Asedio nuclear a Teherán
La carrera ha empezado. Pronto, el programa nuclear de Irán ya no será el único que exalte los ánimos en Oriente Medio. Arabia Saudí y sus Estados satélite del Golfo —Kuwait, Bahrain, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Omán— tienen previsto entrar al juego de Irán con las mismas armas. Aunque insisten en que no se trata de armas sino de poner en pie “un programa común de tecnología nuclear con fines pacíficos”, según el manifiesto hecho público el 10 de diciembre pasado por el ministro de Exteriores saudí, Saud Faisal, en nombre del Consejo de Cooperación del Golfo. Teóricamente, la misma aspiración que defiende el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad.
Un día más tarde, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, provocó una cascada de especulaciones al citar a Israel entre los países con armas nucleares, un hecho del que apenas duda nadie, pero que nunca había sido oficialmente admitido por Tel Aviv. Sólo una semana antes, el recién designado secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, había hecho un comentario similar, considerado entonces “sin precedentes” e “inexplicable” por los portavoces de Israel
Ya en septiembre, Egipto había agitado la caja de pandora al anunciar Gamal Mubarak, el hijo del presidente, que El Cairo retomaría la investigación en tecnología nuclear, pacífica por supuesto. Lo sorprendente no fue el anuncio, sino que, semanas más tarde, la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, declarara oficialmente el apoyo de Washington al programa.
El anuncio de Arabia Saudí y sus vecinos parece formar parte del esfuerzo de crear un frente nuclear árabe para contrarrestar el iraní. Según la cadena qatarí Al Yazira, el enfrentamiento entre Teherán y Estados Unidos empieza a preocupar a los líderes de los Estados del Golfo: en el caso de que la sangre llegara al río, las cinco pequeñas naciones serían las primeras en ser inundadas. El reactor nuclear iraní, que debe empezar a funcionar a finales de 2007, está en Bushehr, a 250 kilómetros de Kuwait y a 300 de Bahrain y Qatar. Un bombardeo sobre la planta no contaminaría sólo la costa de Irán, también a la mayor parte de estos tres países. Sin hablar de las posibles respuestas militares de Teherán, que también podrían afectar al resto del quinteto: apenas 100 kilómetros separan la costa de los Emiratos Árabes Unidos y de Omán de Bandar Abas, la base naval más importante de Irán.Quinta columna
El contragolpe iraní puede incluso llegar antes del ataque y ser más sutil: parte de la población de los pequeños Estados del Golfo practica la rama chií del islam, que da gran importancia a los directrices de los líderes religiosos, muchos de ellos parte del régimen teocrático iraní. Irán será rodeado por potencias nucleares en todos los flancosPodría convertirse, en opinión de algunos analistas, en una quinta columna de Teherán y poner en jaque los regímenes autocráticos de las familias suníes, todas firmes aliadas de Washington, que ostentan el poder.
Ana Echagüe, experta de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), no cree que “las minorías chiíes se muevan por los discursos religiosos de Irán, sino más bien por una sensación de injusticia, por vivir discriminadas y sin una representación política adecuada”. De todas formas, “un ataque a Irán tendría desde luego un efecto desestabilizador”.
Donde el peligro es más obvio es en Bahrain. Esta isla, poco mayor que el municipio de Madrid, alberga la Quinta Flota estadounidense y es la base naval americana más importante de la región. Un 70% de su población autóctona es chií. El historial da motivos para preocuparse: tanto en 1981 como en 1996, el Gobierno bahrainí denunció que un grupo armado chií intentaba derrocar el régimen, supuestamente con ayuda de Irán, algo que Teherán niega.
Las elecciones de noviembre pasado en Bahrain mostraron la fuerza del movimiento político fundamentalista chií, que se hizo con 18 de los 40 escaños de la Asamblea Nacional, frente a los doce que consiguió el partido suní integrista. “De todas formas, su influencia seguirá siendo reducida, porque el poder del Consejo Consultativo, nombrado por el rey, contrarresta el del Parlamento”, opina Ana Echagüe. “Ahora la clave estará en si chiíes y suníes colaboran para llevar a cabo una política social conservadora o si los diputados chiíes abordan la discriminación de sus electores y piden una reforma constitucional”, añade. En todo caso, la participación del movimiento chií Wefaq en las elecciones —que boicoteó en 2002— parece conjurar el peligro de una radicalización de la oposición.
Bahrain es el único país del Golfo que participó directamente, el 30 de octubre pasado, en unos ejercicios navales conjuntos de Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Francia y Australia a pocos kilómetros de la costa iraní. La meta: interceptar un supuesto barco con un cargamento nuclear. Un claro guiño a Teherán, que respondió poco más tarde con otro ejercicio, destinado a probar sus misiles de largo alcance.
Con el ejercicio, Bahrain reafirmó su adhesión a la cooperación militar con Washington, en vigor desde 1991, y que para la familia del rey Hamid ben Isa al Jalifa parece ser la mejor manera de apuntalar su poder.
Todos los países del Golfo tienen pactos militares con Estados UnidosTambién los vecinos del reino insular tienen lazos firmes con el Pentágono: Qatar firmó su pacto de defensa con Estados Unidos en 1992, los Emiratos Árabes Unidos lo hicieron en 1994 y Omán pone tres bases aéreas al servicio de los aviones norteamericanos. Kuwait, liberado de la invasión iraquí en 1991 por las tropas estadounidenses, cuenta con dos bases aéreas y un batallón de fuerzas terrestres.
En los últimos meses, varios gobiernos del Golfo han iniciado tímidos pasos hacia una apertura política, un proceso necesario para los mejores aliados de Washington, que, con la excepción de Kuwait y Bahrain, figuran en la misma categoría de ‘países no libres’ que Irán, según la lista de Freedom House, una organización norteamericana cercana al Gobierno. Hasta hoy, ninguno de los Estados del Golfo permite fundar partidos, aunque las ‘asociaciones políticas’ de Bahrain funcionan como tales desde 2001.
Poco más de un lavado de imagen es el proceso electoral de los Emiratos, que la semana pasada permitió a 6.689 personas —seleccionadas entre los más de 300.000 ciudadanos mayores de 18 años del país— elegir a 20 de los 40 integrantes del Consejo Nacional Federal, un cuerpo cuyas competencias se limitan a debatir las leyes propuestas por el Gobierno.
No hay partidos políticos en ningún país del GolfoMás significativa puede ser la apertura que se gestiona en Kuwait desde la muerte del emir Yaber Ahmed Sabah en enero pasado. Desde entonces, el Parlamento se ha opuesto públicamente a una reforma electoral del Gobierno y en marzo votó unas leyes que amplían considerablemente la libertad de prensa... aunque aún castigan con la cárcel a los periodistas culpables de ‘ofensas religiosas’ o ‘críticas al emir’. En mayo, el Tribunal Constitucional anuló un decreto de 1979 que restringía las reuniones públicas. Por limitados que sean, estos movimientos se interpretan como un cambio significativo en el ambiente de los autocráticos regímenes del Golfo.
Ana Echagüe recuerda que, ya en 1993, el Pentágono tuvo que mover el centro de operaciones militares de Arabia Saudí a Qatar debido a las presiones de los sectores islamistas. Aunque Riad sigue siendo un aliado fiel, los pequeños Estados del Golfo tienen una vida social y comercial mucho más atractiva y gran parte de su población —dos tercios en Qatar y los Emiratos, la mitad en Kuwait— se compone de inmigrantes, sobre todo asiáticos, sin apenas derechos y sin organización política.
Bomba saudí
Además, las bases del Golfo permiten un control más cercano de las aguas por las que transitan cada día 18 millones de barriles de crudo en el vientre de los petroleros: el 40% de la cantidad con la que el mundo comercia a diario. Un tráfico delicado y absolutamente imprescindible para el funcionamiento del planeta, que puede ser interrumpido con un sólo golpe militar tanto por las fuerzas armadas de Irán como por las de Estados Unidos. Uno de los motivos por los que el Instituto de Washington para las Políticas de Oriente Próximo cree improbable y desaconsejable cualquier ataque a Irán. Al menos no antes de que Arabia Saudí construya oleoductos que permitan exportar el crudo del Golfo a través del Mar Rojo.
Ludwig de Braeckeleer, experto belga en física nuclear y actualmente profesor en Bogotá, no está tan seguro de que la solución pase por Arabia Saudí: según el analista, Riad lleva tiempo aspirando a la posesión de armas nucleares por su cuenta, algo que explicaría una larga serie de contactos entre los príncipes saudíes y los dirigentes de Pakistán, que ya disponen de la bomba.
La apuesta conjunta de los países del Golfo por la energía atómica llega en un momento en el que Washington firma un tratado de desarrollo nuclear y venta de material fisible —“para fines pacíficos”, desde luego— con India, un país que, a diferencia de Irán, no se ha adherido al Tratado de No Proliferación y posee armas atómicas. La guerra probablemente no llegue, pero Teherán pronto se puede ver rodeada por potencias nucleares en todos los flancos.