Mil presos por un soldado
La familia del soldado Gilad Shalit, capturado hace cuatro años por Hamás en Gaza, moviliza a la sociedad israelí, que exige al Gobierno su retorno a casa. El problema es cómo: si con la fuerza de las armas o con un intercambio negociado de presos.
"…Y retornarán sus hijos a su propia tierra”. La cita de Jeremías luce, garabateada en letras infantiles, en rojo y verde, en la pancarta que porta David, un adolescente pesadote, desastrado y jovial. Él y sus amigos han caminado durante 12 días por las carreteras de Israel desde Mitzpe Hila, desde la casa de los Shalit, hasta el Parque de la Independencia de Jerusalén.
Son parte de los 15.000 israelíes que paso tras paso se acercaron hasta la casa del primer ministro del país, Benjamin Netanyahu (Likud), para reclamarle la vuelta a casa del sargento Gilad Shalit, un joven franco-israelí de 22 años que lleva cuatro en manos de Hamás. En ese tiempo sólo un vídeo, una grabación de voz y una carta han constatado que sigue vivo.
Shalit no es un prisionero más en la historia de enfrentamiento con Hamás. Es distinto porque la víctima, Gilad, pudo escapar del servicio militar de tres años obligatorio para los hombres en Israel alegando problemas de salud, y sin embargo se enroló no en un puesto administrativo y tranquilo, sino en los tanquistas, siguiendo la estela de su hermano mayor, Yoel. «Lo que digo es que si no hay salida militar, si no la hay, pues que se pague el precio en prisioneros que sea necesario»
Es distinto porque no fue capturado en una incursión o un ataque a Gaza, sino mientras se encontraba en suelo israelí, en su base, al otro lado del muro que aprisiona la franja. Un teniente y un sargento murieron en el ataque de unos milicianos palestinos y otro soldado resultó herido. Es distinto porque la sociedad israelí ha revivido con él la certeza de que el riesgo golpea a ciegas, como en los atentados de años atrás, y que un chaval tranquilo, enamorado de los deportes y las matemáticas, uno de sus hijos, puede ser el próximo en caer.
Y, sobre todo, es distinto porque su caso ha arrinconado al Gobierno de Netanyahu hasta el extremo de plantearse la liberación de 1.000 presos palestinos encerrados en cárceles israelíes a cambio de que Gilad regrese a casa con vida. Una encuesta publicada por el diario Maariv (el de mayor tirada nacional) confirmaba hace una semana que el 64% de la población del país estaría dispuesta al canje, cansada de que se prolongue la ausencia de un joven que, en palabras de Bernard-Henri Lévy, “no es un prisionero de guerra, sino un rehén sobre el que no se aplica ninguna convención internacional”.
Lo confirma Marieta Marriot, especialista en derechos humanos de la oficina de Cruz Roja en Ginebra: “Estamos ante una clara violación de un derecho básico de guerra como es el cuidado de los prisioneros. Gilad está incomunicado y nuestra organización lleva cuatro años sin poder contactar con él, porque dice Hamás que eso destaparía su escondite y permitiría a Israel iniciar una ofensiva en su búsqueda, con consecuencias insospechadas. Sólo en 2008 accedieron a darnos pruebas de que estaba vivo y al año siguiente difundieron los vídeos, eso sin contar las entrevistas falsas con el retenido que han publicado en medios afines a los captores, para desestabilizar a todos. El sargento mayor es un joven de salud débil y, si no se actúa pronto, quizá ni una larga hospitalización lo salve”.
¿Favorecer a Hamás?
Ese argumento, el de su salud, es que el enarbola su padre para exigir a las puertas del primer ministro israelí “la salida que sea” para recuperar al militar. Noam Shalit ha sido acusado por los círculos más conservadores de su país de usar a su hijo para presionar a favor de Hamás, de su brazo armado (las Brigadas de Ezzeldin Al Qassam) y el Ejército del Islam, los grupos que reivindicaron el secuestro. Pero él lo niega, dolorido: “Lo que quiero es abrazar a mi hijo, simplemente. Después de eso, que Netanyahu se encargue de Hamás como se merece, que no levante nunca el bloqueo, pero antes que mueva todas las fichas posibles. Lo que digo es que si no hay salida militar, si no la hay, pues que se pague el precio en prisioneros que sea necesario. Nuestra familia ya ha pasado en estos años por dos Gobiernos, dos primeros ministros, dos ministros de Defensa y dos jefes del Ejército, y nadie nos ha dado respuestas ni calor”.
Noam entiende que la vía del rescate con un ataque de las IDF, las Fuerzas Armadas Israelíes, no es posible. “Si no, ya lo habríamos logrado”. Se refiere al primer y contundente paso que dio Israel en busca de Shalit, la operación Lluvia de verano (25 de junio de 2006-26 de noviembre de 2006), la mayor movilización del ejército israelí en Gaza desde su retirada total de la franja en 2005. El objetivo principal de la maniobra era encontrar a Shalit y arrebatárselo a Hamás y, de paso, neutralizar los cohetes Qassam que lanzan los integristas a suelo israelí, acabar con los túneles por los que llegan suministros a Gaza (por uno de ellos accedieron al cuartel los atacantes de Shalit) y destruir infraestructura defensiva y de telecomunicaciones . No se encontró ni rastro del joven, pero sí se dejaron por el camino 405 cadáveres de palestinos (243 civiles, según la ONU) y de 11 israelíes (seis civiles).
El saldo devastador no enervó a los ciudadanos israelíes. El motivo era “justo”, como lo calificó el entonces primer ministro, Ehud Olmert (Kadima). “Y lo era”, insiste el padre de Shalit. “Olmert fue el único que entendió la liberación de mi hijo como una batalla personal, que se entrevistó con nosotros y medió para que Egipto negociara su vuelta con Hamás. Pero, ¿qué ha hecho Netanyahu?”, se pregunta.
Es el mismo interrogante que lanzan desde hace un mes, cada mañana, los editoriales del diario Haaretz, el más progresista del país. Jack Khoury, uno de los reporteros que más han convivido con la familia Shalit, reconoce que es “cierto” el desapego de Netanyahu a esta causa. “Este Gobierno no ha tenido ni decencia ni compasión. Nada que ver con el empeño de Nicolas Sarkozy, que sí se ha empleado a fondo para recuperar a su compatriota”, señala. La tesis que defiende este diario, y que ha generado incluso un grupo de partidarios en Facebook (con casi 300 seguidores), es la de la necesidad del canje.
Hamás reclamó inicialmente 450 presos, miembros directos del partido, declarado terrorista por la Unión Europea y Estados Unidos y que venció en las elecciones de 2006. Muchos de ellos, aclara Khoury, tenían numerosos delitos de sangre a sus espaldas. Sin embargo, en los últimos meses ese dibujo inicial del acuerdo se ha modificado notablemente: Hamás ha accedido a cambiar nombres en la lista y dejar entre rejas a algunos de sus miembros más sanguinarios y, además, ha renunciado a su demanda de la liberación de prisioneros árabes con ciudadanía israelí.
Esas pequeñas concesiones son “importantísimas” a juicio de este analista y de una corriente de columnistas de centro e izquierda (Aluf Benn, Yossi Sarid, Israel Harel) que vienen pidiendo al Gobierno desde que comenzó el año que dé un paso más, “valiente”, para mejorar la negociación. Ese paso llegó el 1 de julio y Netanyahu, tan oculto siempre en el caso Shalit, dio la sorpresa con la propuesta de un trueque de mil presos palestinos a cambio del sargento de Mitzpe Hila. Es el doble de lo reclamado por Hamás y el 14,3% del total de presos palestinos encerrados en cárceles israelíes (superan los 7.000, a los que se suman 4.000 más, árabes con pasaporte israelí).
Un mes después de la oferta, ni el Gobierno israelí ha explicado más detalles ni Hamás se ha pronunciado abiertamente sobre si está o no dispuesto a aceptarla; de hecho, no hay respuesta alguna a los mediadores enviados por Israel y Egipto desde noviembre de 2009. En círculos diplomáticos se insiste en que el plan agrada a Hamás y en que Estados Unidos está comenzando a presionar con fuerza para que el rescate de Shalit sea una realidad pronta. A la mediación intensa del presidente egipcio Hosni Mubarak se podría añadir en breves semanas la del ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, según informa la radio pública israelí. A la mediación del presidente egipcio Hosni Mubarak se podría añadir en breve la de Bill Clinton
Política de partidos
La reacción de los socios de Netanyahu (sin los que es incapaz de gobernar dado que el Likud sólo fue la segunda fuerza más votada en 2009, tras el Kadima), es quizá el punto más complejo del debate. La pelea doméstica es la más encarnizada. Netanyahu debe contentar a Israel Beitenu, el partido de Avigdor Lieberman, que le cede 15 diputados. El político ultraderechista se niega completamente a ceder “ante asesinos declarados” y aboga por la solución armada. Tampoco encuentra apoyo en su ministro de Interior y cabeza visible del Shas, Eli Yishai (11 escaños, ultraortodoxo sefardí), que ha mostrado su “compasión” a la familia Shalit, que azuza a su socio a “acabar con su secuestro horrendo” pero que destierra también la palabra “negociación”.
En medio se encuentra el tercer socio, el partido laborista (13 escaños), titular entre otras carteras de la de Defensa. El izquierdismo que aún queda disperso en sus filas asume que la operación Lluvia de verano fracasó, que la Plomo Fundido (enero de 2009) tampoco dio pistas de Gilad (de hecho, se especuló con su muerte durante los ataques israelíes) y que el bloqueo a la franja no asfixia a Hamás hasta la cesión. Por eso acceden al diálogo.
Piden, eso sí, “mucha prudencia” al confeccionar la lista para el acuerdo. Desean que gran parte de los liberados sean exiliados, a Siria preferentemente, porque entienden que su retorno a Gaza puede suponer una reorganización inmediata de células terroristas. Netanyahu aboga por llevarlos a un territorio más estable, como Cisjordania. “Hay ejemplos de criminales que fueron amnistiados, regresaron a Cisjordania y se reintegraron en su vida social. Incluso hicieron carrera política o en ONG ―explica Marieta Marriot―.
Si Israel acierta con la lista, puede ceder a Palestina gente de valía, como los cabecillas que, apenas hace unos meses [en abril] movilizaron a los presos palestinos con una huelga de hambre que sólo pedía mejora en las condiciones de higiene y alimento y las visitas de sus allegados. Líderes sociales con conciencia y afán reivindicativo, pero sin ansia de revancha. En ocasiones anteriores se ha logrado”, insiste. Abunda en la idea el padre de Gilad, Noam: “No creo que el retorno a sus casas de esos presos ponga en peligro la supervivencia de Israel, o no más de lo que ya lo está”.
Las experiencias previas a las que alude la portavoz de Cruz Roja proceden de los años 80. En 1982, 4.700 palestinos retenidos en un campo de trabajo, el de Ansar, fueron cambiados por ocho soldados israelíes retenidos por milicianos islamistas. Tres años más tarde, otros 1.150 presos árabes fueron excarcelados a cambio de tres israelíes; entre ellos se encontraba Ahmed Yassine, uno de los fundadores del Movimiento de Resistencia Islámico. El proceso sufrió un parón de una década hasta que en 2008 Israel recuperó los cuerpos de los soldados Eldad Regev y Ehud Goldwasser, muertos en Líbano dos años antes, a cambio de la suelta de varios líderes de Hizbulá con largas condenas a sus espaldas.
Mientras se mueven los hilos, un grupo de 150 personas sigue durmiendo ante Beit Aghion, la residencia del primer ministro Netanyahu, en el acomodado barrio jerosolimitano de Rehavia, insistiendo en su mensaje: “Firma un acuerdo ya”, rezan las pancartas bajo la ventana de su despacho. La esperanza ahora de Noam y su familia (su esposa y los dos hermanos de Gilad), es que alguna ONG pueda contactar con su hijo. Recuerda herido que la Flotilla de la Libertad, en cuyo ataque Israel mató a nueve activistas turcos en junio, se negó a llevar un mensaje para Hamás o a reclamar una entrevista con el soldado. Pero no desiste. “Si se preparan nuevas flotillas, volveremos a pedirlo. Queremos el compromiso de toda la comunidad internacional con nuestro hijo. Queremos que sea como Ingrid Betancourt y que esta historia tenga el mismo final feliz”.