Iraq, destino difícil
El consulado iraquí en Madrid está lleno de carteles de “Visite Iraq”. Pero cuando Nacho Prieto solicitó un visado turístico el pasado septiembre, el cónsul le dijo: “Eres la única persona que lo ha pedido desde 2003”. Prieto es el primer turista español que ha viajado en solitario a Iraq, de donde acaba de regresar sano y salvo, aunque bastante impresionado.
¿Viajar a Iraq? Lo que a muchos les parece una pesadilla, otros lo hacen por ocio. El proceso de reconstrucción y el descenso de la violencia en el país han empezado a atraer turistas, no sólo peregrinos iraníes, sino también visitantes occidentales. A modo de indicador, las compañías aéreas están volviendo a establecer vuelos regulares a las diferentes ciudades iraquíes: en dos años han pasado de apenas seis a veintisiete.
La mayoría de la oferta turística se concentra en las tres provincias kurdas del norte del país, donde las autoridades intentan promocionar el turismo bajo el lema “El otro Iraq”. Desde el final de la Guerra del Golfo y el establecimiento de una zona de exclusión aérea, la región es independiente de facto y está bajo el control de las autoridades kurdas, que se jactan de que ningún extranjero ha muerto en su territorio en todo este tiempo. Por ello, ya son varias las agencias de viaje, especialmente las norteamericanas, que ofrecen paquetes al Kurdistán iraquí.
Allí, el nivel de seguridad es muy alto, y ofrece atractivos como la posibilidad de visitar las antiguas mazmorras de Saddam Husein en Suleimaniya, hoy reconvertidas en museo. También actividades más convencionales, desde pasear por la vieja ciudadela de Erbil, presuntamente el asentamiento humano continuado más antiguo del mundo, hasta hacer rafting en el lago Dukan. Existe incluso un blog ―Backpackiraq, algo así como 'Iraq mochilero’― con información para mochileros que decidan aventurarse en el Kurdistán iraquí. Erbil se ha convertido en pocos años de una ciudad provinciana y polvorienta en un centro comercial con tiendas lujosas, parques cuidados, fuentes públicas e iluminación nocturna. Existe incluso una oficina del Goethe-Institut, algo así como el Instituto Cervantes alemán, que organiza actividades culturales.
En el resto del país, el panorama es bastante diferente. El único lugar que recibe visitantes occidentales de forma regular es el parque arqueológico de Babilonia, donde tres días a la semana llegan autobuses turísticos con escolta armada desde Jordania. Un negocio en auge y, a juzgar por las tarifas ―de 18 euros para un visitante estándar, a 3.000 euros por día si uno quiere rodar un documental―, muy lucrativo para las autoridades del parque.
Pero Bagdad sigue siendo un punto demasiado caliente. “Desde luego no se puede hablar de Bagdad como destino turístico, es una zona de guerra”, asegura Prieto. “Todos los días se escuchan explosiones, y se oyen los cohetes katiushas que la Resistencia arroja sobre la Zona Verde. Pero al mismo tiempo existen ciertas dinámicas ya creadas. Por ejemplo, los ataques contra la Zona Verde ocurren entre las 4 y las 6 de la madrugada, por eso mi guía me decía medio en broma que durante el día no hay nada que temer, que los terroristas están durmiendo. Del mismo modo, los coches bomba explotan de 10 a 12 de la mañana. Fuera de esas horas es relativamente seguro, puedes andar más o menos tranquilo”, nos explica en Estambul, donde descansa de su viaje.
“Solo no se puede salir”
De hecho, Prieto, que en España es fotógrafo ―“aunque no de prensa”, se apresura a explicar―, no pudo conseguir un visado turístico como tal, sino que tuvo que hacerlo como periodista ‘freelance’. Contactó con un guía local de confianza, el amigo de un amigo, que le enseñó Bagdad y los alrededores. “Un turista solo no puede salir a la calle. Hay muchos puestos de control en los que te puedes encontrar en situaciones complicadas, donde no controlas lo que pasa”, relata. “Mi guía me resolvió todo, en los sitios en los que no podía pasar me buscaba a alguien que tuviera acceso para que me acompañase”, dice.
Porque ya no es tan fácil encontrar compañía: el turista parece crear un hueco a su alrededor. Prieto relata que la mayoría de los iraquíes tienen miedo, hoy por hoy, de que se les vea junto a un extranjero. Probablemente porque, al no haber turistas, un extranjero siempre puede ser un periodista, un empresario o un agente de Estados Unidos, o una mezcla de las tres cosas, en todo caso alguien sospechoso para las redes más radicales de quienes combaten a las tropas norteamericanas y, también, a quienes les dén cobertura o apoyo.
La tradicional hospitalidad iraquí se ha enfriado así bastante. Las fotos de Nacho Prieto lo atestiguan: retratan sobre todo paisajes urbanos, monumentos, cafés vacíos, algunas personas desde lejos. Casi nadie acude ya para colocarse delante de la cámara, coquetear con el objetivo, casi nadie se siente cómodo si un turista entra en un café lleno de gente. Un cambio enorme respecto a los años 2003-2004, cuando los extranjeros, sobre todo los españoles, fueron aún acogidos con alegría, en la esperanza de que hicieron llegar al resto del mundo las durezas de la posguerra y suscitasen interés por un país desangrado.
Entonces, como recuerdan los integrantes del equipo de Javier Corcuera, quien filmó en enero de 2004 un documental en Iraq (Invierno en Bagdad), era posible montar en casi cualquier barrio bagdadí dos o tres cámaras de las grandes, micrófono de pértiga, focos y reflector y filmar durante horas, tanto en plazas públicas como en casas familiares de toda clase social y toda condición sin que nadie tuviera que temer por su integridad.
En 2005, el panorama había cambiado brutalmente: entonces era recomendable evitar el contacto directo con iraquíes para evitar ponerlos en riesgo, un riesgo difuso, sin fuente concreta, pero real, como atestiguaban una cifra espeluznante: 27 muertos diarios por disparos. En 2006 fue de 56 asesinatos diarios, según las cifras de la organización Iraq Body Count, eso sin contar la media de 16 muertos diarios por bombas o atentados suicidas.
La cifra de asesinatos directos bajó a 40 diarios en 2007, 14 en 2008 y desde entonces se mantiene en 4 diarios en todo Iraq, aunque la media de muertos por bomba sigue siendo de 7,5 al día.
Dada la inseguridad de la población frente a la presencia de un extranjero, ya no es fácil disfrutar de la antaño agradable vida social a orillas del Tigris. ¿Qué se puede, pues, visitar en Bagdad? Al parecer, bastantes cosas: las ‘Espadas de la victoria’ (dos gigantescas manos que empuñan sendas cimitarras, construidas a mayor gloria de Saddam Husein), el museo arqueológico (“que a pesar de lo que se ha dicho, sigue cerrado, hay que pedir que te lo abran”, asegura Prieto), la ribera del Tigris, el zoo…
“La cantidad de dinero a desembolsar es alta. Yo pagaba a dos personas, porque mientras una me acompañaba, otra se quedaba en el aparcamiento, pero en eso no pensé en escatimar”, cuenta Prieto. De esta manera, explica, se aseguraban de que no les ponían una bomba lapa en los bajos del coche durante la visita. “Los hoteles son caros y las prestaciones están bajo mínimos. Lo que se paga es la protección”, afirma.
El hotel en el que se alojó, el Al-Hamra, fue objeto de un atentado con un camión bomba hace ocho meses, que tenía como fin el asesinato de occidentales. Los atacantes lograron penetrar el perímetro de seguridad, pero el conductor murió en el tiroteo e hizo explotar la carga antes de tiempo, volando los cuatro edificios de viviendas que había junto a la entrada.
Hoy, la cosa está algo más tranquila. “La experiencia ha sido increíble y no me arrepiento, pero no lo repetiré, sería una temeridad”, nos cuenta. “Desde luego, si un amigo me pregunta si se puede ir de turista a Iraq, le digo que no”, asegura.
A pesar de todo, Prieto no está solo en esto: agencias como la británica Hinterland Travels ofrecen la posibilidad de visitar, en diecisiete días, todo Iraq, desde Erbil a Basora, pasando por Babilonia, Ur y Bagdad. A pesar de los precios desorbitados, los viajeros no llevan escolta armada, pues la compañía cree que la mejor medida de seguridad es el mantener un perfil bajo y no llamar la atención de posibles agresores.
Prieto lo confirma. “Pero el mejor salvoconducto es ser español: allí, el que no es del Madrid es del Barça, y eso te abre todas las puertas”, dice; “si llego a ser de cualquier otro sitio, no veo la mitad”.
Leer más:
Foco Iraq