El islam conoce cinco 'pilares' básicos que debe respetar todo musulmán para considerarse como tal. No hay diferencias entre hombres y mujeres ni se establecen otras categorías sociales, excepto la de la edad: los niños son exceptuados de toda norma. Habitualmente, los jóvenes empiezan a cumplir (o a incumplir, en las sociedades menos estrictas) estas reglas a partir de la pubertad, aunque no se fija una edad concreta ni existe rito de iniciación.
Los cinco pilares son los siguientes:
En las sociedades islámicas de hoy, el respeto a estas cinco pilares varía bastante. Dado que el peregrinaje desde países lejanos como Marruecos o Pakistán es difícil y costoso, no se considera un deber religioso, sino apenas una buena obra reservada a las personas con recursos. El impuesto religioso tampoco tiene un lugar preponderante en las sociedades modernas, en las que el Estado recauda todas las tasas y se encarga de la atención a las capas desfavorecidas. Así, las sociedades islámicas de hoy mantienen a grandes rasgos dos costumbres religiosas: la oración y el ayuno, aparte del credo que cualquier musulmán debe pronunciar para identificarse como tal.
A los cinco pilares se añaden algunas prohibiciones que dividen las acciones y objetos en haram (prohibido) y halal (lícito); se refieren sobre todo a los alimentos —son haram por ejemplo la carne de cerdo y el alcohol— pero también a actitudes, sobre todo en el terreno sexual. La charia recoge con detalle estas prohibiciones. Además existe el concepto de la yihad, una obligación comunitaria a defender las tierras musulmanas cuando son atacadas.
Oración
La oración consiste en una serie de movimientos – arrodillamiento, inclinación al suelo, levantamiento – durante las que se reciten fórmulas religiosas y algunas suras del Corán. Debe realizarse al alba, al mediodía, a media tarde, a la puesta del sol y dos horas después del anochecer, siempre orientándose hacia la dirección en la que se encuentra La Meca. Aunque es preferible rezar en una mezquita junto a otros fieles, no es una condición: puede hacerse en cualquier lugar limpio. En las ciudades, un almuédano llama desde un minarete para avisar de la hora correcta; quien no se halla cerca de una mezquita debe consultar el sol o el reloj. Antes de proceder a la oración es necesario lavarse manos, pies y cara de forma ritual (si no hay agua, se puede hacer con arena o simbólicamente con una piedra).
Hasta qué punto se cumplen las oraciones depende en gran parte de la cultura local. Es un rito de afluencia masiva en los países del Golfo o en Irán pero tiene una importancia mucho menor en el Magreb; en Marruecos, sólo un reducido porcentaje de la población acude a la mezquita y la vida pública no se orienta en los horarios previstos por la religión: las fábricas no interrumpen su producción, las oficinas no cierran, los autobuses no intercalan descansos, la sesión del Parlamento no se suspende. Lo mismo vale para la sociedad siria o para la iraquí antes de la invasión estadounidense de 2004. La religión es, en estos países, un asunto privado.
El origen del ramadán
El año lunar islámico consiste de 12 ciclos lunares que se inician en cuanto se distinga la luna nueva en el horizonte. Suma 354 días, 11 menos que el año solar. Como consecuencia, las fechas del calendario se desplazan a través de las estaciones: cada año tienen lugar once días antes que en el anterior. Antes de Mahoma, este calendario disponía de un año ‘bisiesto’ en el que se intercalaba un mes corrector para corregir esta deriva. Hay motivos para suponer que el ramadán caía entonces siempre en septiembre (los nombres de los meses 'primaverales' Rabi' I y Rabi' II hacen suponer que el año empezaba, como en otras sociedades, en enero).
Así, el ramadán coincidiría con la época de mayor escasez de agua, dado que las reservas se habrían gastado y aún se esperaban las lluvias de otoño. No beber durante el día – cuando el gasto de agua del cuerpo es mayor debido al sudor – podía ser una eficaz medida de ahorro. Mahoma eliminó expresamente este mes corrector del calendario [Sura 9,37] y desde entonces el ramadán se desplaza a través de las estaciones, convertido en un acto puramente religioso sin relación con la situación local.
Ramadán
El único aspecto de la religión que entra de lleno en la esfera pública en las sociedades musulmanas es el ayuno en ramadán. Durante los 29 ó 30 días que dura este mes lunar, el noveno del calendario lunar islámico, se prohíbe ingerir cualquier tipo de comida entre el amanecer y el anochecer. Tampoco se puede beber, ni fumar ni se pueden mantener relaciones sexuales mientras dure la luz diurna. Los más devotos evitan incluso oler aromas o escuchar música. Los niños hasta los 12 ó 13 años, los enfermos y las madres lactantes no necesitan observar el ayuno; también los viajeros pueden aplazarlo para otro mes, aunque éste último permiso hoy se aprovecha raramente.
En el momento de la puesta del sol se rompe el ayuno y se inicia frecuentemente un largo banquete. El desayuno debe tener lugar antes del alba, concretamente "antes de que se pueda distinguir un hilo blanco de uno negro". Dado que las vigilias producen somnolencia, muchas oficinas y fábricas imponen un horario reducido durante este mes, en general improductivo, sobre todo si cae en verano, cuando las largas horas de sol ponen la voluntad a una dura prueba.
En algunas regiones, como en Marruecos, el ramadán es el único mes durante el que es habitual acudir a la mezquita y escuchar prédicas religiosas; además es tradición realizar reuniones familiares y convertir las noches en fiestas culinarias. Esta costumbre suele producir un encarecimiento general de la cesta de la compra durante este mes.