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Un regalo de cumpleaños
Ayer fui al centro de salud para que me pusieran una vacuna. Era un día agradable, soleado pero no demasiado cálido. No tardé mucho más de una hora en ir a la clínica y volver, incluyendo el tiempo de espera. Durante este rato tuve las siguientes experiencias:
El taxista me contó que hace unos años vivía cerca de Asher Yadlin, el hombre en el centro del mayor escándalo de corrupción de los años setenta, que fue denunciado por mi revista, Haolam Hazeh. “¡Entonces estábamos tan sorprendidos!” exclamó, “no creíamos que algo así pudiera pasar. Y ¡mire lo que está pasando ahora!” Se refería al escándalo alrededor del inmenso proyecto de urbanización Holyland en Jerusalén Oeste, que afecta a un ex primer ministro, dos ex alcaldes y un nutrido grupo de magnates y altos cargos ― un escándalo de sobornos cien veces mayor que el negocio de Yadlin.
Mientras esperaba en la clínica, se me acercó un señor mayor (que resultó ser un año más joven que yo), un hombre delgado que llevaba una gorra de golfista y empezó a contarme la historia de su vida. “Luché en la rebelión del Gueto de Varsovia”, es como empezó. Yo busqué una ruta de escape, pero antes de que encontrase ninguna, su historia ya me había atrapado. "En los 70 no nos pudimos creer un caso de corrupción; hoy ocurren escándalos cien veces mayores"
Cuando la rebelión del gueto empezó en 1943, él vivía enfrente de la casa del legendario líder Antek Zuckerman, en la famosa calle Milla. Entonces tenía apenas 18 años. De alguna forma sobrevivió y acabó ―no entendí cómo― en la prisión central de Varsovia, donde los alemanes ejecutaban a gente de forma diaria. Dado que en esta fase ya no quedaban judios, las víctimas era polacos: sacerdotes y miembros de la intelectualidad.
En agosto de 1944 cuando se desencadenó la gran revuelta de Varsovia, los rebeldes lo liberaron. Había dos tipos: los derechistas ―el Ejército de la Patria―, que eran antisemitas, y los izquierdistas, que se componían de socialistas y comunistas. Yachek (como entonces se llamaba) fue liberado por los derechistas, pero lo trataron bien y le dieron un fusil y un brazalete rojiblanco.
Los polacos no colaboraron con los rusos, que ya estaban muy cerca (“Odiaban a los rusos más que a los alemanes”, comentó Yachek). Stalin mandó parar sus fuerzas y los rebeldes se tuvieron que rendir a los alemanes tras 63 días de lucha. Yachek y otro chico judío encontraron un búnker en el gueto destruido donde se escondieron bajo tierra durante diez meses, hasta la llegada del Ejército Rojo.
Todo eso me lo contó mientras estábamos de pie, con las caras separadas por pocos centímetros, con sus ojos, de azul claro, traicionando la frustración por tener que contar su historia de esta manera, cuando docenas de horas no habrían bastado. Me alegré de oír que alguien está escribiendo un libro sobre él.
En medio, un hombre de unos 60 años se nos acercó y me contó que me había votado dos veces. “No es que estuviera de acuerdo con tus ideas”, me confesó “pero quería tener a gente inteligente en la Knesset”. Tengo que admitir que este motivo era algo nuevo para mí.
Antes de irme a casa entré en una tienda cercana. Allí me encontré con una mujer a la que había conocido unos 40 años antes, cuando su marido había sido el gerente del Chamber Quartet, tal vez el grupo satírico más destacado en la historia de Israel. Su cuñado, Yehiel Kadishai, había sido el leal secretario de Menachem Begin. Era famoso por su total devoción por su líder, sin ningún interés personal. Comparamos brevemente la Israel de entonces a la de hoy. Memorias del Holocausto, nostalgia por un Israel más inocente... y ni una sola palabra sobre la paz
El taxista que me llevó de vuelta a casa me contó que recientemente se había mudado aquí, viniendo de Las Vegas. Había ido a Estados Unidos siguiendo a su mujer, que había trabajado para Binyamin Netanyahu cuando éste ocupaba el cargo de embajador de Israel ante Naciones Unidas. Tras vivir unos cuantos años felices en la capital del juego, la empresa para la que trabajaba despidió de golpe a 17.000 empleados. Se quedó siete meses sin trabajo. Cuando volvió a Israel por una boda familiar, vio que la economía israelí estaba floreciente y decidió quedarse por el momento. Sobre su taxi ondeaba una bandera israelí y él parecía muy satisfecho.
Esta es una muestra aleatoria de los israelíes en vísperas del Día de la Independencia 2010. Memorias del Holocausto, nostalgia por un Israel más inocente, rabia por la corrupción, satisfacción por la economía israelí que florece en un momento en el que todo el mundo sigue hundido en una crisis económica. Ni una sola palabra sobre la paz. Ni una sola palabra sobre la ocupación.
Si hubiera preguntado a esta gente qué piensan sobre este asunto, probablemente habría recibido la misma respuesta de todos: La paz es algo maravilloso. Queremos paz. A cambio de la paz estamos dispuestos a renunciar a los territorios ocupados, incluso Jerusalén Este, y al diablo los asentamientos. Pero ¿y? No tenemos con quién negociar. Los árabes no quieren la paz. Por eso no habrá paz ― ni mañana, ni en diez años, ni en cincuenta. No hay nada que hacer. Es lo que hay.
Si hubiera pasado la misma hora en compañía similar en Ramalá, las respuestas que hubiera recibido probablemente no habrían sido muy diferentes. Memorias amargas de la Nakba, rabia sobre la corrupción en las altas esferas, tal vez incluso algo de satisfacción sobre la mejora de la situación económica en Cisjordania. Y una total falta de fe en la paz. Habrían dicho con certeza: “Los israelíes no quieren la paz. Nada que hacer. Es lo que hay”.
Si Barack Obama y sus asistentes intentan iniciar un esfuerzo serio a favor de la paz, como ahora parece, lo más importante que tienen que tener en cuenta es esto: antes de ocuparse de los duros problemas de hacer la paz tienen que superar la profunda falta de confianza en ambos bandos. En ambos lados están completamente convencidos de que el otro bando no quiere la paz En ambos lados están completamente convencidos de que el otro bando no quiere la paz y lo demostrará con docenas de pruebas de la vida real.
Esta falta de confianza es el resultado de 120 años de conflicto, una cadena interminable de violencia, guerras y crisis, de las que cada bando culpa al otro. Los palestinos consideran a los israelíes como ladrones de terrenos; los israelíes ven a los árabes como caníbales con cuchillos entre los dientes.
Esta falta de fe también es algo confortable. Cuando no hay posibilidades, no hay necesidad de hacer nada. No hay necesidad de levantarse, actuar, manifestarse, cambiar. De todas formas no hay nada que hacer. Es lo que hay.
Hace algunos días, dos personajes estadounidenses publicaron un documento importante.
Zbigniew Brzezinski era el consejero de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter. Se le consideraba un halcón, pero sobre todo un realista. Jugó un papel importante al acercar China a Estados Unidos, armó a los muyahidín en Afganistán contra el invasor soviético y era uno de los anfitriones de la conferencia de Camp David en 1978, que puso los cimientos para la paz entre Egipto e Israel. Allí jugó al ajedrez con Begin (no sé si hablaban polaco entre ellos). Algunos años más tarde pidió públicamente al presidente George W. Bush que cambiara la política norteamericana en Oriente Medio y, entre otras cosas, renunciara a la actitud negativa respecto a Hamás.
Stephen Solarz era diputado. Neoyorquino judío, se especializó en asuntos de política exterior y jugó un papel en las relaciones entre Estados Unidos, Corea del Norte y Filipinas. Hace muchos años tuve una conversación con él y me impresionó su implicación emocional en la paz israelí-palestina.
Cuando dos personajes así publican juntos un manifiesto, atraen la atención pública en Estados Unidos. Pero el contenido del documento no es menos importante que la identidad de sus autores.Obama debe dar un discurso en la Knesset israelí y otro en Ramalá para exponer un plan de paz detallado
Los dos ponen en la mesa una propuesta práctica y detallada, que incluye los siguientes pasos:
- El presidente Obama vendrá a Jerusalén y se dirige al público israelí directamente desde la tribuna de la Knesset.
- Hace lo mismo en Ramalá y se dirige al público palestino.
- Da un discurso en la Ciudad Antigua de Jerusalén y se dirige a todos los pueblos de Oriente Medio.
Obama explicará a toda esta audiencia un plan de paz norteamericano.
Yo creo que ésta es una excelente idea (y no sólo porque el presidente egipcio Anwar Sadat también dio el primer paso de esta manera, con gran éxito, y no sólo porque sugerí hace unos meses que Obama diera un discurso en la Knesset). Es un plan razonable, práctico y realizable.
Durante muchos años yo creía que no hay nada que pueda reemplazar un diálogo directo, cara a cara, sin terceros. La paz es un marco para la vida de dos pueblos y los propios mecanismos por las que se hace la paz pueden contribuir mucho a la reconciliación. Lo que es más: cuando hay un mediador, ambos bandos le hablan a éste y no a su adversario, y al mismo tiempo radicalizan sus posturas, para tener margen a la hora de ofrecer un compromiso.
La experiencia de Oslo demostró este punto. El acuerdo se alcanzó a espaldas de América y el mundo entero en una negociación directa, sin intermediarios. Noruega sólo hizo el papel del anfitrión discreto. La Historia juntó a dos líderes valientes ―Yassir Arafat y Yitzhak Rabin― que podrían haber sido capaces de proseguir de ese punto hacia una paz verdadera.
Pero falló. Cuando un lado es inmensamente más fuerte que el otro, el más fuerte está tentado de imponer su voluntad. Rabin fue asesinado en público y Arafat murió en circunstancias que dejan poco espacio a la duda respecto a que él, también, fue asesinado. El gran experimento se fue a pique y dejó una situación peor que la de antes. En una situación así, la implicación de un tercer bando ―Estados Unidos― es necesaria. Cuando un lado es inmensamente más fuerte que el otro está tentado de imponer su voluntad
La gente habla de una “paz impuesta”. Pero ésta no es la expresión correcta. No se puede imponer la paz impuesta a gente que no la quiere. En el mejor de los casos, eso llevaría a que se firmara un pedazo de papel que nunca se llevaría a la práctica.
La tarea de Estados Unidos no es imponer pero sí convencer... y no utilizo esta palabra de forma cínica.
Convencer significa: llevar la opinión pública israelí y palestina a la convicción de que la paz es posible, que el otro bando también lo necesita, que alguien vigilará que las condiciones se cumplan, que alguien garantice su seguridad a corto y largo plazo. Y el punto central: que ambas partes tienen algo que ganar.
En Israel, Obama tendrá que tener en cuenta los temores reales de un pueblo atormentado por el Holocausto, plantar de nuevo las semillas de la esperanza, crear la fe en que hay un lugar para Israel en la familia de las naciones de Oriente Medio y reforzar la convicción de que Estados Unidos no abandonará Israel en alguna crisis futura, pero también tendrá que advertir contra los severos peligros a los que se enfrenta Israel si la solución de los dos estados no se lleva a la práctica muy pronto.
En Palestina tendrá que tener en cuenta los temores de un pueblo herido por la Naqba y dañado por la ocupación, prometer que la esperanza palestina de llegar a la independencia se cumplirá en el espacio de dos años y garantizar que Estados Unidos no permitirá una limpieza étnica, pero tendrá que señalar también los peligros existenciales que los amenazan si el Estados de Palestina no se materializa pronto al lado de Israel. También tiene que levantar el veto que Estados Unidos ha puesto a la reconciliación de Fatah y Hamás.
Obama tiene que exponer a ambos pueblos un plan de paz justo, equilibrado y realista, que incluya hasta los detalles más nimios y con una agenda razonable pero fija, un plan que permita decir a ambos bandos que han triunfado.
Obama es un hombre con muchos talentos, pero sobre todo tiene la capacidad de convencer. Es capaz de tocar las emociones más profundas de la gente, de los pueblos. Espero que use este talento por el bien de los dos pueblos que llevan tanto tiempo sufriendo en este torturado país.
No me podría imaginar un regalo de cumpleaños más bonito en el 62º aniversario del Estado de Israel.