Con los perdedores de la revolución
No todos los egipcios ven la revolución con buenos ojos. Quienes viven del turismo ven menguar sus ingresos y los cristianos coptos temen que el fin de la era Mubarak pueda significar el ascenso del islamismo.
Ashraf y sus compañeros se aburren. Desde hace dos semanas no tienen nada que hacer. Pasan el día sentados en la calle bebiendo té y comentando con ansiedad las noticias que va dando un pequeño televisor, instalado sobre una banqueta, en la puerta de una tienda que vende papiros y otros souvenirs.
“Con este lío no vienen turistas. Esto es una catástrofe. Dentro de poco no tendremos dinero ni para alimentar a los animales. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuándo volverán los extranjeros?”, se queja este camellero que trabaja en la pirámide de Giza. Su pregunta resulta difícil de responder. Los cerca de 13 millones de turistas que visitan Egipto cada año se han evaporado y la mayoría de las reservas han sido canceladas.
La tarde cae sobre las tumbas faraónicas, en medio a un páramo desierto. El recinto ha estado todo el día cerrado con un enorme candado y Ashraf suspira recordando las colas interminables, los autobuses repletos y los turistas con pantalones cortos y la cartera llena de dólares o euros.
“En un día normal vienen miles, hoy han llegado menos de cien, gente que no tiene miedo y ama Egipto, como una pareja de Singapur que decidió quedarse a pesar de las revueltas porque era su sueño de toda la vida. Pero han tenido que ver las pirámides desde lejos porque están cerradas. Espero que pronto las vuelvan a abrir”.
El régimen de Mubarak ha encontrado un inesperado aliado en el sector turístico. La mayoría de quienes se ganan la vida con el huésped extranjero están más preocupados por la estabilidad y la imagen exterior del país que por conceptos ambiguos como democracia o libertad. Para ellos, la prioridad absoluta es que regrese la calma. Y no se trata de un porcentaje despreciable de la población, ni siquiera a escala electoral: una de cada ocho personas vive del turismo en Egipto; una industria que mueve cerca del once por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), unos 9.000 millones de dólares al año.
De hecho, entre los jinetes pro-Mubarak que entraron al asalto en la plaza Tahrir el 2 de febrero, muchos venían de las pirámides de Giza. Ashraf lo reconoce, pero jura que nadie les pagó para ello, como se rumorea. “Además nosotros no atacamos primero. Ellos nos tiraron piedras y nos defendimos. ¿Crees que somos tan tontos como para llevar nuestros caballos y camellos a luchar? ¡Vivimos de esos animales!”, sostiene.
Oriente Medio asusta
“En Egipto hace falta un Gobierno fuerte para que no haya crimen ni terrorismo. Si se va Mubarak y se desata el caos perderemos nuestros negocios”, asegura por su parte el propietario de un pequeño hotel frente a las playas de Sharm El Sheikh, en el Mar Rojo, donde la situación es mucho más tranquilos y un puñado de turistas han decidido permanecer.
Carlo De Sanctis, un guía turístico con experiencia en Egipto, cree que el país, y por extensión toda la región, podrían tardar mucho en recuperarse de esto. “La cobertura mediática ha sido impresionante en todo el mundo occidental y Oriente Medio es una zona que ya de por sí asusta mucho. Cuando los integristas mataron a casi 60 turistas en Luxor, en 1997, el país tardó años en recuperarse. Seguramente, otros países mediterráneos se beneficien de esto, por ejemplo Grecia, Italia, España y Croacia, destinos cercanos y parecidos, de cultura y sol”.
Los guías turísticos no son los únicos en lamentar la revuelta. A los pies de las colinas de Mukkatam, en una cantera abandonada,se encuentra la ‘Ciudad de la Basura’. En esta comunidad viven 45 mil personas, la mayoría criptianos coptos, que se dedican a recoger, tratar y reciclar la basura que se produce en El Cairo. Los 'zabalín', como se conoce en árabe a los recolectores de la basura, desempeñan una profesión reservada desde hace más de un siglo a esta minoría religiosa, que representa al 10 por ciento de los 77 millones de egipcios.
Su vida se desenvuelve en medio a una hedionda montaña de desperdicios, un trabajo considerado “sucio” para la mayoría musulmana, algo que aprovecharon las comunidades cristianas para quedarse con el monopolio de la explotación. A diferencia de otras zonas marginales en los suburbios de El Cairo, el barrio fue dotado de infraestructuras básicas, aunque está lejos de parecerse a un vecindario residencial: sus calles embarradas amontonan toneladas de desperdicios frente a las entradas de las casas, teterías, restaurantes y tiendecillas de alimentos. Las ratas y las moscas conviven con animales domésticos, cabras y burros, en un ambiente insalubre. El que el olor ponzoñoso se incrusta en la ropa y marca a sus habitantes, a quienes se señala con el dedo en toda la ciudad.
La Ciudad de las Basuras no se ha mantenido ajena a las revueltas populares contra el régimen de Mubarak. El 25 de enero, un grupo de vecinos salió a la carretera principal que conduce a la cantera para apoyar las protestas. Sin embargo, sus habitantes consideran que aquel acto de rebeldía fue espontáneo y son pocos los cristianos coptos, más bien una minoría, quienes secundan el cambio de régimen que se pide desde la plaza Tahrir. “Aquí hay gente que quiere que se vaya Mubarak, pero muchos otros prefieren que continúe en el poder”, explicó Hani, de 27 años, que trabaja en el reciclaje de la basura.
“Mubarak ha hecho cosas buenas y cosas buenas. No estoy seguro si otro lo hará mejor. Creo que las manifestaciones han sido positivas porque han cambiado a ministros corruptos por otros mejores y el gobierno ha decidido subir las pensiones y los salarios”, agregó este jóven, quien admite que le asustan los cambios y, sobre todo, el caos que se pueda generar en un proceso de transición.
Precariedad
La vida de Hani es muy diferente a la de los jóvenes con estudios universitarios que iniciaron las protestas, no sólo porque necesita trabajar todos los días para dar de comer a su mujer y a sus tres hijos, sino también por su religión.
Los zabalín ganan entre uno y tres euros al día. La precaria situación laboral de los cabezas de familia obliga a sus hijos a trabajar en el negocio desde corta edad, lo que les empuja al absentismo escolar. Además, resulta difícil para estas personas encontrar una forma diferente de vida. Muy pocos tienen la oportunidad de conseguir un trabajo, o ingresos extraordinarios al margen de las basuras.
La cría del cerdo era una práctica habitual entre los coptos, que no consideran impuro a este animal. Además, la venta de carne porcina es muy rentable, pues la consumen diez millones de egipcios y también se vende en los restaurantes de cocina internacional y en algunos hoteles turísticos. Sin embargo, el Gobierno ejecutó en 2009 a más de 300.000 cerdos para prevenir la gripe porcina en todo el país, y han desaparecido las piaras de la "Ciudad de la Basura".
“Eso nos ha afectado mucho, hemos perdido mucho dinero con ello, pero a pesar de todo creemos que Mubarak mantiene el orden. Se llevaron los cerdos pero el que venga después no sabemos que se puede llevar”, dijo Simon, un chatarrero de 43 años.
El fantasma de islamismo radical perturba a muchos cristianos, que temen que los Hermanos Musulmanes aprovechen el vacío de poder para ganar posiciones. Según expertos consultados, el Gobierno ha sabido sacarle partido a la cristianofobia y se ha ganado a las minorías religiosas. La máxima autoridad de los coptos, el papa Shenuda III, en un discurso televisivo del 31 de enero, agradeció a “Dios que nuestras iglesias hayan conseguido que ningún cristiano saliera a las manifestaciones", antes de mostrar su apoyo a Mubarak abiertamente.
Mido, otro vecino de la “Ciudad de la Basura”, de 22 años, asegura que el nuevo primer ministro Ahmad Shafik y vicepresidente Omar Sulaiman “son hombres buenos”. “Queremos que se vayan los manifestantes. No nos dejan trabajar y necesitamos comer”, se quejó Isa, de 45 años, uno de los encargados de ir, casa por casa, recogiendo las basuras de toda la capital. Desde hace dos semanas, debido al toque de queda y a la inseguridad desde que la policía desapareció de las calles de El Cairo, los recolectores de basura no van a trabajar, y no tienen ingresos. “Algunos ya están volviendo al trabajo. Teníamos miedo de salir de casa por si éramos atacados por agitadores que merodeaban por los alrededores” de la Mukattam, dijo Shirin, quien confía en que el vicepresidente Omar Sulaiman “pueda recuperar la estabilidad y el orden a la mayor brevedad”.
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