Trabajar es una obligación... y un derecho. Eso sí, para gran parte de las mujeres en las sociedades mediterráneas es un derecho adquirido tras largas luchas, al menos si se define el trabajo como una actividad pagada. Porque la inmensa mayoría de las mujeres por supuesto nunca ha dejado de trabajar en las tareas diarias del hogar. En las sociedades urbanas, este trabajo a menudo estaba limitado al ámbito del hogar y, normalmente, las salidas al mercado. En las campesinas, siempre ha incluido multitud de faenas del campo.
Es en la ciudad, pues, donde la conquista del derecho al trabajo ha supuesto un mayor cambio en la vida de las mujeres, que así adquieren no sólo independencia económica, sino también libertad de movimiento y un ámbito social distinto.
Pese a que casi todos los países ya garantizan en su Constitución el derecho al trabajo de todos los ciudadanos, hombres como mujeres, sólo en algunos la fuerza laboral ya está equilibrada entre ambos sexos. Normalmente, el porcentaje de hombres es superior al de mujeres.
Pero la mayor diferencia no estriba en el número sino en el tipo de trabajo al que acceden las mujeres: suelen ser los de menor responsabilidad y menor salario, exceptuando algunos oficios tradicionalmente considerados "femeninos": profesora, médico... En países como España, Francia o Italia, esta diferencia se va reduciendo rápidamente, en Marruecos, Egipto o Siria es aún enorme, aunque también en estos países se encuentran mujeres en todas las profesiones.
Irán es uno de los pocos países que —desde la revolución islámica de 1979— limita por ley el acceso de mujeres a determinados puestos, como el de juez. En otros países islámicos, el porcentaje de mujeres en cargos de juez, ministra, catedrática o similares es pequeño, pero no inexistente.
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