De ingenieros a mineros por necesidad
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En Dupnitsa todos los jóvenes quieren emigrar a Sofía o al extranjero. Adonde sea. Lo que les espera si se quedan es, con toda probabilidad, el desempleo o un trabajo como mineros. “Si tuviera hijos, me gustaría que fuesen a otro sitio: Varna, Burgas… No pueden realizarse aquí”, comenta Deni, una adolescente de 17 años cuyo sueño es trabajar en España en una agencia de viajes. “Mi madre no me pidió permiso para parirme aquí”, añade con amargura.
Las regiones de Kiustendil y Pernik, al sudoeste de Bulgaria, siempre fueron prósperas. Durante la época otomana, las condiciones geográficas las convirtieron en ricos centros ganaderos y en privilegiados nudos comerciales, en la ruta entre Belgrado, Tesalónica y la actual Estambul. Después, durante la era comunista, desarrollaron un importante sector fabril. “Dupnitsa, ciudad de la farmacia búlgara”, puede aún leerse en la entrada de esta localidad: la población fue desde los años cincuenta la capital de la industria farmacéutica del país. Además, había fábricas de radios, cementeras y plantas de extracción mineral.
Con la caída del comunismo, todo eso desapareció, produciendo un auténtico colapso social. Ahora, el paro alcanza el 15 % en Dupnitsa, y es superior en las vecinas Radomir y Pernik. Las opciones laborales no son mucho mejores. “De chavales, todavía pueden ser camareros para sacarse un dinero para sus cosas. Pero nadie les va a dar trabajo de eso con 25 años”, nos comenta Natasha, profesora del Instituto de Dupnitsa. De modo que muchos buscan empleo en el sector minero o zapatero.
Pero allí las cosas tampoco son fáciles: la política de privatización ha provocado en los últimos años el recorte de numerosos puestos de trabajo, por lo que el que tiene un empleo puede considerarse afortunado. “El que está en el paro sabe el precio”, comenta Natasha. Las nuevas empresas se aprovechan para imponer unas condiciones muy cercanas a las descritas por los escritores realistas decimonónicos.
Carne basuraEn las minas de Bobodol, la compañía del mismo nombre emplea a la mayoría de los hombres de la región, a los que paga un sueldo de entre 200 y 500 levas al mes (entre 100 y 250 euros). Los mineros trabajan cuatro días y libran uno, sin fines de semana ni festivos, excepto el 1 de enero. Además, los dueños poseen una empresa cárnica, Oranovo, que suministra el alimento, de bajísima calidad —los restos de lo que ya han aprovechado comercialmente—, que obligan a consumir a los trabajadores y cuyo coste les descuentan del sueldo. “Con el dinero que les quitan por esa basura de carne podríamos comprar alimentos de mucha mayor calidad”, explica N., la esposa de un minero.
Su marido era ingeniero de Telecomunicaciones y fabricaba radios para el ejército búlgaro del Pacto de Varsovia. Ahora, se ve obligado a bajar a la mina, por un salario tres veces inferior. N. se niega a permitir que su marido hable con La Clave, e incluso a dar su nombre completo para este reportaje. Esta precaución no es gratuita: hace cuatro meses, un minero fue brutalmente apaleado, presuntamente como represalia por haber hablado con un periodista de Sofía.
Los accidentes laborales son frecuentes. El pasado 5 de marzo, una explosión en esta misma mina provocó cuatro muertos y otros ocho heridos de gravedad. El motivo fue un escape de metano, sumado a la falta de medidas de seguridad: según la legislación búlgara, tiene que haber un ventilador por cada minero así como abundantes medidores del nivel de gas; ninguna de ambas medidas se cumplía. Hace un año, dos mujeres murieron en un incendio nocturno de una fábrica de zapatos, porque las mantenían encerradas en el recinto durante el turno de trabajo. Pocos son los que se atreven a criticar abiertamente esta situación.
Si el sueldo medio en Sofía es de unos 500 euros al mes, en el resto del país la cantidad cae hasta los 75 euros. En la región de Kiustendil, muchas personas no pueden hacer más de una o dos comidas al día. Lo normal es matar el hambre con una ‘banitsa’ —un pastel de hojaldre con queso muy barato, típico de Bulgaria— o una chocolatina. Ser internado en el hospital cuesta 7,5 euros al día, una fortuna en un país con un salario medio de 75 eurosTambién los niños son muy castigados por la mala nutrición. Las profesoras del instituto de Dupnitsa han podido observar en los últimos meses numerosos adolescentes aquejados de pulmonía y neumonía, debidos a un estado de debilidad general, así como varios casos de problemas cardíacos. A esto se une el deficiente sistema sanitario, en el que un internamiento en un hospital cuesta 15 levas diarias (7’5 euros, una verdadera fortuna para la mayoría de la gente), y que además sólo permite una permanencia máxima de 10 días en el centro hospitalario. Dupnitsa, una ciudad de 40.000 habitantes, no dispone de un solo cardiólogo: un especialista recibe visitas médicas los lunes y sábados, pero nada más.
Los 'sin cuello'
Ante este panorama, muchos jóvenes desempleados optan por convertirse en ‘mutra’ (‘sin cuello’, es decir, integrantes de las numerosas mafias que operan más o menos abiertamente en Bulgaria). Se dedican sobre todo al tráfico de vehículos, por lo que en la carretera entre Tesalónica y Sofía se ven abundantes concesionarios de coches de lujo de incierto origen.
“Eso es lo que el capitalismo ha traído a Bulgaria”, dice Natasha, “de ingeniero pasas a barrendero o te metes en el crimen organizado”. Por eso, la mayoría de sus vecinos son procomunistas. “Antes, al menos, teníamos para comer, y vacaciones dos veces al año”, indican. El Partido Socialista (el antiguo Partido Comunista reconvertido, actualmente en el poder) goza aquí de un enorme apoyo. Aun así, Natacha es optimista: “Aquí tenemos una forma de vida diferente, tranquila. Aunque emigren, los búlgaros, tarde o temprano, vuelven”.