Igor Štiks (Sarajevo, 1977) representa a una nueva generación de intelectuales que apenas eran unos chavales cuando estalló la guerra en los Balcanes, y que han madurado en el exilio sin renunciar a participar en el debate sobre la situación política, social y cultural de la antigua Yugoslavia.
Criado en Zagreb y acogido en París, actualmente reside en Edimburgo. Desde los 19 años fue publicando artículos y ensayos en diversos medios croatas, bosnios, serbios, macedonios, eslovenos... Hasta 2001 fue reportero cultural de la revista croata Zarez.
Descubierto gracias al premio Slavic que recayó sobre su primera novela, Un castillo en la Romaña (2001, traducido ya al alemán e inglés), su consagración llegó con La silla de Elías (2006), elegido mejor libro croata del año. La pasada semana visitó Sevilla invitado por la Fundación Tres Culturas, y accedió a conversar con M'Sur.
Usted nació tres años antes de la muerte de Tito. ¿Qué diferencia a su generación de la de sus padres, que sí vivieron de lleno la dictadura?
Por lo general fuimos más abiertos de mente, y más liberales, por haber crecido en el sistema político de los años 80, muy diferente del anterior, que nos permitió acceder a muchas cosas nuevas: música, películas… Recuerdo que desde los Juegos de Invierno de Sarajevo, en 1984, hasta comienzos de los años 90, había una gran sensación de ebullición, un optimismo que nos llevaba a pensar que las cosas iban a cambiar del todo. La guerra destruyó esos sueños: fuimos de lo más alto al abismo.
Usted tenía 15 años. ¿Podría decirse que la guerra le hizo escritor?
En cierto modo sí. La guerra cambió nuestras vidas, el paisaje político y cultural. Nada sería lo mismo a partir de entonces. Y es muy difícil rehuir todo eso cuando empiezas a escribir. Yo lo intenté, desde luego, hasta que en mi segunda novela, cuando ya estaba viviendo en París, sentí que algo me tocaba la espalda y me decía: “Eh, tienes que enfrentarte a todo esto.Tienes que volver sobre aquello que has dejado atrás…”
Es curioso que en sus novelas su tierra esté siempre presente, pero desde puntos de vista externos: Italia, Viena… ¿A qué se debe?
Cuando asumí que quería volver sobre mi país, supe también que quería hacerlo con ojos diferentes. Quería mirar con los ojos de un extranjero. En cierto sentido, es más fácil para mí, por lo traumático que puede ser enfrentarte a todo eso desde dentro. Pero también me ayuda a redescubrir el país que dejé atrás. Cuando vives en el extranjero, constantemente descubres cosas que antes no veías. Ivo Andric solía decirlo: “Puedo ver a Bosnia mejor desde fuera”.
¿Es por eso que la mayoría de los escritores que salieron de la ex Yugoslavia no han regresado?
El exilio tiene esa dificultad añadida: pasa el tiempo y, al tiempo que empieza tu nueva vida en otro lugar, tu viejo país está cambiando, se vuelve diferente. Y puede suceder que la nueva tierra no llegue nunca a ser un hogar, en tanto la tierra de origen se vuelva extraña. Y tú vives entre una y otra, en mitad de ninguna parte. Es lo que creo que le ha sucedido a Aleksandar Hemon, a Dubravka Ugresic… Lo bueno es que las comunicaciones nos permiten mantenernos en contacto, y mantener un vínculo intenso con nuestros paisanos. Por otro lado, sí hay algunos que están volviendo: el cineasta Danis Tanovic, el músico Goran Bregovic, también está allí, Predrag Matvejevic volvió a Zagreb… Veinte años después de la guerra, para muchos es hora de volver a casa.
¿Cómo se lleva con los demás escritores de la antigua Yugoslavia? ¿Tienen contacto, se leen…?
Mis libros están publicados en todos los países yugoslavos, lo que indica que ese espacio está bien comunicado. Nos leemos perfectamente los unos a los otros, usamos la misma lengua, y algunos incluso hemos hecho carrera internacional. En cuanto a mis afinidades, bueno, tengo una amistad fuerte sobre todo con Aleksandar Hemon, especialmente cuando viví en Chicago, y que está publicado en España por Anagrama; y con Aleš Debeljak, un poeta esloveno que ha sido traducido al catalán, y no sé si al castellano…
Escribir en croata, ¿es para usted un acto de militancia, una toma de posición?
Trato de distinguir entre mi trabajo literario y mi labor académica. Lo primero lo desarrollo en mi lengua materna, mientras que la segunda la hago mejor en francés o inglés. Mi cerebro ha aprendido a separar ambas cosas muy bien. Admiro a gente como Kundera, o el mismo Hemon, por el coraje de esa decisión de cambiar de lengua, pero en ese paso se corre el riesgo de perder el estilo.
Marco Vesovic, profesor de la Universidad de Sarajevo, decía que la de los Balcanes era la única guerra de la Historia planteada y dirigida por escritores. Pero no fue la única ¿no?
¡No, no, acordémonos de Goebbels! Pienso en Karadzic, pienso en Tudjman, que estaban muy orgullosos de ser escritores, o de pensar en sí mismos como escritores… Pienso en Dobrica Cosic en Serbia e Ivan Aralica en Croacia. Pero hubo muchos más. Deberíamos examinar el papel de todos esos escritores preparando la guerra, fomentando el activismo, buscando motivaciones para la comisión de los crímenes. Desgraciadamente, no hay tribunales para escritores. Pero hay una responsabilidad en la gente que usó los medios de comunicación y la escritura para la propaganda, las prácticas exclusivistas, la justificación de los desmanes… Usaron la tinta como munición.
Cuando en España se disparan las tensiones autonómicas, se habla de riesgo de “balcanización”. ¿Basta con una mala vecindad para prender un conflicto armado?
Desafortunadamente, los Balcanes se han llevado una mala reputación, y representa la idea de un lugar partido en muchos pedazos… Antes yo quería creer en una “iberización” de Yugoslavia, lo necesitábamos. Necesitábamos soluciones pacíficas y políticas para nuestros problemas, no el desastre que vino. Lo único que deseábamos era ser como los demás. Pero cuando ves lo que pasa hoy en Bélgica, Gran Bretaña o España, o en cualquier otro lugar del mundo... En todo caso, me gustaría convencerle de que la balcanización no es la única característica de los Balcanes [risas].