El régimen marroquí, huérfano de Ben Ali
En el reino de los jerifes reina una tranquilidad precaria desde el 14 de enero. Ese mismo viernes por la noche, numerosos marroquíes celebraron la caída del despotismo de Cartago en los bares de Casablanca o Rabat y, aunque las demostraciones de alegría fueron sinceras, se quedaron en eso. Y es que el majzén acecha.
El día anterior, decenas de activistas habían organizado una sentada de solidaridad popular delante de la embajada de Túnez. Fueron expulsados a golpes de porras por la policía de Mohammed VI. Tras el anuncio de la fuga de Ben Ali, estos mismos irreductibles volvieron, victoriosos, a la puerta de la embajada, recibidos esta vez por policías que parecían agradables.
Es evidente que la revolución tunecina molesta a Marruecos. Ninguna declaración oficial del gobierno, ningún partido político se ha atrevido a pronunciarse y Es evidente que la revolución tunecina molesta a Marruecos y la prensa marroquí ha preferido mirar para otro ladoexcepto escasas excepciones cercanas, la prensa marroquí ha preferido mirar para otro lado. En cuanto a los tres canales nacionales, han empezado sin perturbaciones sus noticias televisivas sobre las actividades del rey, como se hace desde que la televisión vio la luz bajo Hassan II.
¿Será la calma antes de la tormenta? El pánico disimulado de los oficiales marroquíes podría hacérnoslo creer, porque para el reinado jerife, el régimen de Ben Ali se consideraba todo un modelo. En su entronización en julio de 1999, Mohammed VI, joven monarca falto de seguridad, preocupado por ofrecer garantías de un cambio político, había hablado del “nuevo concepto de autoridad” para romper con las prácticas policiales del régimen de su padre.
Pero los atentados islamistas del 16 de mayo de 2003 en Casablanca marcaron un giro en la política marroquí. El rey había anunciado en un célebre discurso “el final de la era del laxismo”. Desde entonces, el régimen marroquí no ha cejado en su rumbo resueltamente ‘benalista’.
Como en Túnez, el modelo marroquí ha apostado por un desarrollo económico rápido para camuflar su vuelta de tuerca de seguridad. Se cierran periódicos y asociaciones, pero no importa mucho, porque las grandes superficies y las marcas internacionales abren sus puertas. Como en Túnez, el rey y su entorno sacan la parte de león en este desarrollo económico falso, más movido por la codicia de una casta aferrada a los mandos que por un clima sano, propicio a los negocios.
De hecho, la incomodidad del régimen marroquí ante el desmoronamiento del aliado tunecino se explica también por sus sospechosos vínculos económicos. La banca marroquí Attijariwafabank, controlada por el holding real ONA/SIN, había incluso comprado la Banque du Sud, banca privada tunecina presidida por Sakhr El Materi, yerno controvertido de Ben Ali.
De esta manera, no solamente Ben Ali se encuentra asociado a Mohammed VI en persona, Francia anunció la congelación de todas las transacciones bancarias de los Ben Ali pero Marruecos no hizo nadasino que hace apenas algunos meses, fue recibido con gran pompa en Marruecos donde su sociedad de venta de coches será la primera sociedad extranjera en entrar en bolsa en Casablanca, lo que le permite recaudar capital en el reino jerife. Si Francia anunció la congelación de todas las transacciones bancarias de los Ben Ali, Marruecos, por su parte, no ha hecho nada.
Al igual que en Túnez, algo huele a podrido en el reino de Mohammed VI. Mucho antes de Mohamed Bouazizi, diplomados marroquíes desempleados se inmolaron prendiéndose fuego pero ante la indiferencia general. Desde que Mohammed VI subió al trono, varios motines han estallado en Sefrou, Sidi Ifni, Al Hoceima, y más recientemente en El Aaiún, y todas han sido reprimidos con violencia.
¿Por qué esto nunca ha desembocado en una revolución? Porque Mohammed VI negoció su transición solo gracias a la creación de válvulas de libertad. Éstas, lejos de llevar a Marruecos por el camino de la democracia, se han ido estrechando a medida de que el monarca se fue sintiendo más seguro. Al día de hoy, el rey ha mermado el espacio de la prensa, la oposición, la sociedad civil y las libertades individuales. Reducidas a su mínima expresión, estas válvulas amenazan con hacer explotar la tapadera del régimen, como en Túnez.
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