Avalada por los festivales de Cannes (Mención Especial Cámara de Oro) y Valencia (Palmera de Plata de la Mostra), nominada al Oscar 2010 a la mejor película en habla no inglesa, la israelí Ajami es una cinta heladora, de las que atacan por la espalda, incomodan, encienden. Será porque, sin tanques ni check points de por medio, muestra con más certeza y crudeza el conflicto de Oriente Próximo que cualquier informativo. Verdad pura, sin el intimismo sobrio de Amos Gitai, con más acción, más ruido, pero idéntica desazón.
La película de Scandar Copti y Yaron Shani es un fresco del día a día en el barrio de Ajami, que bautiza la obra, un suburbio sórdido del sur de Tel Aviv. Vecino de la encantadora Jaffa, conquistada y reconquistada 22 veces, puerto de Jonás y su ballena y de Napoleón, puerta al Mediterráneo, Ajami es su patio trasero, el zulo oscuro donde se resuelven las miserias, a escondidas de los turistas.
Entre sus calles sucias y atiborradas de cajas, coches, cacharros, conviven judíos, musulmanes y cristianos en una rutina frágil que salta por los aires con una mirada, un gesto, una palabra. Es lo que les ocurre a Nasri, 13 años, que aún está aprendiendo las reglas del tablero en que se mueve; de Malek, refugiado palestino, sin papeles, ejemplo de esa población flotante de Tel Aviv que malvive de día y se esconde de noche; Binj, un palestino adinerado con el sueño imposible de una novia judía; o Dando, policía hebreo, hombre del Estado que en sí mismo condensa todas las contradicciones de su tierra.
La suma de elementos provoca el caos de tres religiones enfrentadas que los dos directores se empeñan en entender con su obra, que se enreda como un laberinto angustioso hasta llevarnos a la confusión más absoluta. Cómo ha sido posible llegar a esto, cómo se podrá salir del atolladero. Es la conclusión, no hay salida fácil. El espectador tomará partido por uno de sus personajes, cambiando a cada minuto
El retrato de esta inteligente, tierna y feroz historia es literal a la realidad, por eso desalienta y anima a un tiempo, por eso lleva al espectador a tomar partido por uno de sus personajes cambiando a cada minuto. Porque no hay blancos ni negros, ellos iluminan todos los matices intermedios en una cinta coral que ni hace propaganda ni cae en la demagogia, absolutamente lejana de las moquetas de los despachos, viva como los israelíes que encaran el reto de la convivencia diaria.
La utilización de actores no profesionales, vecinos de Ajami, aporta ese punto de veracidad impagable, la sensación de estar viendo un documental demasiado bien hilado (ayuda la impenitente cámara al hombro), la desconcertante sensación de que esa historia ocurre a cada minuto, en un rincón de Israel, y que nadie hace nada por evitarlo.
Todo casa: el ninguneo de la población árabe (israelíes sin derechos), el ostracismo de los cristianos, la culpa de los judíos. No es una pelea en la miseria, es peor, el encontronazo constante de tierras usurpadas, religiones pisoteadas, dignidades retorcidas a la luz de la ciudad más viva del Oriente Medio.
Lo mejor de Ajami es saber que la juventud de sus creadores deparará nuevas historias como ella. Y eso refuerza el nervio, altera conciencias y genera movimiento, que es lo que necesita una tierra en guerra.
Título:
Ajami
Dirección:
Scandar Copti, Yaron Shani
Guión:
Scandar Copti, Yaron Shani
Reparto:
Fouad Habash,
Ibrahim Frege,
Scandar Copti,
Shahir Kabaha,
Eran Naim
Género:
Largometraje de ficción
Productores:
Inosan Prod.
Duración:
120 minutos
Estreno:
2009
País:
Israel
Idioma:
Árabe levantino, hebreo
Título original:
Ajami