Argelino emigrado a Francia, hijo de militar, tomó el relevo de Simone de Beauvoir en la revista Le temps modernes, ha sido asesor del gobierno socialista de Lionel Jospin y europarlamentario. Crítico con el imperialismo norteamericano, alerta ante las nuevas leyes migratorias que trae la crisis y se ha convertido en un pensador básico de la nueva Europa. Su reflexión sobre las elecciones israelíes y el futuro del conflicto es pesimista. Se auguran años de inestabilidad y desencuentro.
¿Cómo valora los resultados de las elecciones de febrero en Israel?
Me parece que ha quedado patente que la mayoría de la población ahora quiere un gobierno de ultraderecha, que va a poner en marcha una política mucho más agresiva que el partido que en realidad ha ganado las elecciones, el Kadima. Al mismo tiempo, sin embargo, hay que tomar en cuenta que la política de Kadima, con Ehud Olmert, era muy conservadora, muy agresiva. Proviene del Likud y de Ariel Sharon, no lo olvidemos. La diferencia entre Netanyahu y ellos no es una diferencia de cualidad sino cuantitativa.
¿Cuáles serán las líneas principales de su gestión?
El nuevo gobierno se está moviendo ya bajo la batuta de la extrema derecha racista rusa y, por tanto, va a desarrollar las colonizaciones, las provocaciones… El gobierno de Kadima y los laboristas también contribuyeron a un crecimiento exponencial de las colonias. Una cifra da idea de lo que está pasando: desde el proceso de paz de Oslo, la colonización se ha cuadruplicado. Eso crea una resistencia natural de los palestinos.
¿Y nadie puede decir a Israel que ése es un camino equivocado? ¿Nadie tiene autoridad para convencer a Benjamin Netanyahu?
Ahora, el gobierno israelí teme que EE UU empuje hacia una solución al conflicto y Netanyahu no lo quiere si eso significa renunciar a la colonización. Por eso no se puede descartar una nueva ofensiva israelí, una nueva guerra, con las consecuencias que hemos visto en la masacre de Gaza. Una muestra de poder y un avance en su poder sobre el suelo. Las elecciones demuestran una orientación cada vez más dura de la derecha israelí y de las posiciones del gobierno, así que debemos estar preparados para todo. Los bombardeos de enero en Gaza habían ya dado la señal de la orientación de la radicalización. Es una muy mala noticia para las negociaciones de paz.
¿A qué viene tanto miedo entre la población israelí?
Se puede interpretar como una respuesta a la victoria de Barack Obama en Estados Unidos. Es una situación muy paradójica; ¡un estado norteamericano que ahora pretende avanzar en el sentido de la paz, ante una regresión identitaria y política de Israel! Eso da mucho miedo. Y eso que Obama no va a ser la solución. Israel no es un problema de política exterior para EE UU, sino de política interior. Hace falta más que EE UU para activar la maquinaria de la paz.
Eso explica el auge de Lieberman, al que no sólo han votado esta vez sus compañeros rusos, ¿no?
Sí. Ahora hay una cosa nueva: por primera vez ha tenido mucho éxito el partido racista de Lieberman, que llama a la construcción de un Israel basado en el apartheid, en la exclusión de los palestinos. Esto puede desembocar en enfrentamientos muy graves entre la ultraderecha racista y los ciudadanos árabes de Israel. Creo que en Israel hay como un 20 o 25% de la población que no quiere la paz, pero la mitad está lista para aceptarla si llega. No son las mejores bases para comenzar a caminar.
¿Cómo ha llegado el electorado a esa polaridad?
La situación actual resulta de la decadencia de los laboristas, de la destrucción del eje tradicional de la política israelí de los últimos 30 años entre la derecha y la izquierda. También es la manifestación del hecho de que tanto unos como otros no pudieron proponer una salida política al conflicto con Palestina. No han querido negociar con el partido mayoritario, legalmente mayoritario, como lo es Hamás, elegido democráticamente por la población palestina, que dice que quiere negociar con Israel, que reconoce las fronteras de 1967 y que ha aceptado un año y medio de tregua. La derecha y la izquierda no se atreven en abrir el camino de paz y de ese bloqueo surgen los extremos, tanto en Israel como en Palestina.
¿Qué papel puede jugar la UE? ¿No puede convertirse en una nueva vía de impulso al proceso, más allá de Estados Unidos?
La UE no tiene poder allí sin Estados Unidos. En realidad, la Unión no se considera un actor principal en Oriente Próximo, aunque sea la primera en padecer las consecuencias de la inestabilidad que impera allí. Europa debe reorientar radicalmente su estrategia. Primero debe resituar el conflicto en el contexto del Derecho Internacional volviendo a la legitimidad de la ONU. Esto significa lo siguiente: que apoye la organización de una conferencia internacional auspiciada por el Consejo de Seguridad, que exija el envío sobre el terreno de cascos azules, que presione a Naciones Unidas para que ésta fije plazos en las negociaciones entre los protagonistas y que implique a la comunidad internacional en la seguridad, tanto del Estado de Israel como del futuro Estado palestino.
Pero si ni siquiera levanta la voz cuando de incumple una resolución…
Europa debería hacer uso de la llamada cooperación privilegiada sin que le temblase el pulso, suspendiendo los acuerdos económicos en caso de que la legalidad internacional no fuera respetada. Debería controlar la utilización de los fondos enviados a la Autoridad Palestina y, sobre todo, dialogar con Hamás, cuyo Gobierno ha sido democráticamente elegido por los palestinos, repito.Ello haría, incluso, más eficaz su condena a los ataques contra civiles israelíes. Europa debería ser independiente y mostrarse decidida en la defensa del derecho internacional.
En este escenario de desencuentro, ¿cuáles serían sus apuestas para relanzar el dormido proceso de paz?
Abogo por una solución que pasa por cuatro puntos esenciales: separar a los beligerantes para evitar fricciones, crear una mesa de negociación comprometida y seria bajo la autoridad de Naciones Unidas, condenar la violación de las leyes internacionales y las resoluciones de la ONU y poner en marcha un plan de desarrollo económico común entre las partes, porque la base económica del conflicto es esencial para entenderlo y resolverlo. Mi sueño es que se organice una Conferencia General de la ONU en Jerusalén y se diga allí mismo que hemos de acabar con este conflicto que tanto daña la dignidad de ambos pueblos.
¿Por qué hemos dejado de prestarle atención a Gaza tras los bombardeos de principios de año?
Eso demuestra el gran poder de Israel, el poder del grupo pro israelí en EEUU, también la complicidad de varios países árabes que quieren calmar a sus poblaciones. Por otro lado, no hay que confundir el gobierno y la sociedad israelí. Las fuerzas de paz en Israel son obviamente minoritarias como fuerzas políticas, pero existen. La trampa sería caer en el odio mutuo. Los palestinos deben trabajar con estas fuerzas. Es mucho más eficaz, para lograr la paz, organizar conjuntamente una manifestación pacífica contra las colonias que perpetrar un atentado en contra de los colonos. En este trágico conflicto, la paz será política o no será.