Francia gira hacia Estados Unidos
“Sarkozy es un neoconservador americano con pasaporte francés”. Lo dijo Éric Besson, entonces un alto cargo del Partido Socialista francés, en enero, tres meses antes de cambiar de bando. Sarkozy nunca ha escondido su simpatía por la tradición norteamericana de valorar el esfuerzo individual y reducir las ayudas estatales. Pero sus adversarios le reprochan, además, su alineamiento con la política exterior de Washington.
La alarma saltó en septiembre pasado, cuando el entonces ministro de Interior se fotografió con George W. Bush en la Casa Blanca tras declarar que “nunca se debe poner en aprietos a un aliado” y abogar por un “diálogo sin arrogancia”, una frase que toda Francia interpretó como una bofetada al primer ministro, Dominique de Villepin, quien se había pronunciado contra la guerra de Iraq en un emotivo discurso ante Naciones Unidas, en 2003.
Jacques Chirac calificó de “lamentables” las frases de su antiguo protegido y el socialista Laurent Fabius denunció que el programa de su adversario era “ser el futuro caniche del presidente estadounidense”, utilizando un símil acuñado para Tony Blair. Era el flanco vulnerable de Sarkozy: el orgullo de ser una nación en igualdad de condiciones que la mayor potencia mundial une a los franceses de todo el espectro político.
Tal vez por eso, el discurso del 6 de mayo marcó distancias: Sarkozy aseguró a “los amigos americanos” que “Francia siempre estará a su lado cuando la necesiten. Pero quiero decir también que la amistad es aceptar que los amigos puedan pensar de manera diferente...” Los aplausos interrumpieron la frase, que señalaba en qué consistía esta diferencia: “Y que Estados Unidos tiene el deber de no obstaculizar la lucha contra el cambio climático”. En política exterior, nada que objetar.
Contra Irán
¿Terminó la época en la que Francia, con su derecho de veto en la ONU, encabezaba la oposición del mundo a las guerras de Bush? Todo indica que sí. Sarkozy callaba durante la invasión de Iraq y aunque defiende “el derecho de Israel a defenderse”, mantuvo cierta ambigüedad durante la guerra de Líbano. En su discurso presidencial marcó la zona en la que piensa ejercer el liderazgo: “El Mediterráneo es donde todo se juega; debemos superar los odios y construir juntos una Unión Mediterránea, un tratado entre Europa y África”, aseguró en la mejor tradición francesa de cercanía al Magreb y al mundo árabe. Queda por ver cómo combinará esta iniciativa con su rechazo a la entrada de Turquía —importante miembro de la OTAN— en la Unión Europea.
Un asesor de Sarkozy compara a Ahmadineyad con Hitler
Hay un hombre en su equipo que habla más claro: Pierre Lellouche, diputado en las filas de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) y delegado de su partido para cuestiones militares. Es uno de los asesores más cercanos a Sarkozy, a quien acompañó no sólo a Washington, sino también en múltiples actos de su campaña. Lellouche, de 56 años, presidió de 2004 a 2006 la Asamblea Parlamentaria de la OTAN, que reúne a legisladores de los miembros de la Alianza Atlántica. Se esforzó “por restaurar las relaciones transatlánticas, puestas a prueba por el conflicto de Iraq”, según un documento de la entidad. Además, Lellouche es vicepresidente de Atlantic Partnership, una iniciativa a favor de una alianza más estrecha entre Estados Unidos y Europa, que acoge también a los ex secretarios de Estado norteamericanos Henry Kissinger y Colin Powell, el ex primer ministro británico John Major o el ex ministro de Defensa español Eduardo Serra.
En un ensayo publicado en enero de 2006, Lellouche asegura que es “urgente responder al desafío iraní” y compara al presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, con Adolf Hitler, “con una diferencia: Hitler fracasó en lo que Ahmadineyad está a punto de conseguir: fabricar la bomba atómica”. “Debemos responder sin debilidad a este desafío”, continúa el diputado, para quien la guerra de Iraq “se habría podido justificar por la necesidad de apartar del poder a un dictador sanguinario, sin debatir sobre las armas de destrucción masiva”.
Poco antes de la invasión de Iraq, Lellouche había pedido a Chirac y Bush ponerle un ultimátum de dos semanas a Sadam Husein y, si éste no presentaba pruebas de la destrucción de sus arsenales, “recuperar nuestra solidaridad en una acción militar común”.
Éste es el hombre que, según especula la prensa francesa, podría convertirse en los próximos días en ministro de Exteriores o de Defensa de Nicolas Sarkozy, aunque en realidad nadie conoce el futuro reparto de las 15 carteras a las que el nuevo presidente ha prometido limitar su gabinete.
Red diplomática
Sólo el nombre del primer ministro se da por seguro: François Fillon, ex ministro de Educación, de 53 años, un aliado de primera hora de Sarkozy. Otro nombre que suena mucho es el de Michèle Alliot-Marie, actual ministra de Defensa, que abandonó sus aspiraciones a la presidencia para aliarse con Sarkozy. Dado que el presidente puede remodelar el gabinete a su juicio, es posible que el primer reparto de las carteras responda a deudas contraídas y no refleje aún el ‘dream team’ de Sarkozy.
La alianza entre Bush y Sarkozy puede reducir las tensiones en África
Frédéric Charillon, investigador del centro parisino CERSA, recuerda que la red diplomática francesa, con 156 embajadas, es la segunda mayor del mundo pero que habría que “transformar la presencia en influencia” y en “ganancias políticas” que reafirmen el alicaído liderazgo francés en el mundo. “¿Para qué ha servido tener razón?”, se pregunta el investigador, en referencia a la oposición de Francia a la guerra de Iraq.Una cosa parece segura: si Sarkozy empieza a tirar de la misma cuerda que Bush, las fricciones por la cuota de influencia en África —actual campo de batalla favorito entre París y Washington— se abandonarán a favor de una trinchera común frente a Moscú y, sobre todo, Pekín, que también intenta acceder a los recursos naturales africanos.
Philippe Coste, corresponsal del diario francés L’Express en Nueva York, asegura que el equipo de Bush considera a Sarkozy “el único líder internacional capaz de sacarle las castañas del fuego” al presidente norteamericano, enfangado en Iraq. Otros señalan que el salvador llega tarde: hoy, los propios compañeros de partido de Bush que quieren sucederle están abandonando las posturas que los asesores de Sarkozy defienden en aras de la alianza transatlántica.
“Alemania es un problema, Francia es un problema. Es la vieja Europa”. Esta frase del entonces secretario de Estado Donald Rumsfeld, en 2003, dejó heridas entre quienes admiraban la oposición de Jacques Chirac y Gerhard Schröder a la invasión de Iraq. Pero hubo quien aplaudió: “Schröder no habla en nombre de todos los alemanes”, proclamó Angela Merkel, entonces aún simple jefa del partido CDU. Añadió que “la estrecha alianza y amistad con Estados Unidos es tan fundamental para Alemania como la integración europea”. Cuatro años más tarde, las tornas han cambiado.
Si España e Italia, entonces parte de la ‘coalición de los voluntariosos’, son hoy reacias ante otras aventuras bélicas, la canciller Merkel se ha convertido en la mejor aliada de Bush en Europa. O casi, porque tiene dos defectos: está atada de manos por su socio de coalición, la SPD, y necesitará tiempo para perfilar una posición militar fuerte: es enorme el rechazo de la población alemana —considerada culpable de dos guerras mundiales— a sentirse una vez más un país agresor.
El eje Washington-París-Berlín se prolongará pronto hacia los países del este europeo —Polonia, Chequia, Hungría...— que en 2003 firmaron una carta de apoyo a Estados Unidos, lo que les valió el distanciamiento de la ‘vieja Europa’ y el apoyo de Bush. Esta división, ya atenuada con Merkel, será superada del todo con Sarkozy, convertido en maquinista de la Unión Europea y de una OTAN más amoldada a los planes estadounidenses. Por lo pronto, disminuirán las críticas europeas a la prevista instalación del escudo de misiles norteamericano en Polonia y Chequia.
También ganará Tel Aviv. “Lo repito: Francia será intransigente cuando se trate de la seguridad de Israel”, aseguró el candidato Sarkozy a una audiencia de judíos franceses, invitado por su asesor y amigo Pierre Lellouche, de familia judía tunecina. El ex primer ministro israelí Benyamín Netanyahu calificó a Sarkozy como “amigo de Israel”; señal de que Tel Aviv, que no titubea en criticar a los Gobiernos europeos, espera cambios en la postura de París. Todo indica que Sarkozy no tardará en sacar a Francia de su letargo y plasmar su propia visión de la geopolítica. Aunque posiblemente se revele mucho más independiente de Washington de lo que hace sospechar la postura de Lellouche. Ya lo advierte el académico francés Jean d’Ormesson: “Puede que Sarkozy dure diez años. Abróchense los cinturones: habrá movida”