Apóyanos

Publicidad
Cuentos Populares Bereberes Defensa Siciliana El caos que viene

Topper
Ilya U. Topper
[Madrid · May 2008]
Israel  reportaje 

Israel busca su identidad


El 60º aniversario del estado judío hace aflorar las profundas divisiones de una sociedad compuesta por culturas diversas y corrientes religiosas enfrentadas. Sólo el miedo a la amenaza árabe mantiene unida una nación con escasos denominadores comunes, donde crece el abismo entre ricos y pobres.

Una pistola en la sien del pueblo judío. Con esta elocuente imagen, el ministro sin cartera israelí Yitzhak Cohen se refirió a una de las mayores amenazas que, en su opinión, penden sobre Israel en vísperas de su 60 aniversario: la venta de pan en Jerusalén durante los días de la Pascua judía. “Hay que deshacerse de los tribunales”, añadió, en alusión a la sentencia de una juez que permitía, en abril, vender pan con levadura durante esta fiesta, siempre que no se exhibiera en los escaparates.

Era el último rifirrafe en una larga hilera de enfrentamientos entre dos sectores de la sociedad israelí: el religioso, que insiste en el intocable carácter judío del país, y el laico, que teme una deriva hacia una teocracia no tan diferente de la iraní.

Olmert, en el banquillo

La confrontación no es la única sombra que desluce la celebración del aniversario. Aunque la guerra en Palestina está casi ausente del debate público —apenas afecta a la vida cotidiana de los habitantes de Tel Aviv—, la alegría es mitigada por el último escándalo. Los diplomáticos y jefes de Estado invitados a la fiesta reciben el saludo de un primer ministro a punto de sentarse en el banquillo de los acusados: Ehud Olmert está bajo sospecha de haber aceptado financiación irregular para una campaña electoral en 1999, cuando era alcalde de Jerusalén.

Las especulaciones sobre el grado de implicación de Olmert y su posible dimisión se disparan —la Justicia israelí ha prohibido publicar detalles sobre el caso— pero la acusación apenas sorprende ya en un país en el que decenas de altos cargos, desde el presidente hasta los jefes de policía, han pasado por los juzgados, casi siempre acusados de corrupción y sobornos.

¿Es ésta la sociedad que soñaron los pioneros judíos que alternaban en los años veinte y treinta el arado con el fusil para crear una nueva nación en un territorio que quisieron imaginar deshabitado? Cada vez más voces israelíes aseguran que poco hay que celebrar en un país que quiso ser una luminaria de la justicia, la ética y la solidaridad y que hoy no tiene Constitución, es denostado en el mundo por no respetar la legalidad internacional y se ha convertido en el refugio para muchas redes de comercio ilegal.

Los últimos ‘kibbutz’ —las cooperativas agrícolas inspiradas en el comunismo que formaron el embrión del Estado— están en franco declive y la distribución igualitaria de la riqueza ha sido reemplazada por una economía de mercado floreciente pero con profundas desigualdades: el 20% más rico de la  población gana ocho veces más que el 20% más pobre. La media en Europa es de cuatro veces más.

Las coaliciones del gobierno siempre deben contar con los partidos religiosos

Este reparto desigual sigue dibujando el mapa de un país dividido por fisuras étnicas. “Israel es una sociedad de inmigrantes”, explica Sergio Yahni, miembro de la organización Alternative Information Center, con sede en Jerusalén. “Cuando llegaron los refugiados de Europa, se propusieron crear el ‘judío nuevo’, un concepto basado en valores de Europa Occidental e influido por ideologías alemanas, que iba a borrar las diferencias de origen”. No lo consiguieron: en lugar de la “completa igualdad de derechos sociales y políticos de todos los habitantes, sin distinción de religión, raza o sexo”, que prometía la declaración de independencia del 14 de mayo de 1948, perdura una escala social netamente esculpida. En el escalón más bajo se encuentran los ‘arabes’, es decir palestinos con pasaporte israelí, legalmente diferenciados de los ciudadanos judíos: no realizan el servicio militar y deben acudir a un sistema educativo completamente distinto al general, dotado con menos recursos: en los noventa, el Estado gastaba en un alumno árabe el 60% de los fondos que invertía en uno judío.

Muy pocos escolares de este sistema consiguen ingresar en la universidad y el rechazo social persiste: según un reciente sondeo de la Universidad de Haifa, la mitad de los judíos se opondría a compartir su barrio con ciudadanos de familia árabe. Otra encuesta señala que casi tres de cada cuatro rechazan la presencia de árabes en un cargo ministerial... un tabú que se rompió por primera vez en 2007.

La religión, parte de la vida diaria

68% de los judíos de Israel no consume pan con levadura durante los días de la Pascua, cuando lo prohíbe la religión, y el 67% ayuna el día de Yom Kipur. Un 44% usa cubiertos distintos para los alimentos cárnicos y los lácteos, ya que las escrituras prohíben mezclarlos.
58% sólo toma alimentos ‘kosher’, o sea, preparados según la ley mosaica. Un 48% reza el ‘kidush’ cada noche del viernes para iniciar el ‘shabat’. Un 16% siempre se cubre la cabeza.
25%no viaja en ‘shabat’ (entre la puesta del Sol del viernes y la del sábado). El 25% reza este día en la sinagoga, pero sólo el 15% acude a diario al templo, según un sondeo de 2000 publicado por la Avi Chai Foundation. 60%de los judíos israelíes creen que los supermercados no deben abrir en sábado porque es contrario a la religión

Culturas judías distintas

Pero incluso entre la población judía, las fracturas, aunque no formalizadas por la ley, son claramente visibles. Casi todos los altos cargos públicos están copados por asquenazíes, es decir, judíos oriundos de Europa o América, mientras que los mizrajíes o sefardíes, originarios de países islámicos,  se sitúan en un escalón más bajo. El nombramiento en 2006 del laborista Amir Peretz, nacido en Marruecos, como ministro de Defensa fue una pequeña revolución. Más bajo aún se sitúan los judíos etíopes, trasladados a Israel en 1991. Muchos aún no hablan hebreo y viven al borde de la marginación social.

Las distancias entre sefardíes y asquenazíes son difíciles de salvar y se dibujan incluso en los ‘kibbutz’, donde los niños blancos juegan en una esquina de la piscina y los de piel morena en otra. “No es que no nos llevemos bien, pero tenemos formas de vivir distintas: ellos escuchan otra música, ven  otras películas, tienen otra cultura”, resume  Amit, una adolescente de una cooperativa cercana a Haifa. “Además, ellos son más religiosos”.

“Lo único que tenían en común los inmigrantes de religión judía de distintas partes del mundo era el hecho de no ser musulmanes, no ser árabes. Así, la sociedad se edificó con un único elemento compartido: el odio hacia los árabes”, detalla Yahni.

Sólo el miedo a "los árabes" aglutina a la sociedad judía israelí

Sesenta años más tarde, este odio —o el temor a ser aniquilado por una supuesta marea árabe— sigue siendo lo único que aglutina a la sociedad israelí e impide que las luchas internas estallen. Así opina Uri Mathias, un ‘kibbutznik’ de unos 50 años. “Si los árabes no hicieran atentados, pronto nos pelearíamos entre nosotros. Hay demasiados religiosos”, afirma, sin esconder su odio hacia quienes insisten adecuar las normas de la vida pública a las de la tora. “Piden playas separadas para hombres y mujeres. Quieren separar todo”, sentencia este hombre, criado en una cooperativa sin sinagogas, sin candelabros ni rezos y con duchas mixtas para chicos y chicas.

Ellos y nosotros

“El concepto del ‘judío nuevo’ no incluía elementos religiosos”, confirma Yahni. “El sionismo original contenía incluso prejuicios antisemitas. Cuando se fundó el Estado, se preveía que fuera laico, aunque se introdujeron detalles religiosos para darle un carácter judío”. comercio de iranLa concesión, destinada a integrar en el movimiento sionista agnóstico a los colectivos ortodoxos, da hoy lugar a polémicas agrias sobre los fundamentos de la sociedad. “En este país viven dos pueblos, ambos judíos: ellos y nosotros”. Así de tajante es el jurista hebreo Asher Maoz, profesor en la Universidad de Tel Aviv. “Ellos son los ultraortodoxos, que se consideran los emisarios de Dios en la Tierra. Nosotros somos los demás”, asegura en el diario israelí Haaretz.

Entre los agnósticos cunde la sensación de que los más religiosos ya se han hecho con el control del Estado, pese a que los partidos que se alternan en el poder —laboristas, Likud y el reciente Kadima, una mezcla de ambos— no promueven la fe. Pero “da igual  a quién votes, siempre ganan los religiosos porque quien quiere gobernar necesita sus votos, de ahí que ya antes de las elecciones se les otorgue todo lo que pidan”, se queja Mathias. Destaca sobre todo la solicitud de fondos para el sistema de colegios públicos religiosos, donde se ofrece una educación de calidad... y según los críticos se forma la ‘generación de la kipa’, en alusión al gorrito con el que muchos judíos muestran su adhesión a los valores de la fe.

“La religiosidad se ha ido extendiendo porque el Estado no ha sabido responder a los retos sociales y la fe se ha convertido en una opción cada vez más habitual, se nota en la vida diaria, en las nuevas leyes, en la fuerza de los partidos religiosos...” asegura Yahni.

Hoy, 27 de los 120 diputados de la Knesset forman parte de movimientos ortodoxos. El Shas, tercera fuerza del Parlamento, duplicó sus escaños entre 1992 y 2006. Sus votantes se reclutan sobre todo entre la población mizrají, mucho más religiosa que la asquenazí, desde que la fe tradicional de los inmigrantes judíos magrebíes fuera ‘adaptada’ a las estrictas normas ortodoxas de Europa del Este. Este proceso fue liderado por rabinos asquenazíes de Lituania, que hasta hoy siguen siendo las cabezas visibles del movimiento político sefardí.

Religión invisible

El año pasado, un sondeo del Guttman Center, parte del Israel Democracy Institute, averiguó que sólo un 20% de los judíos de Israel se consideran laicos, frente a un 40% en los años setenta. Entre los jóvenes, la religiosidad está más extendida que entre los mayores. Aun así, un paseo por Tel Aviv no revela, a primera vista, señales de la religión en la vida pública: las calles siguen animadas los sábados y las playas apenas se diferencian de las europeas. Si la propuesta de celebrar una marcha del orgullo gay provocó airadas protestas en Jerusalén, feudo de los movimientos ortodoxos, los homosexuales están muy integrados en la sociedad israelí e incluso gozan de reconocimiento legal como parejas de hecho.

Pero tras la fachada persisten otros aspectos. Todos los asuntos legales referidos a la vida familiar son competencia de los tribunales rabínicos, dado que en Israel no existe el matrimonio civil. Boda y divorcio se celebran acorde a las normas de la tora en el caso de los judíos, las del derecho canónico entre los cristianos y las de la sharia entre los musulmanes. Un sistema que facilita la “extorsión” de las mujeres, en palabras de Susan Weiss, fundadora del Center for Women’s Justice (CWJ) de Jerusalén: sólo es posible obtener un divorcio si el marido lo otorga voluntariamente. Si se niega o si simplemente desaparece, la mujer sigue casada, a  veces durante décadas. De ahí que muchas acepten cualquier condición del marido o incluso le paguen altas sumas de dinero para conseguir el papel.

Mientras que el CJW pide modificar la interpretación de las normas religiosas, la izquierda israelí exige la separación nítida entre rabinos y Estado, tal y como se planteaba en el sionismo original. Cuando Olmert exigió, en vísperas de la conferencia de Annapolis en noviembre, que la Autoridad Palestina reconociera Israel como “Estado judío”, hubo quien señaló que este concepto, anclado en la declaración de la independencia, nunca se ha concretado para definir el lugar del elemento judaico en el Estado establecido en 1948.

La ley del retorno, que otorga la ciudadanía israelí a cualquier judío del mundo, define como judío a toda persona cuya madre o abuela fue casada por un rabino según el rito de la tora. Pero muchos ciudadanos que encajan en esta definición rechazan el término. “Nunca me defino como judío”, aclara el ‘kibbutznik’ agnóstico Uri Mathias. “Soy israelí. No es lo mismo. Una ciudadanía no es una religión”.

Entrevista con...
 Uri Avnery: «Aún sigue la guerra del 48» 
Periodista y ex diputado israelí

Uri AvneryTiene 84 años y pertenece a la generación que luchó, fusil en mano, por la creación de Israel. Uri Avnery (Alemania, 1923), miembro del grupo terrorista Irgun a los 15 años, más tarde periodista y diputado, es uno de los pacifistas israelíes más activos.

Usted vio nacer Israel, arriesgó su vida para hacerlo posible. ¿Qué balance hace 60 años después?

Israel ha alcanzado muchos logros de los que puede estar orgullosa: ha convertido el idioma hebreo en una lengua viva, dinámica, algo que es un milagro, la democracia funciona —en Israel, no en los territorios ocupados— y la economía es fuerte, de vanguardia mundial. Pero nos debemos avergonzar, en primer lugar, por no haber alcanzado la paz: la guerrra de 1948 continúa todavía. Además, la sociedad israelí, que una vez se enorgullecía de ser igualitaria, con el ‘kibbutz’ como símbolo social, se ha convertido en profundamente desigual, el abismo entre ricos y pobres es uno de los mayores del mundo desarrollado.
Los pioneros como usted no eran religiosos. Hoy se debaten leyes para anclar el judaísmo en la vida pública.
La falta de separación entre Estado y religión es un enorme problema. La religión judía discrimina a la mujer respecto al hombre y en Israel todos los asuntos familiares son juzgados en los tribunales religiosos. Esto no se ha superado e incluso empeora.
¿Por qué no se avanza en esto?
Es difícil conseguir cambios en Israel porque la situación social está dominada por una actitud ultracapitalista. Unas 20 familias controlan la mitad de la economía israelí. Este grupo de capitalistas controla los partidos políticos, los medios de comunicación, el Gobierno... Israel ha tenido una serie de escándalos de corrupción —incluyendo al primer ministro—, lo que muestra la combinación del gran capital con el sistema político.