La retaguardia bereber contra Gadafi
“Durante años se nos ha impedido ser nosotros mismos, no estábamos completos. Ahora empezamos a respirar”, nos dice Sherif, un antiguo profesor de química devenido en oficial de inteligencia de los rebeldes libios. Como todos los habitantes de Nalut, Sherif no es árabe, sino beréber.
“En realidad, no nos gusta la palabra “beréber”, preferimos nuestro propio nombre, “amazigh””, afirma. No es difícil entender por qué: “beréber” es una derivación de “bárbaro”, que es como los conquistadores romanos calificaron a los habitantes primigenios del norte de África. Pero estos siempre se llamaron a sí mismos “imazighen” (plural de “amazigh”), que significa “hombres libres”.
Pero ser amazigh en la Libia de Gadafi nunca fue fácil. Tradicionalmente, el régimen ha abolido toda manifestación cultural beréber, incluyendo el idioma (el tamazigh), prohibido que se les diese nombres beréberes a los niños, y perseguido duramente a los activistas, a los que se acusaba de estar a sueldo de los servicios secretos occidentales. A finales de los 70, por ejemplo, arrestó y condenó a muerte a los líderes de la Asociación Beréber del Norte de África.
Si bien en el último lustro se han producido algunos gestos de aperturismo hacia esta etnia, liderados por el ubicuo hijo de Gadafi, Seif El Islam, estos no han tenido una plasmación práctica. Pero la presión nunca desapareció. En 2008, según un cable de Wikileaks, el propio Gadafi se vio forzado a amenazar a varios líderes tribales imazighen, diciéndoles: “En vuestras casas podéis llamaros a vosotros mismos beréberes, Hijos de Satán o lo que sea, ¡pero de puertas para afuera sois solamente libios!”.
Explosión identitaria
Por ello, cuando las montañas Nafusa se rebelaron contra el régimen, la explosión identitaria era inevitable. Hoy, los símbolos imazighen están presentes en cada pared, en cada graffiti, en las caras de los combatientes. Muchos jóvenes se pintan el rostro con la letra “yaz” (un semicírculo boca arriba, otro boca abajo, y una línea que las atraviesa), que representa al hombre libre. Unos pocos van más lejos, y, a falta de tatuadores, se lo graban a fuego en la piel.
Ahora, los boletines de los rebeldes de publican no sólo en árabe sino también en beréber, y en Jadu, el epicentro de este renacer, se ha puesto en marcha una estación de radio que emite en ambas lenguas. La emisora de televisión rebelde, “Al Hurra”, de Bengasi, tiene una hora diaria de noticias en tamazigh, y comienzan a aparecer los primeros libros en esta lengua.
Y, tal vez lo más importante, se están creando escuelas para enseñar a los niños un idioma que sus padres sólo podían aprender a escondidas, en sus casas. “Aquel que estudia el tamazigh está bebiendo leche envenenada del pecho de su madre”, declaró en una ocasión Gadafi, quien siempre ha jugado la carta sectaria, acusando a los beréberes de querer dividir el país.
La estrategia ha sido exitosa: incluso en un contexto en el que beréberes y árabes combaten juntos contra el régimen, la desconfianza mutua persiste. Los habitantes de Zintan –la única ciudad totalmente árabe en las montañas Nafusa-, que se precian de ser los combatientes más fieros y aguerridos de Libia, acusan a sus vecinos de no hacer lo suficiente en el esfuerzo bélico para acabar con Gadafi. Beréberes y árabes combaten en unidades militares distintas, cuyos comandantes no siempre logran ponerse de acuerdo.
A pesar de ello, la mayoría se muestra optimista: los beréberes, creen, tendrán un lugar propio en la futura Libia. “Ahora somos de verdad hombres libres”, dice Sherif.
Mientras tanto, en la vecina Zintan, el anciano Muftah relata cómo, cuando las fuerzas de Gadafi atacaban la ciudad desde la planicie, los rebeldes esperaron hasta el anochecer, le ataron una linterna a un perro y lo soltaron por la ladera de la montaña. “Los gadafistas estaban totalmente desconcertados, pensaban que una columna guerrillera descendía para atacarles, y estuvieron bombardeando con artillería aquí y allá durante horas, hasta que le acertaron al pobre perro”, dice riéndose.
Zintan, en mitad de las montañas Nafusa, fue, junto con Bengasi, la primera localidad en rebelarse contra Gadafi. A finales de marzo, las tropas gubernamentales atacaron la ciudad, primero con infantería y luego con armamento pesado. Murieron más de un centenar de civiles.
La familia de Mustafa Abu Shebani tuvo suerte. Un proyectil acertó en su casa el 26 de abril. Eran las 7 de la mañana, y todos dormían, lo que probablemente les salvó la vida. Aún así, la pequeña Wafaa, de 9 años, se abrasó el brazo con la metralla caliente. Desde entonces, debido al trauma, tiene problemas para orinar.
“Nos despertamos confusos, creyendo que el techo se iba a caer sobre nosotros. Durante muchos días tuve pesadillas”, dice su hermana Sabri, de 12. Otra hermana mayor resultó gravemente herida en el cuello, pero no hubo más víctimas.
Falta de abastecimiento
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