La cumbre del fracaso anunciado
Una broma sin ninguna gracia. La primera conferencia del mundo que fue un fracaso antes de inaugurarse. Una partida de póker en la que ninguno de los tres jugadores tiene un céntimo para apostar. Son sólo algunos calificativos con los que destacados analistas describen la próxima cumbre de Annapolis, en Estados Unidos.
Sólo con una semana de adelanto se confirmaba la fecha —el 27 de noviembre— y se daba a conocer la lista de invitados —Siria y Arabia Saudí, aparte de Palestina e Israel—. Lo que no está aún claro son los temas a tratar. Uri Avnery, veterano pacifista israelí, imagina a George Bush, quien anunció esta conferencia en julio, maldiciendo al asesor que le sugiriera la idea, supuestamente para cerrar su legislatura con un gran éxito internacional y superar como estadista a sus predecesores. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, aprovechará la reunión —asegura Avnery— para desdibujar su desastroso legado como perdedor de la guerra de Líbano. Y Mahmud Abbas, más conocido como Abu Mazen, sucesor del ‘rais’ Yasir Arafat, debe buscar en el exterior la autoridad de la que no goza en su propia tierra.
Igual de escéptico es Michel Warschawski, presidente del Alternative Information Center (AIC) en Jerusalén. “No creo que salga algo de Annapolis; es más: hay un compromiso del Gobierno israelí ante su coalición de no negociar nada sustancial”, aseguró durante un debate en la Casa Árabe de Madrid. Opina lo mismo su compañero de mesa, Mustafá Barguti, diputado palestino y dirigente del partido laico Iniciativa Nacional Palestina. “No veo un cambio en la actitud de Israel. Para que la conferencia tenga éxito hacen falta cuatro condiciones: congelar toda construcción en los asentamientos, frenar todo avance del muro en Cisjordania —que va fijando una frontera no negociada—, levantar el estado de sitio de Gaza y declarar la intención de negociar un acuerdo definitivo”.
Crimen de guerra
Ehud Olmert hizo un gesto en esta dirección cuando declaró, el lunes 19, que Israel “no construirá nuevos asentamientos” para así “cumplir con sus obligaciones” bajo el ‘mapa de la paz’ acordado en 2003. El jefe del equipo negociador palestino, Saeb Erekat, replicó que esta promesa era vacía “si no congelaba al 100% la construcción en las colonias existentes”, incluido el ‘crecimiento natural’, que muchos políticos israelíes defienden como algo legítimo.
Estas aglomeraciones de casas construidas en colinas expropiadas a los palestinos —crearlas es un crimen de guerra, según la Convención de Ginebra— nunca tienen límites definidos. Erigir un nuevo bloque de viviendas en un asentamiento existente significa a menudo ocupar otra colina distante. Algo que los propios colonos describen como estrategia para apropiarse de los terrenos de en medio, a partir de ahí prohibidos para los campesinos palestinos.
Un informe de la ONG israelí Paz Ahora, realizado en octubre, señala que el número de colonos judíos en Cisjordania —267.000 en 121 asentamientos— crece un 5,8% al año, mientras que la población israelí aumenta sólo un 1,8%. Denuncia que cada año se añaden casi 2.000 nuevas casas a las ya existentes y que hay 105 ‘avanzadillas’, grupos de caravanas colocadas en alguna colina, algo ilegal incluso según la legislación israelí. Olmert promete desmantelarlos, pero Paz Ahora recuerda que los colonos suelen volver después de que el Gobierno evacúa, con gran despliegue mediático, una caravana.
Mustafá Barguti no duda en calificar de “apartheid” el sistema israelí, que impide a los palestinos utilizar la mayoría de las carreteras de Cisjordania —reservadas al uso de los colonos y del Ejército— y dificulta el tráfico en las demás a través de 562 puestos de control militar. “Necesitamos un Estado en las fronteras de 1967, no una aglomeración de ‘bantustanes’”, exige Barguti, quien participó en la Conferencia de Madrid en 1991. Recuerda que “la misma resolución de Naciones Unidas que dio legitimidad a Israel en 1947 adjudicó el 45% del territorio al Estado árabe; hoy Gaza y Cisjordania sólo ocupan el 23% y aceptamos este compromiso. Pero en Camp David, Sharon ofreció el 11%. Ningún líder palestino podría aceptar en Annapolis algo que Arafat rechazó”.
Condiciones similares menciona una carta abierta a Condoleezza Rice, firmada en octubre por Zbigniew Brzezinski, antiguo asesor de Jimmy Carter, y otros siete ex altos cargos estadounidenses. Insiste en un reparto territorial “basado en las fronteras de 1967, con intercambios de terrenos menores, recíprocos y consensuados”.
Desde el lado israelí, la situación no se ve diferente, sino que no se ve. Lo dice Warschawski: “Sólo el 10% de la población israelí apoya una solución razonable. No porque el resto defienda posiciones extremas, sino porque ha cundido la impresión de que no tenemos problemas. La economía va mejor que nunca. La seguridad también, a nivel individual y nacional. Nunca desde que se fundó Israel tuvo un apoyo tan unánime: ya no nos critica ni la Unión Europea. El conflicto es como un eccema: pica pero puedes vivir con él; no hace falta ir al médico, sólo pones un poco de crema. La ocupación desapareció de los periódicos y nos parece que tenemos todo el tiempo del mundo”. Eso sí, teme que la calma engañe y que pronto haya una sorpresa.
Seguridad innecesaria
Los enfrentamientos entre Fatah y el partido islamista Hamás, ganador de las elecciones de 2006, han contribuido a desviar las miradas de la ocupación. Barguti cree que “el objetivo de Israel es convertir la Autoridad Palestina en una agencia de seguridad a su sueldo”. Denuncia que, “presionado por Israel, el Gobierno palestino —en parte se prestó a ello por nepotismo— asigna un 8% de su presupuesto a Salud, un 0,7% a Agricultura, un 0,3% a Cultura y un 38% a Seguridad”. Un reparto que deteriora los servicios públicos y fue clave para el triunfo de Hamás, que ofrece redes de asistencia alternativa. Además, es innecesario, según Barguti: el lanzamiento de misiles desde Gaza —que motiva nuevos golpes israelíes— podría terminar “mañana si Israel aceptara un alto el fuego recíproco”. Cree que “el mundo e Israel perdieron una oportunidad de oro” cuando boicotearon el Gobierno de unidad nacional de Hamás. Pide convocar elecciones y “aceptar la voluntad democrática”, que prevé similar a la de 2006.
En Israel domina la sensación de que todo está perfectoUna de las condiciones previas puestas por Ehud Olmert parece hundir definitivamente la reunión de Annapolis: exige a la parte palestina reconocer Israel como ‘Estado judío’, algo en que insiste el ultraderechista Avigdor Lieberman, el socio de coalición que asegura la mayoría del partido de Olmert en el Parlamento. La claúsula provocó el enfado de los partidos que representan a los 1,5 millones de musulmanes israelíes y es una condición “absurda”, según Avnery, ya que la propia sociedad israelí debate sobre si la fe judía es esencial para ser ciudadano del país. “Olmert no exige esta condición para que se acepte, sino para que no se acepte y evitar así toda negociación”, cree Avnery.
La presión de la derecha norteamericana e Israel seguirá subiendo en vísperas de la reunión. A inicios del mes, un grupo de rabinos advirtió en una carta a Bush que Dios castigará a quien presione a Israel a abandonar tierras judías: tras la evacuación de Gaza, patrocinada por Washington, llegó el huracán Katrina y ahora los incendios empiezan a arrasar California, argumentan.
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