La chispa tunecina enciende una mecha en Egipto
Una cadena de suicidios a lo bonzo en países árabes, con un muerto en Alejandría, muestra el descontento de una población que exige cambios.
Un proverbio egipcio reza: “Me puedes morder el corazón, pero no el pan”. Una máxima que define a la perfección el sentir del pueblo árabe y que han tenido muy presente durante décadas los dictadores que rigen sus 22 Estados.
No tenerla en consideración ha llevado al presidente tunecino Ben Ali a tener que tomar un avión y exiliarse en Arabia Saudí. Y son muchos los que auguran negras expectativas para el resto de sátrapas de la región, con el líder egipcio, Hosni Mubarak, el primero de la lista.
La chispa que encendió la revuelta en Túnez, la inmolación del vendedor ambulante Mohamed Boazizi, de 26 años, ha prendido una mecha en el resto de países de la región. Una ola de suicidios a lo bonzo, reflejo de aquel acto, ha recorrido África de Argelia a Egipto pasando por Mauritania.
Un licenciado egipcio de 25 años moría el martes tras inmolarse después de cuatro años sin empleo. La creciente carestía y los exiguos sueldos además de la alta tasa de paro, sobre todo entre los jóvenes, son el denominador común de estos estados con gobernantes a perpetuidad (respaldados por Occidente), que han visto rodar la primera cabeza.
El Ejecutivo egipcio ha preferido ponerse las anteojeras y descarta que la crisis de Túnez vaya a afectarles. “Todo país tiene sus circunstancias y particularidades, por lo que es muy difícil comparar”, subrayó el pasado martes el portavoz de Exteriores, Hosam Zaki. Además, ha querido restar importancia a las seis inmolaciones de esta semana, subrayando que las reclamaciones de los suicidas (una hija desaparecida, retrasos en el pago de la pensión, el cierre de un restaurante o la desesperanza por no encontrar empleo), eran particulares y que todos padecían enfermedades mentales. Los analistas sin embargo, ven estas acciones como una muestra de repulsa al Gobierno que, por si acaso, ha congelado las subidas de la energía al considerar que un aumento de precios no sería aceptado en este momento.
El país del Nilo está acostumbrado a reaccionar de forma espontánea ante las crisis y las inmolaciones frente al Parlamento son un síntoma de que algo se mueve bajo los pies del faraón. El bloguero egipcio Hossam el-Hamalawy advierte de que hay pocas cosas que diferencien al pueblo tunecino del egipcio, a pesar de las distancias que han querido marcar algunos analistas vinculados al Estado.
“Intentan buscar diferencias, pero no las hay. Tal vez las herramientas de represión sean distintas, pero la represión es la misma. La única cosa que de verdad nos separa es que en Túnez han tenido la suerte de haber podido mantener una unión de trabajadores fuerte e independiente que puede organizar y dirigir las protestas”, explica. “En Egipto hace tiempo que no existen y las que hay, están dominadas por el Gobierno”.
El-Hamalawy destaca que “el lugar elegido por los suicidas es muy simbólico. Son actos de ciudadanos normales dirigidos al Gobierno”. “No se trata de una película, ni de una telenovela. Son gente de verdad que ha perdido toda confianza y cualquier esperanza. No encuentran alternativas”. “Las revueltas no las hacen activistas sino ciudadanos”, explica El-Hamalawy. “No debemos olvidar la revolución de los hambrientos, en 1977”, subraya, “ni la crisis del pan de 2008”.
Precios triplicados
Motivos sobran. En el último año el pueblo egipcio ha visto duplicarse y hasta triplicarse el precio de los alimentos básicos. Además, acabó 2010 con unos comicios parlamentarios flagrantemente amañados, donde el gobernante Partido Nacional Democrático barrió al resto de grupos del Parlamento. Los Hermanos Musulmanes, hasta entonces la principal fuerza opositora con un quinto de los escaños, no lograron ni un asiento. Un mes antes, más de un millar de sus militantes fueron detenidos. Desmanes con el fantasma del islamismo como excusa.
El susurro de protesta occidental no debió llegar a los oídos de Mubarak. El rais daba carpetazo a la leve sensación de libertad que habían vivido los egipcios el último lustro, con los ojos puestos en las presidenciales de este año. Unas elecciones a las que podría presentarse con 83 años por enésima vez sino lega el poder a su vástago Gamal.
Vetadas las vías democráticas a los egipcios se les han agotado los métodos para exigir cambios. Mohamed ElBaradei, ex director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica y disidente egipcio, afirmaba en declaraciones al diario británico The Guardian que aún confía en que la revolución se haga de “forma ordenada” y no al “estilo tunecino”. Una postura que muchos activistas critican al sentir que pierde una oportunidad de derrocar al régimen, al no animar a unirse a las protestas masivas que se están convocando para la próxima semana.
El diplomático ha exhortado estos días al Gobierno egipcio a través de su cuenta en Twitter a acometer reformas democráticas. Además aseguraba que apoya “plenamente” el llamamiento a manifestaciones pacíficas contra la represión y la corrupción. “Cuando nuestras peticiones de cambio caen en saco roto, ¿qué opciones quedan?” se preguntaba el laureado con un premio nobel de la Paz.
Esta sería la única respuesta a las “ansias de cambio” que, según el diplomático, tiene el pueblo egipcio que está “reclamando desesperadamente cambios sociales y económicos”. En su opinión, si el Gobierno no hace mejoras drásticas el país podría ver una “explosión parecida a la Túnez”.
Los Hermanos Musulmanes de Egipto también han querido hacer llegar su mensaje. En un comunicado difundido en su web, los islamistas advirtieron al Gobierno que la paz no durará mucho si no se acometen una serie de reformas urgentes. La hermandad fijo en cinco puntos principales: En primer lugar la abolición del estado de emergencia en el que Egipto permanece desde el asesinato de Anwar Sadat en 1981.
Amparándose en ese estado de excepción, la policía reprime a los Hermanos Musulmanes, que aunque están ilegalizados como partido hasta ahora eran tolerados por el régimen y se les permitía presentarse como independientes. Su segunda reclamación es la disolución del nuevo Parlamento y la celebración de elecciones libres y justas.
Una tercera exige la enmienda de los artículos más controvertidos de la Constitución —el 76, 77 y 78— que están relacionados con el sistema electoral. Unas elecciones presidenciales en base a esas enmiendas fue su cuarta demanda, además de una última petición: desestimación del actual Gobierno, y la formación de uno nuevo que responda a las demandas del pueblo egipcio.
También tomó nota el secretario general de la Liga Árabe, Amr Mussa, que este lunes hacía hincapié en que “la democracia y el desarrollo deben ir de la mano”. No dijo en manos de quién queda esa responsabilidad, teniendo en cuenta el perfil de los gobernantes del mundo árabe.
Como reconocía el jefe de la diplomacia de Kuwait, Mohamad Sabá, hace unos días: “Los países se desintegran, los pueblos se sublevan (...) y los ciudadanos árabes se preguntan: ¿acaso los actuales regímenes pueden hacer frente a esos desafíos de forma eficaz?” La respuesta de esos mismos ciudadanos, en vista de los acontecimientos desatados en Túnez es clara: rotundamente no.
Leer más:
Egipto reprime a la oposición ante las elecciones Reportaje de Nuria Tesón [2010]
Revueltas del pan Columna de Iriarte [2011]