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Iriarte
Daniel Iriarte
[Montañas Nafusa · Ago 2011]
Libia  reportaje 

La retaguardia bereber contra Gadafi


Joven amazigh libio Los bastiones insurrectos del sureste sufren todo tipo de penurias, pero la sensación de libertad es embriagadora  para muchos.

“Durante años se nos ha impedido ser nosotros mismos, no estábamos completos. Ahora empezamos a respirar”, nos dice Sherif, un antiguo profesor de química devenido en oficial de inteligencia de los rebeldes libios. Como todos los habitantes de Nalut, Sherif no es árabe, sino beréber.

“En realidad, no nos gusta la palabra “beréber”, preferimos nuestro propio nombre, “amazigh””, afirma. No es difícil entender por qué: “beréber” es una derivación de “bárbaro”, que es como los conquistadores romanos calificaron a los habitantes primigenios del norte de África. Pero estos siempre se llamaron a sí mismos “imazighen” (plural de “amazigh”), que significa “hombres libres”.

Pero ser amazigh en la Libia de Gadafi nunca fue fácil. Tradicionalmente, el régimen ha abolido toda manifestación cultural beréber, incluyendo el idioma (el tamazigh), prohibido que se les diese nombres beréberes a los niños, y perseguido duramente a los activistas, a los que se acusaba de estar a sueldo de los servicios secretos occidentales. A finales de los 70, por ejemplo, arrestó y condenó a muerte a los líderes de la Asociación Beréber del Norte de África.

Si bien en el último lustro se han producido algunos gestos de aperturismo hacia esta etnia, liderados por el ubicuo hijo de Gadafi, Seif El Islam, estos no han tenido una plasmación práctica. Pero la presión nunca desapareció. En 2008, según un cable de Wikileaks, el propio Gadafi se vio forzado a amenazar a varios líderes tribales imazighen, diciéndoles: “En vuestras casas podéis llamaros a vosotros mismos beréberes, Hijos de Satán o lo que sea, ¡pero de puertas para afuera sois solamente libios!”.
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Explosión identitaria

Por ello, cuando las montañas Nafusa se rebelaron contra el régimen, la explosión identitaria era inevitable. Hoy, los símbolos imazighen están presentes en cada pared, en cada graffiti, en las caras de los combatientes. Muchos jóvenes se pintan el rostro con la letra “yaz” (un semicírculo boca arriba, otro boca abajo, y una línea que las atraviesa), que representa al hombre libre. Unos pocos van más lejos, y, a falta de tatuadores, se lo graban a fuego en la piel.

Ahora, los boletines de los rebeldes de publican no sólo en árabe sino también en beréber, y en Jadu, el epicentro de este renacer, se ha puesto en marcha una estación de radio que emite en ambas lenguas. La emisora de televisión rebelde, “Al Hurra”, de Bengasi, tiene una hora diaria de noticias en tamazigh, y comienzan a aparecer los primeros libros en esta lengua.

Y, tal vez lo más importante, se están creando escuelas para enseñar a los niños un idioma que sus padres sólo podían aprender a escondidas, en sus casas. “Aquel que estudia el tamazigh está bebiendo leche envenenada del pecho de su madre”, declaró en una ocasión Gadafi, quien siempre ha jugado la carta sectaria, acusando a los beréberes de querer dividir el país.

La estrategia ha sido exitosa: incluso en un contexto en el que beréberes y árabes combaten juntos contra el régimen, la desconfianza mutua persiste. Los habitantes de Zintan –la única ciudad totalmente árabe en las montañas Nafusa-, que se precian de ser los combatientes más fieros y aguerridos de Libia, acusan a sus vecinos de no hacer lo suficiente en el esfuerzo bélico para acabar con Gadafi. Beréberes y árabes combaten en unidades militares distintas, cuyos comandantes no siempre logran ponerse de acuerdo.

A pesar de ello, la mayoría se muestra optimista: los beréberes, creen, tendrán un lugar propio en la futura Libia. “Ahora somos de verdad hombres libres”, dice Sherif.

Mientras tanto, en la vecina Zintan, el anciano Muftah relata cómo, cuando las fuerzas de Gadafi atacaban la ciudad desde la planicie, los rebeldes esperaron hasta el anochecer, le ataron una linterna a un perro y lo soltaron por la ladera de la montaña. “Los gadafistas estaban totalmente desconcertados, pensaban que una columna guerrillera descendía para atacarles, y estuvieron bombardeando con artillería aquí y allá durante horas, hasta que le acertaron al pobre perro”, dice riéndose.Libia: Supermercado desabastecido

Zintan, en mitad de las montañas Nafusa, fue, junto con Bengasi, la primera localidad en rebelarse contra Gadafi. A finales de marzo, las tropas gubernamentales atacaron la ciudad, primero con infantería y luego con armamento pesado. Murieron más de un centenar de civiles.

La familia de Mustafa Abu Shebani tuvo suerte. Un proyectil acertó en su casa el 26 de abril. Eran las 7 de la mañana, y todos dormían, lo que probablemente les salvó la vida. Aún así, la pequeña Wafaa, de 9 años, se abrasó el brazo con la metralla caliente. Desde entonces, debido al trauma, tiene problemas para orinar.

“Nos despertamos confusos, creyendo que el techo se iba a caer sobre nosotros. Durante muchos días tuve pesadillas”, dice su hermana Sabri, de 12. Otra hermana mayor resultó gravemente herida en el cuello, pero no hubo más víctimas.

Falta de abastecimiento

Cada día, un avión procedente de Bengasi aterriza en un aeródromo en la vecina Jadu, pero los suministros que transporta son sobre todo para las tropas y la administración pública. Desde hace meses, Zintan se abastece casi exclusivamente con lo que sus habitantes más emprendedores traen cada día desde Túnez: comida, bebida, combustible, a precios hasta diez veces superiores a los normales.

Estos días se puede comprar petróleo en la gasolinera, pero el sistema de racionamiento exige haberlo solicitado anteriormente. El combustible ha tardado un mes en llegar, y sólo se permite comprar un máximo de 20 litros por persona. Aún así, las colas de vehículos que se forman son kilométricas. Aquí, esos veinte litros de gasolina cuestan 5 dinares. Si uno los compra en la calle, a los vendedores que cada dos días hacen el viaje hasta Túnez para reabastecerse, le cuesta 50 dinares, algo menos de cincuenta euros.

Por ello, el pequeño Mohammad, de apenas 12 años, sitúa su vehículo en la fila como uno más. Su padre pidió un vale de racionamiento hace un mes, pero mientras tanto, perdió el brazo y resultó gravemente herido en una pierna durante un bombardeo. Por este motivo es Mohammad quien se encarga de abastecer a la familia. “Mi padre me enseñó a conducir, y ahora que él está herido, me toca a mí hacerme cargo de todo”, nos dice este niño.

Los orgullosos habitantes de Zintan aseguran ser los combatientes más motivados y feroces del ejército insurrecto. Primero lucharon para defender su ciudad, pero ahora afirman estar en todos los frentes. Convertida en la retaguardia del alzamiento en el oeste por su posición estratégica en mitad de la zona rebelde, Zintan ha pagado un alto precio para liberarse de Gadafi. En eso, árabes y bereberes están juntos.

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