Marines contra la guerra
La oposición contra la guerra de Iraq en Estados Unidos crea una amplia red, liderada por una organización de ex combatientes que denuncian los crímenes cometidos contra civiles durante la invasión y la ocupación del país árabe.
Jimmy Massey no tiene cara de legionario. Más bien de joven profesor de universidad. Pero dirigió como sargento una unidad de marines durante la invasión de Iraq en marzo de 2003. Pasó por las experiencias de muchos compañeros: montó puntos de control, las señalizó con paneles y dio orden de disparar a cualquier coche que se acercara sin frenar.
Hubo muchos que no frenaron. Sus ocupantes morían invariablemente bajo ráfagas de metralleta. Y siempre eran civiles. "Jamás encontramos explosivos en estos coches" recuerda Jimmy Massey. Al cabo de dos meses pidió su baja por motivos de salud psicológica. En julio de 2004 fundó con otros ocho ex militares la organización Veteranos de Iraq contra la guerra. Hoy, el movimiento tiene más de 300 miembros. Todos han combatido en Iraq o en Afganistán.
A diferencia de las organizaciones pacifistas que desde el principio alzaban su voz contra la invasión de Iraq —prácticamente sin conseguir eco en la sociedad estadounidense—, los veteranos llegan directamente al corazón de la clase media norteamericana, orgullosa de su patria, su bandera y sus 'valientes muchachos' que defienden la libertad allende los mares. Por el mismo motivo, el libro que cuenta las experiencias de Massey como soldado utiliza un lenguaje llano, incluso vulgar: un intento de acercar al lector la realidad tal cual en lugar de analizarla políticamente.
"Deshumanización" es el término con el que Massey describe el entrenamiento de los marines. "Al iniciar cualquier ejercicio en el Cuerpo de Marines dices 'Kill, kill, kill' (¡mata!)". Es precisamente el título de la versión francesa de su obra, publicada en 2005. La española acaba de llegar al mercado bajo el título 'Cowboys del infierno'. La inglesa no existe. "Nadie en Estados Unidos quiere publicarlo" admite Massey. "En Inglaterra me ofrecieron mucho dinero si cambiaba los nombres y presentaba las matanzas como 'accidentales'. Me niego".
Massey no está solo. "El movimiento por la paz avanza con rapidez", opina. "El año pasado estaba muy estancado, pero Cindy Sheehan (madre de un soldado muerto en Iraq) lo relanzó con fuerza con su acción ante el rancho de Bush en Crawford, Tejas; yo la apoyé". Sheehan, una típica madre americana con la que muchos se podían identificar, se convirtió pronto en la portaestandarte del movimiento.
La red es más amplia: la organización Veteranos por la Paz, que agrupa a ex combatientes de Vietnam, apadrinó desde el principio a Massey y sus compañeros y se implica en las protestas contra la ocupación de Iraq con un mensaje sencillo: 'Apoya a nuestras tropas. Tráelas de vuelta a casa'.
Vietnam es una referencia cada vez más habitual: la matanza a sangre fría de Hadiza, ocurrida en noviembre e investigada desde marzo pasado, ya se compara con My Lai, la masacre que en 1968 chocó a la sociedad norteamericana y convirtió la guerra en escándalo.
"Las tropas a menudo tienden a deshumanizar al pueblo iraquí de la misma forma que nosotros deshumanizábamos a los vietnamitas" advirtió ya en noviembre de 2003 Sean Dougherty, un veterano de Vietnam entonces de viaje en Bagdad para visitar a su hija Kelly —algo que finalmente no consiguió— y para "ofrecer información a la gente de mi país". Año y medio más tarde, Kelly Dougherty participó en la fundación de Veteranos de Iraq contra la guerra.
Aliados
Referencia ineludible en la particular lucha contra la aplastante maquinaria mediática al servicio del Gobierno es Amy Goodman, presentadora estrella del programa de radio y televisión Democracy Now! "Su ayuda es decisiva a la hora de acercar al público americano la información verdadera sobre lo que está pasando" sentencia Massey. Democracy Now! se emite a través de más de 400 emisoras en Estados Unidos y decenas de radios locales en Sudamérica y España, donde cuenta con titulares en castellano.
Otro aliado de peso es Denis Halliday, antiguo director del programa humanitario de Naciones Unidas para Iraq. Dimitió en 1998 como acto de protesta (su sucesor, Hans von Sponeck, siguió su ejemplo en 2000) y hoy es un destacado crítico de la guerra.
Menos impacto público tiene la organización Voces en el Desierto, fundada en 1996 para protestar contra el embargo impuesto a Iraq. Algunos de sus miembros llevaban medicinas a Bagdad, lo que constituía un delito federal y les valió ser amenazados con 12 años de cárcel por 'colaborar con el enemigo', aunque la sentencia se quedó en cuantiosas multas, como recuerda una de sus activistas, Kathy Kelly, que vivió desde una casa iraquí la entrada de las tropas en Bagdad.
Kelly, doctora honoris causa por dos universidades estadounidenses, pacifista radical —no paga impuestos para no colaborar con la guerra de su Gobierno— y frecuentemente condenada a penas de cárcel por sus protestas, es amiga de Massey.
"Hace pocos meses estuvimos juntos en Irlanda como testigos en un juicio contra un grupo de activistas que habían dañado un avión militar estadounidense en el aeropuerto de Shannon" recuerda el ex marine. "La ley irlandesa permite cometer un delito si con ello se evita otro crimen. Explicamos que en la guerra de Iraq se violan las Convenciones de Ginebra y la legislación internacional". Dos veces suspendido, el juicio se reanudará en julio.
Massey ofreció el mismo testimonio ante un tribunal canadiense que debe decidir si otorga asilo político a soldados estadounidenses que desertaron de sus bases parar no ser enviados a Iraq. Son apenas un ejemplo del gran número de militares que han abandonado sus puestos desde que empezó la invasión.
"Más de diez mil" estima Massey. "Huyen a Canadá, a Europa, a Sudamérica. Es duro para ellos: la mayoría se alistó para escapar de una situación económica difícil, para tener asistencia médica... y saben que tras desertar ya nunca podrán conseguir un trabajo público ni asistir a la Universidad". No se da mucha publicidad a estos casos, aunque "cuando hablan sobre lo que han visto, el Gobierno es evidentemente más severo y se enfrentan a penas de un máximo de tres a cinco años de cárcel" explica Massey.
Mucho más trágico es otro factor que reduce el número de soldados en el frente: el suicidio. En noviembre de 2003, las autoridades militares admitieron que desde la invasión, ocho meses antes, se habían producido 17 suicidios entre las tropas. Fernando Suárez de Solar, padre de un soldado muerto en combate, de visita en Bagdad junto a Sean Dougherty, discutía la cifra: "Según la información que tenemos las organizaciones de padres de soldados son más de 50 los muchachos que se han suicidado" afirmó.
Ahora, estas muertes "ocurren de forma rutinaria" afirma Massey. "En mi campamento en Kuwait, un joven se suicidó en la cabina del servicio. Si sucedía antes de la guerra, imagínate tras las experiencias traumáticas del combate. Ocurre tanto en Iraq como en Estados Unidos, pero los medios no lo cubren. Los militares intentan mantener las cifras bajas, porque dan mala imagen. No sé si ocurre a diario, pero definitivamente todas las semanas".
Cifras de muertos
Las cifras de las muertes son otro caballo de batalla. El recuento oficial, accesible en la web de Veteranos por la Paz, indica 1.993 muertos en combate en un total de 2.475 bajas; es decir que 482 soldados murieron por otras causas en Iraq.
Sólo cabe conjeturar cuánto ocupan en esta lista los suicidios. "Presionamos al Gobierno para que haga públicas las cifras exactas" explica Massey "pero el Pentágono no quiere entregar las estadísticas; prefiere que sólo se conozcan los muertos en combate, porque son menos".
Pero ni siquiera este número es real: no incluye a los soldados que se alistaron en el ejército sin tener la nacionalidad estadounidense. "Ocurre a diario" afirma Massey, que trabajó durante años reclutando a voluntarios antes de irse a Iraq.
"Tenía muchos amigos entre los marines que habían llegado ilegalmente. Se les promete la ciudadanía cuando se alistan; lo que no se les cuenta es que deben solicitarla expresamente cuando termina su contrato con los marines; si no lo hacen pueden ser deportados. También se les promete que sus familias podrán adquirir la nacionalidad si ellos fallecen, pero tampoco es automático: la familia debe pasar por todo el proceso burocrático como cualquier otro inmigrante. Los manipulamos".
Es más: si estos reclutas mueren en combate, no aparecen en ninguna estadística, cree Jimmy Massey. "Para el Departamento de Defensa no son ciudadanos norteamericanos, sólo se les considera 'daños colaterales'". Cuántos son es algo difícil de averiguar: "En mi unidad había un joven mexicano, pero entre los marines no preguntamos si alguien tiene la nacionalidad" recuerda el ex sargento.
Jimmy Massey reconoce que es más fácil influir a la opinión pública norteamericana con las cifras de las bajas militares "porque a muchos grupos de la derecha les da igual el número de iraquíes muertos". De éstos se ocupa otra organización norteamericana que forma parte del panorama antiguerra: Iraq Body Count (Recuento de cadáveres). Sumando sólo los datos confirmados por varias fuentes se llega a entre 38.000 y 42.000 muertos desde la invasión, aunque el número real debe ser mucho mayor. A ello se añade, según Massey, la "exterminación a largo plazo causada por el uranio empobrecido", algo que no duda en calificar de "genocidio".
El movimiento antiguerra se mundializa: Malasia hospedó en las pasadas Navidades el Foro Perdana por la Paz donde coincidieron Denis Halliday, Von Sponeck, Jimmy Massey y los ex primeros ministros australiano y malasio Bob Hawke y Mahathir Mohamad, entre otros ponentes. Massey no descarta que la versión original de su libro finalmente se publique en el país asiático: también el cineasta Michael Moore tuvo que triunfar en el extranjero —Inglaterra, en este caso— para que sus filmes y libros llegaran al público norteamericano.
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Kathy Kelly: «Hay que arriesgarse para parar las apisonadoras de la guerra» Entrevista de Topper [2005]
Foco Iraq