El laboratorio del cambio climático
El cambio climático no es una entelequia ni un invento de agoreros de la ciencia. El tiempo de las dudas ya ha pasado y ahora sabemos que la amenaza es real, sólida. Cada día se multiplican las señales que dan cuenta fiel de su paso arrollador por la Tierra.
Las aves, por su variedad, costumbres y movimientos, son un ejemplo privilegiado de estudio para detectar las alteraciones que causa el nuevo escenario, de ahí la necesidad de evaluar cómo encajan el impacto.
El pasado marzo, científicos de 25 países se dieron cita en Algeciras (Cádiz) en un congreso mundial organizado por la Fundación Migres y ahora, con las conclusiones de aquellos encuentros en la mano, queda claro que hay que actuar con urgencia para amortiguar el daño. Y más aún en las riberas del Mediterráneo, zona de paso obligado y el rincón del planeta con más biodiversidad en los cielos.
Como explica Miguel Ferrer, presidente de Migres (fundación privada radicada en Andalucía, entre Sevilla y Cádiz, dedicada a la observación y cuidado de las aves migratorias), más de 20.000 millones de aves están cambiando sus hábitos migratorios por el calentamiento de la Tierra, que sólo en la cuenca mediterránea ha sido de medio grado por año en las últimas tres décadas, según datos de Naciones Unidas, y que se prevé que se eleve entre seis y siete grados más al final del presente siglo.
Las especies que hasta hace apenas unos años recibían la catalogación de “nómadas” han pasado a ser "sedentarias" en un plazo inferior a 30 años, lo que supone la alteración más acelerada observada en la naturaleza del continente europeo en ese espacio de tiempo. "El cambio climático tiene, evidentemente, una influencia real, aunque en la calle se vea como un mal ajeno, propio del Amazonas o de los polos helados.
Queda claro que la implicación de las administraciones y la comunidad científica debe ser urgente para dar respuesta lo antes posible al mayor reto que afronta la humanidad", añade el también investigador de la Estación Biológica de Doñana, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC.
Como muestra de la “falta de compromiso”, un botón: el “descorazonador espectáculo” de la reciente Cumbre de Copenhague, en la que las conclusiones pecaron de voluntaristas y de excesivamente laxas.
Andalucía muestra ejemplos claros de lo que está ocurriendo en todo el sur de Europa y el norte de África: el águila calzada, la culebrera o la cigüeña blanca, aves que históricamente han emigrado al continente africano cruzando el Estrecho de Gibraltar, se quedan ahora a invernar en el sur de la Península Ibérica, porque la calidez de sus campos les hace innecesario volar más allá.
Por eso, el suroeste europeo, insiste Ferrer, debe ser una zona prioritaria de experimentación, toda vez que por la costa andaluza atraviesan cada año más de 30 millones de aves (50.000 de ellas rapaces), de casi 400 especies diferentes, lo que hace que "la comunidad, en una horquilla que se extiende por el este hasta Argelia, sea un termómetro excelente para medir los cambios".
El investigador estadounidense Keith Bildstein —doctor en zoología y miembro de la Unión Americana de Ornitología— abundó en el diagnóstico de su colega. “Las aves son los mejores indicadores del futuro, y en el Mediterráneo tenemos la oportunidad de observar, aprender y enderezar lo mal hecho”, afirma.
Migraciones más cortas
Según sus últimas investigaciones, las migraciones a larga distancia están disminuyendo "considerablemente", lo que está provocando que se ralentice la "máquina de producir especies" que en la práctica se mueve con los grandes viajes de las aves, que suponen un importante generador de biodiversidad. Si los pájaros se quedan en un mismo territorio, esa movilidad desaparece, claramente, y, con el tiempo, deriva en la pérdida o transformación (mejor, empobrecimiento) de especies.
El reto es doblemente grave, ya que los cambios se están produciendo a una "sorprendente velocidad", a juicio de Ian Newton, profesor de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y uno de los ornitólogos más prestigiosos del mundo. Eso obliga a establecer pautas de actuación "menos anquilosadas, mucho más dinámicas". "Hay especies —explica el profesor— que están resistiendo el cambio, más allá del trueque de hábitos, pero otras están siendo seriamente afectadas. Habrá que trasladar a los animales que no puedan adaptarse, porque de lo contrario, los perderemos", vaticina.
El especialista de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Pulido, también presente en el congreso de Algeciras junto a otros 200 especialistas, pone nombres a esas aves que lanzan los más encendidos mensajes de auxilio: el colirrojo o el papamoscas cerrojillo, aves de pequeño tamaño que están reaccionando "inadecuadamente" al cambio.El declive de estas especies alcanza hasta el 80% en determinados países de Centroeuropa.
Los especialistas añaden que se ha constatado cómo se multiplican y modifican las barreras en la senda de la migración de las aves, como si no supusiera ya suficiente esfuerzo su paseo de 10.000 kilómetros en busca de un clima más abrigado. En el caso de las aves del área de influencia mediterránea, se encuentran en su viaje al sur con que el desierto del Sahara se está ampliando año a año, cuando ya de por sí es una "barrera difícil de franquear", 1.700 kilómetros de arena en su tramo más estrecho.
Lo mismo ocurre en Libia o en Túnez, donde la desertificación se expande a un ritmo de cuatro metros por año. "Una tercera parte de los ejemplares jóvenes de las aves migratorias rapaces mueren en el trayecto por causa de las elevadas temperaturas, la falta de agua y de alimento y las tormentas de arena", añaden los especialistas. Los tornados en el Golfo de México, cada vez más frecuentes, forman la otra gran barrera en las migraciones entre el norte y el sur de América.