La previsible e inútil victoria islamista
Todo indica que las elecciones legislativas llevarán al partido integrista PJD al triunfo, pero no necesariamente al poder, debido a la 'balcanización' del paisaje político.
Ganarán? ¿No ganarán? A una semana de las elecciones, todo Marruecos se hace la misma pregunta: ¿qué resultado obtendrá el partido islamista Justicia y Desarrollo, conocido por sus siglas PJD?
Es la gran incógnita. Hay múltiples sondeos, a cuál más inverosímil, como el difundido el año pasado por el instituto norteamericano IRI, que atribuía a este partido el 47% de la intención de voto. La noticia movilizó a parte de la sociedad contra el ‘maremoto islamista’ y puso en duda el rol de Marruecos como baluarte frente al integrismo.
La realidad parece ser más sobria: el propio PJD difundió en julio una encuesta según la que preveía conseguir el 38% de las papeletas. Finalmente, un sondeo de agosto reduce las expectativas al 19%, cifra que armoniza con las últimas declaraciones de los propios líderes del partido: esperan obtener “entre 60 y 70 escaños”, concedió el secretario general, Said Eddine Othmani, la semana pasada. Sería un notable progreso frente a los 42 que posee ahora en la Cámara Baja. No obstante, en las últimas legislativas, el partido sólo se había presentado en dos tercios de las circunscripciones.
La previsión de Othmani confirmaría así que, cinco años después, el partido islamista no ha podido aumentar demasiado su tirón entre la población. Y eso que la alarma creada puede haberle incluso ayudado. Así lo cree Amina Ibnou Chaikh, directora de la revista bereber Amadal Amazigh. “Tanto rumor sobre su posible victoria no hace más que movilizar a sus votantes,” advierte.
Escaso entusiasmo
De hecho, parece que son los militantes del PJD quienes más entusiasmo muestran ante la próxima cita electoral. El ambiente general en las grandes ciudades, como Rabat o Casablanca, es más bien de rutina. Los carteles electorales brillan por su ausencia, pese a los espacios habilitados para ellos, y sólo las numerosas banderas nacionales dan un aire festivo a las calles.
Las cifrasLas manifestaciones del PJD, con sus activistas uniformadas con el pañuelo islamista, convencidas de su misión y observadas con recelo por las jóvenes de atuendo europeo —la habitual en las grandes ciudades— son el evento más llamativo del ambiente electoral.
Noureddine Ayouch, empresario publicista, veterano agitador cultural marroquí y presidente de Daba2007, una organización que pretende mejorar la participación democrática, confirma la pasividad de los votantes. “Según nuestro sondeo, el 69% de los marroquíes dice que quiere ir a votar, pero el 70% de éstos aún no sabe a quién. Eso demuestra que la gente no conoce el programa de los partidos, ni sus líderes, ni los valores que defienden... y así, tampoco tiene confianza en ellos”, desgrana Ayouch.
‘Balcanización’
El publicista cree que la raíz de los males está en la “balcanización” de las siglas políticas: no menos de 33 partidos se presentan a las urnas el 7 de septiembre. Todos pujan por alguno de los 325 escaños y, gracias al sistema de escrutinio proporcional, muchos conseguirán su objetivo. Eso sí, sus programas parecen a menudo calcados: políticamente correctos, difuminados, neutrales.
No sorprende: “Hay diez partidos que se reclaman de la izquierda, once que se dicen liberales... Nos bastaría con tres bloques: izquierda, liberales y conservadores. Para eso habría que imponer un umbral electoral del 10% nacional, como en Turquía, y no el 6% en cada circunscripción, como ahora”, exige Ayouch.
La dispersión de siglas puede permitir que un partido, cuyo apoyo probablemente no supere la quinta parte de la población, aparezca como el vencedor y haga sonar las alarmas ante una supuesta radicalización de la sociedad marroquí.
En realidad, el PJD busca sus votos sobre todo entre la clase media y baja de las grandes ciudades —y en el norte marroquí, netamente más religioso que el sur— pero tiene muy poco predicamento en el campo y entre los bereberes. Éstos —que representan alrededor de la mitad de la población marroquí— observan con desconfianza los eslóganes de un partido que predica un islam renovado y estricto, alejado de sus costumbres, que consideran la religión como un asunto privado.
Amina Ibnu Chaikh, oriunda de una aldea del extremo sur marroquí, representa este Marruecos tradicional, que se encuentra mucho más cómodo en una sociedad regida por las pautas de la laicidad, la democracia y la igualdad entre mujeres y hombres que en la de ‘buenos musulmanes’ que promete el PJD. Este partido, asegura, “está en contra de nuestros valores: quiere instaurar el islam como única religión, se enfrenta a los judíos, reivindica el carácter sagrado de la lengua árabe... No podrá imponer sus ideas fácilmente, pero si llegara a gobernar, sería bastante desagradable”.
¿Gobernará? Aun si no obtiene más que el modesto resultado previsto —un quinto de los votos—, el PJD se alzará probablemente con la victoria, porque el mismo sondeo otorga aun menos papeletas a sus rivales: un 15% al histórico Istiqlal y un 14% a la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP), el partido más votado en 2002.
Ayouch está seguro de que el PJD “intentará pactar para formar Gobierno. Y ya hay dos partidos —la Agrupación Nacional de Independientes (RNI) y el Movimiento Popular (MP)— que han dicho ¿por qué no? mientras que el Istiqlal lo ha vuelto a descartar”.
No hay motivo para la alarma, según Abdelhamid Amine. “Para el futuro del país no tendrá importancia qué partido gana. La configuración del Gobierno no depende de las elecciones: según nuestra Constitución, el rey puede nombrar primer ministro a quién quiera”. De hecho, tras las legislativas de 2002, Mohamed VI nombró al tecnócrata Driss Jettou, sin afiliación alguna.
Incluso un Gobierno formado por el PJD traería pocos cambios. “La actual Ley de la Familia, que define los derechos de las mujeres, está lejos de ser idónea. No creo que la cambien porque ha sido dictada por la monarquía. Difundirán un poco más el pañuelo, insistirán en la educación musulmana... Pero es que ya tenemos leyes islámicas. Desde antes de la llegada de los islamistas hay una confusión entre el poder político y el religioso. Y las leyes son muy flexibles, se pueden utilizar según convenga. Marruecos necesita el turismo, de ahí que el PJD no prohibirá la venta de alcohol, por ejemplo. De todas formas, las preocupaciones del pueblo marroquí son el trabajo, la educación, la sanidad... y el PJD no creo que tenga respuestas para ninguno de estos retos. Los demás partidos, tampoco. Ni siquiera la monarquía las tiene, porque dependen de factores exteriores: el FMI, las multinacionales...” asegura Amine.
Baile de Tránsfugas
La unión de siglas dispares en la actual coalición gubernamental —reune seis de los 22 partidos representados en la Cámara Baja, desde el Istiqlal hasta el Partido del Progreso y Socialismo (PPS), heredero del partido comunista marroquí, el populista MP, la difusa RNI y el Frente de Fuerzas Democráticas (FFD)— contribuye a borrar los frentes políticos y confunde al votante.
Peor: ni los diputados parecen tener clara su ideología. Casi todos los grandes partidos han aumentado sus rangos gracias al transfuguismo, el “deporte favorito” de la Cámara, según apunta el diario Aujourd’hui le Maroc. Varios diputados han rotado en los últimos años por tres o cuatro partidos —a veces ocupando altos cargos— que abarcan todo el espectro político.
En la Cámara de Consejeros, cuyos miembros se eligen en parte entre sindicatos y uniones profesionales, el escándalo es aun mayor: “Hay una enorme corrupción, denunciada ante la justicia. Nueve partidos, incluidos los de la mayoría gubernamental, están bajo investigación judicial en la Cámara de Consejeros”, señala Ayouch, aunque cree que “el que se persiga es un importante avance democrático”.
La razón para tanto chanchullo: no se vota a las ideologías sino a los candidatos. “El sistema electoral permite que sean los notables locales de cada circunscripción los que se promocionen; utilizan las siglas políticas sólo como cobertura y cambian cuando les conviene”, denuncia Amine.
Cuota femeninaHasta 2002 sólo había dos mujeres en los 325 escaños del Parlamento. Para remediarlo, el Gobierno instauró una ‘lista nacional’ con 30 puestos, que no depende de las circunscripciones locales y todos los partidos se comprometieron a sólo presentar mujeres en esta lista.
La medida causó debates en los movimientos feministas, porque —creían algunas— la cuota femenina podía reforzar la impresión de que las mujeres no eran capaces de competir en pie de igualdad con los hombres y relegarlas al estatus de ‘candidatas de segunda’. Otras defendían la lista como herramienta temporal para mostrar al público que una mujer podía perfectamente formar parte de la vida parlamentaria.
En los últimos meses, varias diputadas han peleado por subir la cuota femenina del 10% actual al 33%. En vano. Ahora, 15 mujeres de la formación socialista USFP se han retirado para denunciar los “favoritismos” en el seno del partido al repartir las candidaturas. Lo mismo hizo hace poco Nouzha Skalli, histórica parlamentaria del izquierdista PPS. A la luz de estos debates, la lista nacional ha dejado de ser transitoria para ser considerada como una meta en sí para muchas políticas que aspiran a ocupar un escaño.
Por el mismo motivo, la participación femenina en las listas electorales es bajísima.Nada indica que la actual presencia de las mujeres en el Parlamento —30 por la llamada ‘lista nacional’, dos por sus propios medios— vaya a aumentar demasiado después del 7 de septiembre. Aun así, Marruecos se sitúa en el cuarto lugar del mundo árabe en cuanto a presencia femenina, detrás de Iraq, Siria y Túnez. Pero la evolución, esperanzadora en 2002, parece estancada.
“El total de mujeres en las listas locales no supera la quincena; en este punto, todos los partidos han sido muy conservadores”, critica Ayouch. Reparte la culpa: “Muchas candidatas pedían un puesto en la lista nacional, porque allí lo tienen más fácil, no querían pelear sobre el terreno. Excepto Yasmina Baddou, del Istiqlal, y algunas otras, muy valientes”.
Uno de los motivos es, según la revista francófona TelQuel, la “falocracia” que reina en los partidos, otro, el dinero: hacen falta unos 50.000 euros para llevar a cabo una buena campaña. También influye la presión familiar y, finalmente, el que muchas redes sociales, necesarias para convencer los votantes de un distrito, estén dominadas aún por hombres. Hasta hoy, sólo hay una alcaldesa en Marruecos: Asma Chaâbi, desde 2003 regidora de la ciudad de Essaouira y adscrita al izquierdista PPS.
Aunque casi todos los partidos que se presentan en el manual electoral editado por Daba2007 incluyen la foto de algún miembro femenino de su buró político, son precisamente las formaciones más conservadores y religiosos —el PJD y el Istiqlal— los que más mujeres presentan en sus listas.
Sorprende la fuerza femenina del movimiento islamista pero es obvio que muchas militantes del PJD consideran su nueva religiosidad como una manera de romper con los hábitos tradicionales y conquistar un espacio propio en la sociedad, eso sí, siempre cuidando de mantener las distancias con los hombres.
Islamismo republicano
De todas formas, el futuro del movimiento islamista en la sociedad marroquí no se jugará en las filas del PJD, sean los que sean los resultados del próximo viernes, sino en los círculo de Justicia y Caridad, un movimiento ilegal pero tolerado, dirigido por el anciano jeque Abdessalam Yasín. Radicalmente opuesto al sistema de la monarquía parlamentaria —prefiere instaurar una república islámica— ha pedido boicotear las elecciones.
“Aun así puede haber un porcentaje de simpatizantes suyos que voten al PJD”, estima Ayouch, quien está seguro de que “Justicia y Caridad es el primer movimiento islamista en Marruecos, mucho más fuerte que el PJD”. Eso sí, está amenazado por la posible desaparición de Yasín, de muy débil salud, quien ha creado todo un culto alrededor de su persona.
Las posiciones del movimiento son más radicales —aunque se distancian de la violencia— y menos conservadores que las de su rival parlamentario: la portavoz del movimiento, Nadia Yasín, hija del jeque, apoya hoy la nueva ley familiar, cuya reforma en 2004 causó grandes debates porque rompía con las normas consideradas islámicas y elevó el nivel de derechos de la mujer en Marruecos al segundo puesto del mundo árabe (detrás de Túnez).
Precisamente esta reforma, exigida desde hace una década por las feministas, mostró la debilidad del Parlamento: aunque elaborada por un ministro con un amplio consenso social, fue bloqueada en la Cámara durante varios años. Sólo la iniciativa personal del rey Mohamed VI consiguió hacer avanzar la reforma. “Es paradójico,” —admite Amina Ibnou Chaikh— “los demócratas tenemos puestas nuestras esperanzas en el rey. Desde la autonomía del Sáhara a la promoción del tamazigh o los derechos de la mujer... todo lo ha puesto en movimiento el rey. Llena un vacío. ¿Dónde están los partidos? Ni siquiera se atreven a hacer propuestas en el Parlamento”.
Abdelhamid Amine es escéptico respecto al progreso social y democrático de Marruecos. “Ocho miembros de la AMDH están en la cárcel por ‘atentar contra los valores sagrados’. La reciente implantación de la Seguridad Social tiene un alcance limitado: siguen muriendo personas en la puerta de urgencias porque no pueden pagar. Claro que hay avances, pero son parciales y frágiles. Vamos a observar las elecciones, es nuestro trabajo, pero nuestra reivindicación fundamental sigue siendo la reforma de la Constitución”. Eso sí, añade, si milita es porque tiene esperanzas.
Boicot Bereber“Hemos decidido boicotear estas elecciones”. Ésa es la decisión del movimiento amazigh (bereber), según explica la militante Amina Ibnou Chaikh, del Instituto Real de la Cultura Amazigh (IRCAM), un organismo oficial que promueve el idioma y la cultura bereberes aunque, en opinión de sus propios miembros, se encuentra con muchas trabas.
Fiel a la tradición individualista de los bereberes, el movimiento, compuesto por centenares de agrupaciones locales, no tiene estructuras jerárquicas, de ahí que nadie sabe cuánto puede influir la decisión, tomada en el pequeño Partido Demócrata Amazigh (PDA). “Personalmente creo que es un error y que participar en las elecciones es positivo —frenaríamos al PJD— pero no iremos a votar”, explica Ibnou Chaikh.
La militante reconoce que una de las innovaciones de la campaña es la atención a la cultura bereber, durante décadas ausente de la vida pública. “Varios partidos han difundido sus eslóganes en tamazigh, otros han puesto su nombre en caracteres tifinagh —los utilizados para escribir este idioma, no relacionado con el árabe—; eso ya es un gran paso adelante”, admite.
Aun así, el movimiento cree que ninguno de los partidos en liza representa realmente sus aspiraciones, entre ellas el reconocimiento del tamazigh como lengua oficial. Tampoco el Movimiento Popular (MP) que gusta de presentarse “como un partido amazigh, pero no lo es. Busca votos en el mundo rural y por ello juega la carta de la cultura amazigh, pero no hace nada. Ni en el Parlamento, ni en los ayuntamientos”, sentencia Amina.