Tanto en sus más de tres décadas de trayectoria periodística como en su faceta literaria, Juan José Téllez (Algeciras, 1958) ha tenido como inspiración y campo de trabajo primordial la comarca que le vio nacer, esa puerta del Mediterráneo que sigue siendo el ojo de tantos huracanes políticos y sociales.
Autor, entre otros títulos, de un ensayo sobre la inmigración en la zona (Moros en la costa), libros de relatos relacionados con ésta (Territorio estrecho, Main Street) o una biografía del guitarrista algecireño Paco de Lucía (Retrato de familia con guitarra), acaba de presentar el poemario Las grandes superficies, que le valió el premio Unicaja, y donde vuelve a encontrarse con estos escenarios recurrentes.
¿Qué tiene el Campo de Gibraltar para ser el centro de su obra?
Aparte de ser el lugar donde nací, y ya se sabe que un creador debe rentabilizar eso que llaman el genus loci, creo que el ámbito del Estrecho permite la convivencia del ser humano, de su realidad y su imaginario, con un paisaje poderoso, casi de titanes, con dimensiones absolutamente sobrehumanas : dos mares que se cruzan, dos continentes que se besan, varias formas de concebir el mundo, una fuerza tectónica importante y una mitología que nos lleva a Homero o a Platón, a Ulises y a la Atlántida. ¿Quién desprecia ese botín?
En sus comienzos como periodista, a finales de los 70, ¿eran más rígidas las fronteras, o siempre fueron permeables?
Depende. Gibraltar tenía entonces la verja cerrada y era un mundo absolutamente impermeable, al que se llegaba a través de Tánger y sin garantías de ser muy bien recibido. España y Marruecos se llevaban mejor, pero sólo un poco: había exención de visados desde Marruecos, pero el régimen de Hassan II restringía considerablemente la expedición de pasaportes, de modo que no era fácil salir con los papeles en regla. Y España aún miraba a Marruecos con mucho recelo, no había demasiado interés en visitarlo. En Ceuta y Melilla, por otra parte, quedaban muchos resabios del sistema militar que durante mucho tiempo justificó su existencia, con una sociedad muy estatutaria y una convivencia entre comunidades muy desigual.
¿Cómo se las apañaban los periodistas para superar, por ejemplo, las barreras idiomáticas?
Creo que árabe no sabíamos ninguno. En mi caso me defendí con el inglés y el francés, que aprendí desde muy niño, porque mi padre se tomó muy en serio la idea de que en un puerto como Algeciras los idiomas podían ser una herramienta de trabajo. No recito de corrido a Shakespeare ni a Molière, pero lo que sé me ha servido de mucho. «El barrio del Príncipe en Ceuta sigue siendo un gueto: antes había chabolas y ahora, mansiones de narcos»
¿Cómo evolucionó la visión de la prensa sobre, por ejemplo, Gibraltar?
Las potencias coloniales se las habían apañado para que los platos rotos del contencioso los pagara la población. Repasemos: en el año 53, España firma el concordato con la Santa Sede y el primer acuerdo con Estados Unidos; en el 54, Isabel II visita Gibraltar; en el 55, España es admitida en la ONU, y una vez vencido el aislamiento corre a reivindicar Gibraltar como forma de buscar un enemigo exterior para unir a todos los españoles. En el 69 se cierra la frontera, y ése es el clima de hostilidad que se respiraba diez años después. Cuando el pacifista Gonzalo Arias pide que se abra la verja, la prensa española sospecha que está a sueldo de la Pérfida Albión. Fuimos pocos quienes le apoyamos.Y cuando emprende la Operación Pajarita de Papel para llevar libros españoles a los colegios gibraltareños, se encuentra también con una negativa, porque el nacionalismo es un demonio de ida y vuelta…
Al otro lado, en Ceuta, la población musulmana era casi invisible para los medios ¿no?
Siempre hubo más permeabilidad entre la población musulmana y española, pero encontrabas auténticos guetos: el más emblemático, el del barrio del Príncipe.Siempre recordaré que, teniendo 21 o 22 años, un taxista se despidió de mí diciéndome ‘tú estás loco, chaval’, porque allí no entraba ni la policía. Era mi primera crónica negra, un chaval asesinado, y los familiares me atendieron a las mil maravillas, tanto que volví a frecuentarlos. Hoy el Príncipe sigue siendo un gueto, sólo que antes había barracas de adobe y chabolas y ahora mansiones de narcos. La economía sumergida ha terminado supliendo allí el papel de la economía real o el Estado.
El Estrecho no sólo ha sido un punto de encuentro de pueblos, sino también de intereses de todo tipo.
Claro. En mi primer reportaje fui al Ayuntamiento de Ceuta —aún no había autonomías— a solicitar permiso en Urbanismo para construir un baño en un altillo que supuestamente había comprado. Me sorprendió que me dijeran que debía echar una solicitud en el Ministerio de Defensa, pues estábamos en una plaza estratégica. Y cuando añadí que el piso estaba a nombre de un musulmán, me dijeron que entonces también hacían falta los papeles de Exteriores. También era curioso ver cómo las navieras privadas peleaban con las públicas, cómo se desató el boom de las agencias de viajes, mientras que miles de personas tardaban cinco días en cruzar el Estrecho. Hubo niños que murieron expuestos al sol, ancianos que morían en los coches y los familiares fingían no darse cuenta para no perder el turno, cargas de antidisturbios contra familias desesperadas…
¿Cómo era la relación entre periodistas españoles, marroquíes y gibraltareños? ¿Había contactos, intercambiaban información?
Yo siempre mantuve el contacto, pero no era algo generalizado, la verdad. En Ceuta trabajé en una revista, Extra Ceuta, cuyo director, Ramón Pouso, tangerino de origen, tenía fama de agente doble al servicio del contraespionaje porque tenía claro que las fronteras están hechas para cruzarlas. En Marruecos siempre hubo una diferencia enorme entre la prensa escrita en árabe, mucho más permisiva, y la escrita en francés, más cautelosa en los contenidos. Eso hay que tenerlo en cuenta, porque en los últimos años, desde que empezó internet, nos hemos nutrido de las traducciones que hacía la Embajada Francesa en Rabat. Pero recuerdo un viaje a Marruecos en el 88, cuando empezaban a aparecer cadáveres en el Estrecho, en el que quise investigar lugares de desembarco de pateras. Yo tenía contactos con Le Journal de Tanger y con Les Nouvelles du Nord, pero me fui a una revista árabe del bulevar Pasteur, cuya redación constaba de una sola habitación y un solitario periodista al frente, y me hizo inmediatamente la relación que buscaba. En la prensa marroquí en francés no se hablaba de eso, y en la francesa tampoco hasta que Liberation no empezó a hacerlo en el 92. Él si lo había publicado en su medio, pero no lo había leído nadie.
Por eso demoró tanto la reacción de la opinión pública ante el caso sangrante de las pateras…
En realidad, esa reacción todavía no se ha dado. Y sigue siendo prácticamente imposible que alguien venga a España con visado. He dicho que en el 88 aparecen los primeros cuerpos en la costa de Tarifa, pero los pescadores de allí llevaban tiempo hablando de avistamientos de cadáveres a media agua. En la primavera del 89, la costa fue un cementerio; y en el 91, España se adhiere al acuerdo Schengen. En esos años se fraguan cosas como la Operación Visado, por la que detienen en Sevilla a un inspector de policía sellando con un tampón robado pasaportes de chicas magrebíes. Fueron imputados decenas de policías que recibían favores sexuales a cambio de permisividad, pero ni uno de ellos fue condenado gracias a un error en las escuchas telefónicas… «El riesgo era que los muertos de las pateras fueran accidentes en las autopistas de la información»
¿La prensa estuvo a la altura?
Cuando empezábamos a informar, pensábamos que era importante dar las fotos de los muertos, contabilizar a los muertos… Pero pocos entendieron que lo importante era contar su historia. Corríamos el riesgo de que esas vidas acabaran siendo simples cifras, como muertos en accidentes de las autopistas de la información. Dábamos fotos espectaculares creyendo en que las conciencias iban a pedir mejor trato, y al final lo que conseguimos fue un acto de racismo fotográfico: dábamos con lujo de detalles a aquellos muertos y tapábamos piadosamente el rostro de nuestros cadáveres, asesinados por ETA o por lo que fuera.
Y así hasta hoy, ¿no?
Al final, no logramos que los inmigrantes pudieran venir a España en ferry. A partir del 91 se abolió la exención de visados con Marruecos y Argelia, Hassan II al fin expedía pasaportes, pero ahora éramos nosotros quienes cerrábamos la puerta. Pensábamos que había que buscar fórmulas para quienes quisieran buscar un trabajo vinieran sin jugarse la vida, pero sólo obtuvimos una frontera blindada y la puesta en marcha del Sistema de Vigilancia Internacional. Justo cuando caía el muro de Berlín, nosotros levantábamos un muro electrónico. Y en eso seguimos.
Usted vivió también muy de cerca el boom inmobiliario del Campo de Gibraltar, con todas sus controversias. ¿Cuál cree que fue el origen?
Una sociedad fronteriza como la del Estrecho ha supuesto históricamente que la población civil esté supeditada a los intereses del Estado. Pero el Estado, que debiera proteger a sus ciudadanos, sólo se ha hecho presente en sus manifestaciones represivas: Ejército, Policía, Justicia… Por tanto, la población ha tenido que buscar alternativas en la economía sumergida. En el siglo XIX, el contrabando en Gibraltar y en las plazas de soberanía en África daba de comer, según Sánchez Montero, a 100.000 personas en Andalucía. Eso, andando el tiempo, se convertirá en una fórmula de enriquecimiento para los más poderosos —por ejemplo, Juan March— y de subsistencia para los más débiles —por ejemplo, mi abuela—.
¿Y cómo evoluciona hasta llegar a las mafias actuales?
Hubo un contrabando de piedras de mechero, tabaco, medias de cristal, azúcar, ¡incluso aceite!, que siguió después de la posguerra. La Feria de La Línea empezó a ser conocida como La Salvaora por ser la única donde había dinero. El contrabando deja de ser de tabaco cuando en los 70 entran en juego las mafias del hachís, y las de la heroína y la cocaína se dan cuenta de que resulta más barato conseguir el hachís si se engancha a los camellos. Así se produjo una de las mayores masacres de la juventud española, desde finales de los 70 a los 80.
¿Y el ladrillo?
Ahí se dieron varios fenómenos. Por un lado, el boom demográfico de los 60, derivado de la guerra fría con Gibraltar, como política de escaparate del gobierno franquista. Cepsa quería instalar su primera refinería en la Península, y aunque al principio iban a fundarla en Euskadi y tenían tecnología para hacerla tierra adentro con el mínimo impacto visual, prefirieron plantarla ante Gibraltar para que los gibraltareños vieran que España estaba progresando mucho y ellos iban a perderse ese tren. Ese boom, sin una burguesía ilustrada que defendiera un urbanismo racional, dejó servida la especulación. Se destruyeron espacios públicos y edificios emblemáticos, se construyeron rascacielos burdos, se llegó a tapar un río… Y se hicieron enormes fortunas. «En el puerto de Algeciras, uno de los mayores del mundo, hay droga, tabaco, vehículos robados, armas»
Es la época en la que entra el GIL ¿no?
Sí, pero la especulación posterior sería diferente. El puerto de Algeciras se convierte en uno de los mayores del mundo, se hacen allí grandes negocios legales y otros que no lo son tanto: droga, tabaco, vehículos robados, armas. Y, por supuesto, seres humanos. Todo en conexión con la vecina Costa del Sol, donde la presencia de la mafia internacional data al menos de 1979, entre italianos, franceses, belgas, portugueses e incluso mafia turca, que controlaba el tráfico de heroína. Todo esto llega a niveles exponenciales con la llegada de Jesús Gil y el gilismo, brazo político de esta corrupción estructural. Pero Gil no era il capo di tutti il capi, era una pantalla. Si el GIL existió a ambos lados del Estrecho fue porque los partidos convencionales ya habían empezado a dejarse querer por las mafias. La especulación estuvo muy relacionada no sólo con los nuevos ricos, sino con operaciones de blanqueo.
Usted fue director de Europa Sur en aquellos años. ¿Era difícil informar de todo esto?
En realidad empecé antes. Mi primera información sobre policías y guardias civiles corruptos la hice en el 83, para Diario 16, a través de un anónimo que llamó a casa brindándome datos muy contundentes. Me costó demostrarlos y pude dar parte de la historia, apenas un 20 por ciento. Muchos años después, con Europa Sur, entramos en la Operación Algeciras puesta en marcha por Asuntos Internos, y nos propusimos denunciar las tramas incidiendo en los honorables y no en los camellos de poca monta, y teniendo muy en cuenta el trabajo de las coordinadoras antidroga que encabezaba entonces Pepe Chamizo.
¿Cuáles eran las presiones más fuertes?
La presión era en general muy fuerte, me costó casi una depresión, porque pesaba mucho la urgencia de dar los mayores datos posibles, de publicar todo aquello tan vertiginoso y tan peligroso. Cuando estás en un descampado dentro de un mercedes con un intermediario y al abrir la guantera ves que tiene una pipa, te preguntas qué haces a esa hora en esas circunstancias, sin que nadie sepa que estás allí…
No sólo preguntaba por el hampa, sino también por la Justicia, con la que usted tuvo también sonados pleitos…
«Jesús Gil me dijo que tenía deseos de invertir en 'Europa Sur' y le contesté que yo era redactor, no administrativo»
…O con los políticos corruptos. Verás, en cuatro años que estuve como director puse sólo dos caras de perplejidad. Una fue cuando Jesús Gil me recibió en el Club Financiero Internacional, en un despacho por el que podían correr caballos, y después de mi primera pregunta me dijo que tenía muchos deseos de invertir en Europa Sur. Yo le contesté que era redactor, que la parte administrativa quedaba en la otra punta del periódico.
¿Y la segunda?
Tuve una reunión con varios concejales del equipo de Gobierno de Algeciras. Me pidieron la cabeza de José Luis Tobalina, porque no les gustaban sus informaciones, y de la sección de deportes entera, porque al parecer le estábamos hundiendo la carrera al hijo de uno de ellos, jugador de un equipo de fútbol local. A cambio, prometían diez millones en concepto de publicidad. Les respondí que no figuraba en mis planes cambiar a unos ni a otros, pero que desde luego la inversión sería bienvenida. Me dijeron que con sus fondos podían crear un periódico que nos hiciera la competencia, y mi respuesta fue que estaban en un país libre.
¿Y por parte de su empresa, recibió presiones?
Nunca, ni en los momentos más delicados, y puedo hablar tranquilamente porque estoy desvinculado de ella. El tema más jodido fue el del cable electromagnético que se iba a tender a través del Estrecho. Cuando acabó todo aquello y se apaciguaron las aguas, Pepe Joly me enseñó el dossier que le habían enviado los de las eléctricas para presionarle, y él jamás me había dicho nada entonces. No se puede decir lo mismo de todos los presidentes de Consejos de Administración.
Supongo que también podría contar mucho de las peleas entre ecologistas y empresarios que se han librado en la comarca.
Bueno, lo que he dicho empezó cuando la dirección de la Red eléctrica Española me invitó a visitar sus instalaciones en Madrid, me llevó a almorzar a un sitio fashion, y al final me sugirieron que dejara de entrevistar al portavoz de la plataforma ecologista.Les dije que yo nunca me atrevería a sugerirles cómo debían ellos administrar la red eléctrica de este país, así que pedía el mismo respeto. Y me levanté. Lamento no haber podido acabarme el postre.
Bueno, vamos a acabar la entrevista y da la sensación de que la prensa campogibraltareña no ha hecho nada mal. ¿Se anima a intentar una autocrítica?
No, no, creo que mal lo hemos hecho todo. Sin necesidad de ponernos muy heavies, creo que el Estrecho es un polvorín de noticias, resulta muy difícil cubrirlas todas y hacerlo bien, sobre todo cuando las audiencias son ridículas, apenas hay negocio y la precariedad de algunas redacciones es proverbial. No se puede pedir profundidad cuando ni hay tiempo, ni recompensa más allá del prurito profesional. No ha habido interés en que se haga buen periodismo, y a pesar de todo se ha hecho. Podría dar al menos 20 nombres a ambos lados del Estrecho que lo demuestran. Ahora bien, ¿cómo ganar un Pulitzer si a las nueve tienes que levantar un cadáver en Tarifa, a las 11 cubrir un pleno del Ayuntamiento, a la una una rueda de prensa de inversores de un campo de golf, a las tres una entrevista de almuerzo, a las cinco un recital de un poeta cuántico y a las siete la enésima conferencia del padre Loring sobre la Sábana santa? Llegas a las ocho y tienes tres horas para el cierre. Y ya no hay linotipistas, además, de modo que cada vez más el reportero se parece a Juan Palomo o a la Kika de Almodóvar.
¿Son malos tiempos para la prensa?
Ahora internet ha abierto nuevas ventanas, el problema es cómo hacerlas rentables. Páginas como MediterráneoSur o Periodismo Humano de Javier Bauluz, si no encuentran compensación económica por la vía del patronato o la publicidad, difícilmente van a subsistir. El heroísmo se le supone al soldado, no a los civiles. Hay más medios técnicos que cuando yo empecé, pero la precariedad es mayor. No sólo porque hay más periodistas, que también, sino por los pocos escrúpulos por parte de quienes pretenden que la información deje de ser un derecho para ser un simple negocio.