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Las órdenes o cofradías sufíes, presentes en todos los países musulmanes, no constituyen una rama concreta del islam; más bien se trata de todo un abanico de corrientes que tienen en común un sólo punto: la interpretación mística de la fe. No se trata de movimientos políticos sino espirituales.
Un denominador común de estas cofradías es su carácter individualista: convertirse en sufí es una decisión personal que se toma con la intención de estar más cerca de Dios, no para transformar la sociedad. La meta última es la unión con Dios a través de una experiencia mística.
Los caminos son extremamente diversos. Es muy importante la lectura de textos filosóficos y místicos árabes, frecuentemente de los siglos XII y XIII, los mismos que inspiraron a Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. La meditación y la vida en gran humildad; a veces —pero no siempre— la renuncia a la familia y las posesiones materiales son una de las bases del sufismo; otro elemento frecuente es la danza rítmica (el dhikr) durante la que se repite sin cesar el nombre de Dios hasta caer en trance. Los grupos bektashi de Turquía, conocidos también como derviches giróvagos, han popularizado una forma giratoria de este baile, pero existen numerosas danzas de dhikr de otros ritmos y movimientos.
Otro elemento común a prácticamente todos los sufíes es la importancia de la figura del maestro. Todo orden debe derivarse de un importante filósofo místico a través de una cadena ininterrumpida de discípulos que hayan transmitido su sabiduría. En algunos casos se supone la existencia de ciertas enseñanzas secretas que sólo conocerá el alumno elegido para dirigir la orden tras la muerte del jeque. La relación espiritual y emocional entre maestro y discípulo es una de las bases del aprendizaje.
Aunque la mayoría de los sufíes son hombres, las mujeres son bienvenidas como discípulas; algunas llegan incluso a dirigir una cofradía (integrada por hombres) y hay algunas filósofas muy respetadas. En grupos como los 'aisawa marroquíes, hombres y mujeres se mezclan durante las fiestas y bailan juntos.
Magia y drogas
Algunos sufíes, como los heddawi marroquíes, utilizan el hachís para alcanzar el éxtasis, aunque no es un hábito muy difundido; otros grupos marroquíes integran elementos de la magia africana en sus reuniones, se disfrazan de animales y devoran una ternera cruda, como es el caso de los ‘aisawa; otros — como los deghughi y los hamadcha— se autolesionan durante sus ritos o beben agua hirviendo sin lastimarse. Aunque llamativos, estos ritos son ramificaciones anecdóticas frente a la gran mayoría de los órdenes, que rechazan todo tipo de magia o drogas. Muestran sin embargo una constante del sufismo: su alejamiento de las normas ortodoxas y su insistencia en practicar vías personales de acercarse a la divinidad.
Con esta actitud, los sufíes suscitaron en todas las épocas los recelos de los teólogos oficiales. Muchos sufíes fueron perseguidos por sus enseñanzas y tuvieron que exiliarse. Pocos tuvieron un destino tan trágico como Mansur Halay, acusado de apostasía y ejecutado en Bagdad en 922 d.C. Pero incluso un filósofo de fama internacional como fue Ibn Arabi de Murcia (1156-1240 d. C.) tuvo que mudarse a Damasco tras sufrir el acoso de los guardianes de la ortodoxia.
Mención aparte merece la tiyanía, una poderosa cofradía presente sobre todo en África del Norte y organizada según el modelo sufí, pero con planteamientos ortodoxos que apenas se distinguen del islam tradicional. El dhikr comunitario es su rito más importante, aparte de la entrega de parte de los ingresos personales a la organización (detalle que le confiere cierto aspecto de secta). No suele asumir posiciones políticas llamativas, aunque sí vigila que los poderes locales proyecten una imagen ‘correcta’ del islam.
La palabra sufí se deriva probablemente del griego sophia, sabiduría, aunque también existen etimologías populares que hacen originar el término en la palabra árabe suf, lana, en referencia a la túnica de lana gruesa que llevan algunos sufíes.