasado mucho tiempo allí, me gusta. Además, está muy bien lo de cambiar. Allí no soy popular, me conocen como actriz, pero puedo ir tranquilamente en el metro, comer a un restaurante, ir al cine a las nueve de la mañana sola y que nadie me diga nada... ¡llorar en el cine sin que me miren! Al principio fue mucho más duro, no los conocía como ahora. Pero ya tengo amigos, vecinos. Eso sí, no es un país como para llegar diciendo “voy a conquistar París”, porque como no seas fuerte te puede dar un bajón...
Pero tanto como emigrante, no se ha sentido...
En París más bien me he sentido totalmente española, más que en España. Me sorprendo a mí misma diciendo cosas como “en mi país silencio quiere decir silencio”, cuando en nuestros rodajes todo el mundo habla. O “en España las ocho de la mañana son las ocho de la mañana”. Y luego intento siempre soltar cosas en español, que se les queden algunas palabras. Porque realmente nosotros los conocemos mejor que ellos a nosotros.
¿Y por qué cree que nos miramos con tanto recelo?
Es un poco normal, porque históricamente los franceses nos han encontrado inferiores. Durante mucho tiempo fuimos la paellà, los toròs [pone acento francés] y poco más, pero es verdad que poco a poco hay más franceses que visitan nuestro país y nos van descubriendo. En ese sentido, insisto mucho en las entrevistas en hablar de la cantidad de gente con talento que está saliendo de España. Fíjate aquí en el Sur, qué cantera maravillosa hay por descubrir. Por otra parte, toda la historia de Almodóvar ha ayudado muchísimo, no sólo al cine, sino al conocimiento de España en general. Había, eso sí, un inconveniente: con las películas españolas que llegaban, muchos franceses pensaban que todos los españoles eran así. He tenido que decir hasta la saciedad que Pedro tiene una personalidad muy especial, pero hay muchos otros muy diferentes.
¿Desde París cambia la percepción del cine español?
Siempre he pensado que éramos estupendos. Ahora además tenemos una ventaja: toda Europa está en crisis. En Francia están todo el día de huelga, de manifestaciones... Pero nosotros estamos tan acostumbrados a la crisis, que salimos adelante mucho mejor. A los franceses la situación les deprime y les humilla. Tal vez suene un poco exagerado lo que digo, pero va por ahí.
Estamos en un festival de cine europeo. ¿Siente los colores?
¿Los europeos? Bueno, para mí es el Festival de Sevilla. Si me dices además es europeo, pues vale, cojonudo. Ayer estuve con Yasmina [Reza], que adora todo lo que es español, y quería oír algo de flamenco. Nos llevaron a La Anselma y estuvieron geniales. Para mí no sabes lo bien que me sienta poder enseñarle a un francés algo así, esa mezcla de folklore y religiosidad. Hasta yo, que no soy nocturna para nada, dije que de ahí no nos íbamos hasta que nos cantara la Salve...
Le he oído decir que “cuando no haces tele, no existes”. ¿Así de tajante?
Sí, yo no he parado de trabajar, pero últimamente lo he hecho más en América Latina. Y ahora, con Las chicas de oro, cojo un taxi y me dicen: “Qué bien que vuelva usted a trabajar, Carmen, te echábamos muchísimo de menos”. No existes para un montón de gente, no olvidemos que al cine van muy pocos, no se puede comparar con la cantidad de espectadores que ven la tele. A veces, hasta una entrevista en la tele puede ser más positiva para una que una película entera. Desde que empecé, me ha interesado mucho trabajar para la gente. Nunca tiendo a hacer películas que no son de antemano para el público. Además, pienso que el cine es un negocio, y si funciona todo el mundo está contento, el de la taquilla, el productor, la madre del actor... Y que todo el mundo trabaje en otra.
Acaban de estrenar en Broadway la versión de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Usted siempre ha dicho que sufrió horrores aquel rodaje, ¿irá a verla?
Si estuviera más cerca sí, pero ¿en Nueva York?. Aguantar las humillaciones y atravesar esa aduana, me ha hecho cogerles una manía. Dan ganas de decirles, ¿sabes qué te digo? ¡Que me cojo el avión de vuelta! La última vez con Almodóvar, la jovencita de Volver [Yohana Cobo] se mareó en la fila, vomitó ¿y crees que nos sacaron una silla? Allí no voy a ir. Pero lo que más me extraña es que, por las fotos que he visto, ¡me han copiado el traje! La actriz va vestida igual que yo, ¿cómo se puede ser tan copiona? En la escena en que quema la cama, la camisa es idéntica. Y lo mismo con el vestuario de Candela [el personaje de María Barranco], de Rossy [de Palma]...
Y habrá cobrado el diseñador... ¿Cómo hace Carmen Maura para que todo, comedia, drama, lo que le echen, lo haga bien?
Hay otras que también lo hacen, lo que pasa es que en mi carrera he tenido una ventaja. Empecé bastante tarde, con 25. Y durante 10 o 15 años me ofrecían los papeles cuando la ideal decía que no. Cuando no encontraban a otra, me lo daban a mí. Me ha pasado con películas como ... batalla de Camus, las monjas con Picazo. Cuando no encontraban a la perfecta, decían: “Esta lo hará”. Y al no tener un físico muy definido, pueden disfrazarte de cualquier cosa. De chacha, en cinco minutos. De reina, un poco más, pero también. Pero de lo que me disfrazo más fácilmente es de pobre. Me encanta que piensen que para esos papeles necesitaba dos horas de maquillaje. ¡Y sólo llevaba crema para el sol!
De la serie Chicas de oro a la película Chicas. ¿Las chicas al poder?
Ha sido una casualidad. Fui yo quien le explicó a Yasmina que la palabra española tiene muchos sentidos y no tiene traducción...
¿Y trabajar con la dramaturga más exitosa de los últimos años, cómo sienta?
Fue una suerte, típica maniobra de mi ángel de la guarda. Yasmina no sabía que yo hablaba en francés, y fue un director, con el que luego trabajé, quien le habló de mí cuando le dijo que quería una actriz española. Me da una ilusión enorme, es una escritora super-conocida, y estoy segura de que montones de actrices francesas matarían por este papel.
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